viernes, 30 de septiembre de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA (VI)

Mi sumisa, es una vampira.

VI

Estaba todavía sobrecogido todo mi cuerpo por aquella deliciosa explosión cuando de pronto algo brillante me cegó. No fue el único cambio que se produjo en aquella estancia principal de la cabaña, mis dos supuestas sumisas, también vampiras, se lanzaron al suelo ante aquel rayo de luz que lo iluminaba todo.
-¡¿Qué hacéis, puercas?! –oí que gritaba aquel haz de luminosidad irritante para mis ojos.
Fui acostumbrando mi cristalino al fulgor y de pronto me quedé maravillado ante la visión. Una mujer fulgurante, espléndida, alta no solo por los enormes calzos que tenían sus botas negras, con una larga melena rubia que desprendía diminutas chispas del color del fuego y ataviada con un corsé ajustado a sus femeninas formas ondulantes que en cierto modo cubría una oscura capa también de sedosa piel. Me enamoré de la figura, digna de ser retratada no solo por los mejores pintores sino también secuestrada como protagonista para una de mis novelas. Fui a decírselo, como si precisara que elogios o piropos la encumbraran pero me lo impidió su siguiente intervención.
-¿Pero tan bajo has caído, bruja Amelia?
Observé la inmovilidad no solo de la vampira que había mencionada la recién llegada sino que también Perla parecía haberse quedado congelada.
-¿Acaso no sois capaces de encontrar alguien más dotado para chupársela?
Aquello me molestó, lo reconozco, pues no hacía falta que me ninguneara, bien, no exactamente a mí sino a mis atributos sexuales. Fue lo que motivó que mi miembro quisiera demostrarle con su nuevo intento de erección que en acción podía mostrarse mucho más convincente en su virilidad. Obviamente no lo logró a tenor de su siguiente comentario.
-Ni queriéndolo sería capaz de engendrar un nuevo vampiro.
Me dio que pensar aquel manifiesto. ¿Los vampiros pueden fecundar y dar a luz nuevos vampiritos?
Por fin una susurrante voz, la de mi supuesta vampira sumisa, emergió entre el estruendo que aparecía cuando la hermosa dama abría su boca.
-Es escritor, mi Reina.
-¿Escritor? ¿Ese mindundi? ¿Y quién lo conoce? ¿Su madre y hermanos? ¿Alguna tía lejana? ¿O quizá su abuelita? – y de pronto la risotada de aquella hermosa fémina que Amelia había calificado como su Reina, inundó la sala. Me pareció poco acorde con la belleza que tanto me había impresionado sino que más bien creí estar asistiendo a la paranoica risa de alguien muy aterrador, quizá un camionero enorme por alto y gordo y desde luego, muy cabreado.
No me contuve más.
-¿Qué ocurre, bella Dama? ¿Acaso creéis que todos los famosos escritores han nacido siéndolo?
Me miró de arriba abajo y me soltó: –tú, ni naciendo mil veces, lo lograrás, ser famoso.
Tanto desprecio y ante mis supuestas propiedades vampíricas, logró que quisiera defenderme no solo con argumentos verbales.
-Salga de mi casa ahora mismo. No consiento… –no tuve tiempo a más. Me agarró por el cuello y sujetándome con solo una mano me levantó del suelo como medio metro hasta poner mis ojos a la altura de los suyos.
-¿Quieres que te aplaste como a una cucaracha, escritor de pacotilla?
No podía responderle. De hecho y si pronto no me liberaba el cuello, no podría ni respirar. Creo que lo captó y por tanto me arrojó lejos de ella, como si fuera una pelota de ping-pong. Me di un trastazo de aúpa. Fue entonces cuando apareció Patricia de entre las hojas del manuscrito en el que estaba inmerso antes de que en mi vida aparecieran las vampiras y vampiros. Llegó amparada por rufián.
-¡¿Qué cojones pasa aquí?!
No se si fue su inesperada aparición, su belleza sin igual cuando se levanta de la cama o la forma de referirse a los cojones, pero la recién llegada pareció encandilarse con mi famosa protagonista.
De pronto me observó y dirigiéndose a mi me señaló no sin cierta acritud: – ¿no sabes ponerte en tu sitio? No me sorprende que todavía no se hayan vendido millones de ejemplares de mi novela.
La muy… Se acababa de otorgar la autoría de la novela que yo y solo yo, había escrito, aunque cierto, con ella de primordial protagonista. De todos modos no quise contradecirla, no fuera que la recién llegada, que por otra parte había perdido o solo quizá ocultado aquel fulgor con el que apareció en la cabaña, volviera a aplicar su fortaleza sobre mi humilde persona puesto que la forma en que observaba a mi Patricia, era de aquellas en las que se distingue una devoción rayana en lo obsesivo. Lo digo porque sé perfectamente a qué me refiero.
-He llegado para recuperar mi propiedad y me encuentro una orgía en la que ese señor tan minúsculo ha abusado de mi acólita.
¿Qué yo había abusado? Fui a defenderme, pero no hizo falta. De nuevo mi Patricia tomó la iniciativa.
-Perdona, pero ese señor es un gran escritor y sobre todo, muy correcto, aunque claro, con las damas. ¿Tu vampirita puede calificarse como tal? Porque y disculpa si soy muy cruda con mi aserción, un poco puta lo es, ella, no él.
Aquella enorme belleza rubia de la que todavía emergían entre su sedoso pelo, las chispitas color fuego, se acercó a Patricia, para darle dos besos, cariñosos, tiernos me parecieron. Temí entonces que quizá se sintiera arrebatada por esa capacidad con la que creé a mi Patricia, la de dominar aun sin quererlo a quien se le acerque a menos de diez metros, más que nada porque a pesar de ser de mi agrado su anatomía, di por hecho que no sería capaz de manejar aquellos arrebatos con los que se había presentado y mucho menos la fuerza bruta que me aplicó.
-Lo siento… por cierto, ¿cuál es tu nombre? –oí que intervenía entonces Patricia.
-Amanda, gran Reina de las vampiras de este lado del Atlántico.
Me quedé de piedra. Y las dos supuestas sumisas, allí tiradas en el suelo, sin mover ni un ápice de su esplendorosa anatomía. Estaba casi claro del todo, quienes éramos los subordinados y quienes las dominantes.
-Verás Amanda, gran Reina de las vampiras, golfas. Tu vampirita se ha presentado aquí esta noche, a jodernos la marrana con sus estupideces de que quería convertirse en la sumisa de mi escritor.
-¿Tu escritor? ¿Eres su editora?
-De momento, todavía no, pero no sufras, todo se andará.
Vaya, ahora Patricia también quiere quedarse con el fruto de mi trabajo y creatividad. Lo dicho y también pensado desde hacía tiempo, se me había ido de las manos invistiéndola de un carácter tan dominante y al parecer su siguiente propiedad, iba o quizá ya lo era, yo mismo, su creador.
-Es un buen elemento, pero sabes, necesita que alguien relevante lo presente en sociedad. De otro modo, nunca dejará de ser lo que tú misma has detectado tan solo observarlo. Un mindundi, un pobre desgraciado que sueña con triunfar sin saber que a los mindundis, nadie los lee, puede que ni los miren cuando pasas por su lado.
Me cagué en algo gordo. ¿Qué hostias se creía aquella deslenguada? Fui a intervenir, pero algo en mis cuerdas vocales, me lo impidió.
-¿Ya sabes que ahora mismo está intentando defenderse de su inutilidad, gritándote cosas feas? –manifestó la gran Reina.
-Lo sé… –respondió Patricia acompañando sus palabras de una sonrisa que en otros momentos y hablando de otra persona, me hubiera enamorado.
-Lo conozco como si lo hubiera parido –sentenció mi personaje.
Entonces fue la gran Reina la que sonrió. De ella, no me dio la gana enamorarme. “Que se joda” me vino a la cabeza para justificar mi decisión.
-Pero es tierno, a pesar de su ingenuidad rayana en la inocencia impropia de un tipo de su edad. Y por eso lo cuido y es más, voy a luchar para que goce algo del éxito, el justo para que no acabe entorpeciendo un día laboral de miles de sufridos trabajadores.
Nos quedamos todos, incluida la gran Reina, expectantes. Patricia lo advirtió y por ello no quiso dejarnos en ascuas.
-Sí mujer, arrojándose a cualquier línea de metro, paralizando así el servicio y haciendo que millones de pobres desgraciados como él lleguen tarde al trabajo y quizá lo pierdan además de cabrearse como monas.
Se echaron a reír las dos. Incluso me pareció que con disimulo las secundaban Amelia y Perla.
Ya no podía más.
Entonces y por arte de birlibirloque, apareció por el fondo de la estancia, el vampiro senil, el supuesto padre adoptivo de Amelia, el vampiro que según señaló dos veces, aquello de que el sol los destruye, solo son patrañas.
-¿Qué pasa aquí? ¿Una fiesta y nadie me lo ha dicho? Pues bien, confundidos, la fiesta no es ahora, será esta noche, en el cementerio que hay al otro lado de la ladera de la montaña, junto a la ermita dedicada a San Eustaquio. Y desde luego estáis todas invitadas, tú también, escritor. Pero ven vestido de otra guisa, que parece que seas más pobre de lo que en realidad eres.
-¡Una fiesta! –manifestó alzando su bella aunque potente voz la gran Reina.
-¿Podrás asistir, querida Patricia? –prosiguió.
-Naturalmente, gran Reina Amanda. No me la perdería por nada del mundo.
No dejé de taladrarme el cerebro con la insidiosa pregunta.
¿Y cómo narices piensas hacerlo?, querida y probablemente pronto, odiada Patricia”.

(Continuara…)
Arturo Roca
(29/09/2016)


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