jueves, 13 de octubre de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA (VII)

Mi sumisa, es una vampira.

VII

De pronto me vi volando por encima la montaña, sujetadas mis manos por Amelia y Perla. Fue excepcional aquel corto, porque en realidad no duró prácticamente nada, vuelo. Tuve tiempo, eso sí, de fijarme en las estrellas, de respirar el frío aire de la noche, de sentirme Dios en medio de aquellas dos beldades que me sujetaban con no demasiada fuerza pero que en ningún instante me impidió no sentirme plenamente seguro.
Aterrizamos sin problema alguno junto al cementerio y allí ya pude comprobar lo que me esperaba. Una ingente cantidad de hombres y mujeres ataviados con toda clase de indumentarias en cuanto a esplendor, edad y moda. Los y las había que vestían prendas de cuero negro, otras y otros con vestidos estilo Luís XIV, ellos con largas pelucas, ellas portando sombreros de ala majestuosos. También me vi frente a personajes enfundados en chaqués, en fracs y ellas en vestidos de tafetán, sedas varias, realmente un dispendio de armonías estéticas y cromáticas, una sofisticada elegancia en algunos de ellos y ellas que realmente se enfrentaba con cierta hostilidad a aquellos rostros que en la mayoría de los casos no lograban ocultar a pesar de sus maquillajes, los años o la poca vigorosidad tal y como la entendemos los humanos que no hemos pasado por trances de salud rechazables.
Fue entonces, en aquel instante, en que mis dos acompañantes me pidieron autorización para saludar a conocidos, que se acercó aquel tipo. Vestía unas prendas de seda, chaqueta larga y pantalones abombados de color rosa, sobre una camisa también del mismo tono cromático. Tampoco los trabajados zapatos desdeñaban aquel mismo color. No obstante, eran diferentes tonalidades del rosa con el que iba majestuosamente ataviado. Me intrigó aquella vestimenta y no tardé nada en encontrarme ante la respuesta que él mismo me ofreció.
-Buenas noches, caballero. Mi nombre es Boscano.
Le ofrecí intentando parecer extremamente cortés, el mío tras lo que él prosiguió.
-He captado que está interesado en dilucidar el motivo de mi vestimenta. Me refiero al color. Pues desdéñelo, no soy homosexual, aunque sí es cierto que no quise desperdiciar una oportunidad que el destino fijó para mi cuando un joven doncel de diecisiete años me ofreció su cuello.
Me temí de inmediato lo peor, dando por hecho que aquella noche quizá buscaba que el destino le pusiera en su camino el cuello de un sesentón.
Se rió de inmediato. Una risa acogedora y realmente simpática.
-No hombre, no. No quiero morderle, además, está prohibido por la Reina Amanda. Probablemente ya tiene pensado su futuro, caballero.
“Joder” me vino a la cabeza.
De nuevo rió, esta vez con mayor ahínco.
-Tampoco, señor. Nada de lo que le ha pasado por la cabeza es lo que le espera. Pero atienda.
Simulé tranquilizarme. Creo que no fui demasiado convincente.
-Visto así, por mi maestro.
Parecía haberse olvidado de mis angustias, de momento presupuse.
-Mi gran y admirado maestro.
Parecía estar esperando que reaccionara.
Por fin lo hice.
-¿Y su maestro es…?
-Fue, elegante caballero.
Me forzó aquel elogio a observarme. Pues sí, era cierto, Como por arte de…, supuse que de la capacidad por lograr sin esfuerzo lo deseado por  los vampiros, vestía un chaqué que me iba que ni pintado. ¿Y cuándo me había ataviado de aquella elegante guisa?
-No se atormente. Y sí, mi maestro fue un gran maestro. Trabajé durante años en su taller, junto a él y su maestría.
Me estaba empezando a poner de los nervios con tanto maestro y encima, lo del chaqué.
-El Bosco.
Me costó situarme, de modo que volvió a ayudarme.
-El gran maestro que tanto estudio ha suscitado. Y mire, por allí aparece San Antonio Abad. Lo pintó en diferentes ocasiones.
Fijé mi atención hacía el punto que me indicaba el Boscano y sí, era cierto, un monje con hábito para nada relacionado con las elegantes indumentarias de la mayoría de los presentes, aparecía a lo lejos, con una cruz de madera en sus manos.
No entendía nada. ¿Invitaban los vampiros a personajes religiosos para que violentaran sus festejos? ¿O acaso lo hacían para seguir torturándolos con sus maldades?
De nuevo fue el Boscano el que respondió.
-En absoluto, caballero. Se trata de un requerimiento especial de la Reina Amanda.
Realmente me estaban sometiendo a una dura e intransigente vivencia.
Quiso aclarármelo.
-No es el verdadero santo, es uno de los nuestros, que gusta de disfrazarse, para atemorizar con ese juguetito a los más jóvenes e inexpertos.
Comenzó entonces a sonar una música muy enriquecedora. Un minué que emanaba de la zona más cercana al edificio de la ermita. Consiguió el sonido que muchos de los presentes se lanzaran a danzar, cogidos de sus manos hombres y mujeres y siguiendo los estrictos cánones de las danzas del dieciocho. También el Boscano se unió al grupo.
Me quedé observando, apartándome del circuito que reseguían en sus cuidadosos movimientos, aquel uniforme conjunto de danzantes. Fue entonces cuando se me acercó una mujer joven, rubia y con larga melena de cabello lacio. Sus ojos me parecieron azules y fríos como el hielo. Me miró y sonrió antes de ofrecerme su escuálida y blanquecina mano. La besé obviamente y con mi gesto apareció su voz, un timbre que imantaba a pesar de la lejanía con que se hacía presente.
-Alfano. La princesa Alfano.
Me asusté, lo reconozco, sobre todo porque me sentí tan atraído por aquella voz e imagen que me dio por pensar que si a ella le apetecía engullir toda mi sangre, nada opondría a su deseo. Pero no era mi sangre lo que al parecer la había llevado hasta mí.
-Quiero que escribas sobre el tango.
Mi expresión de desconcierto la forzó a aclararse.
-¿No conoces el tango?
-¿El de Argentina? –le propuse un tanto nervioso.
-¿Existe algún otro, escritor?
Me fijé entonces en que entre el grupo de danzarines permanecía una pletórica Patricia acompañando a un hombre alto, quizá más de dos metros. Vestía ella un vestido azul de tul y su hermosa melena se regocijaba de ondularse coqueta y femenina al viento tras cada movimiento. Me pareció espléndida.
-¿Tu estrella? –oí que me cuestionaba la rubia Alfano.
Ante mi dubitación ella prosiguió.
-Sería una espléndida princesa de las tinieblas. ¿Se lo has propuesto o se lo propondrás?
Aquel modo de cuestionar el planteamiento me molestó lo suficiente para que aquella mujer enigmática a la vez que atractiva se riera.
-Ya veo. Sigues pensando que eres tú su Dueño.
-Lo soy –le respondí sin remordimiento alguno por mostrar mi alteración.
>Lo soy y lo seguiré siendo, siempre –apostillé al tiempo que ella me tomaba por la cintura a la vez que acercaba su boca a la mía.
-¿Eso crees, escritor?
-Sí, lo creo, por completo –me atreví aun temiendo su reacción.
Su risa fue en aumento y me pareció que era el preludio de mi final como ser humano que tiene a la muerte como a su conclusión vital.
Me besó en los labios, dejándome totalmente anonadado al percibir una quemazón parecida a la que propone el hielo cuando lo paseas por tus zonas más sensibles.
-Eres cómico aunque también me pareces mimosito –me largó al despegárseme.
Nunca en mi vida nadie, me había calificado con aquellos dos adjetivos. Se lo comenté.
-Lo sé. De ti, lo sabemos todo. Es nuestra gran ventaja. Saberlo todo de vosotros, ilusos e ingenuos petimetres.
Me asusté y me molestó, todo al mismo tiempo. No sabía por cual de las dos sensaciones inclinarme. Me ayudó ella.
-Mejor asústate, sobre todo si la Reina sigue empeñada en lo que tiene in mente para ti.
Me jodía que aquellos seres que por momentos me parecían amigables y en otros me hacían temer lo peor, tuvieran capacidades desconocidas por mí. Fui a comentárselo. Ella de nuevo se me avanzó, como lo había hecho anteriormente el Boscano.
-Pues si te jode que no poseas esas habilidades, déjame que te sorba. Luego, serás como yo y los demás.
Se me pasó por la cabeza, en el instante en que la música del dieciocho dejó de sonar apareciendo en su lugar un estridente rock and roll, dejarme tentar por aquella atrayente tentación. Alfano no me dio opción a que se lo manifestara pues se apartó enloquecida de mi lado. La vi comenzar a brincar y realizar todo tipo de piruetas junto al tipo que había observado minutos antes junto a Patricia. Fue entonces cuando mi protagonista se me acercó, sudorosa pero muy satisfecha. Con ella, Perla y Amelia.  
    
   
(Continuara…)
Arturo Roca

(13/10/2016)

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