Mi sumisa, es una vampira.
VII
De pronto me vi volando por encima la
montaña, sujetadas mis manos por Amelia y Perla. Fue excepcional aquel corto,
porque en realidad no duró prácticamente nada, vuelo. Tuve tiempo, eso sí, de fijarme
en las estrellas, de respirar el frío aire de la noche, de sentirme Dios en
medio de aquellas dos beldades que me sujetaban con no demasiada fuerza pero
que en ningún instante me impidió no sentirme plenamente seguro.
Aterrizamos sin problema alguno junto
al cementerio y allí ya pude comprobar lo que me esperaba. Una ingente cantidad
de hombres y mujeres ataviados con toda clase de indumentarias en cuanto a
esplendor, edad y moda. Los y las había que vestían prendas de cuero negro,
otras y otros con vestidos estilo Luís XIV, ellos con largas pelucas, ellas
portando sombreros de ala majestuosos. También me vi frente a personajes
enfundados en chaqués, en fracs y ellas en vestidos de tafetán, sedas varias,
realmente un dispendio de armonías estéticas y cromáticas, una sofisticada elegancia
en algunos de ellos y ellas que realmente se enfrentaba con cierta hostilidad a
aquellos rostros que en la mayoría de los casos no lograban ocultar a pesar de
sus maquillajes, los años o la poca vigorosidad tal y como la entendemos los
humanos que no hemos pasado por trances de salud rechazables.
Fue entonces, en aquel instante, en
que mis dos acompañantes me pidieron autorización para saludar a conocidos, que
se acercó aquel tipo. Vestía unas prendas de seda, chaqueta larga y pantalones abombados
de color rosa, sobre una camisa también del mismo tono cromático. Tampoco los
trabajados zapatos desdeñaban aquel mismo color. No obstante, eran diferentes
tonalidades del rosa con el que iba majestuosamente ataviado. Me intrigó
aquella vestimenta y no tardé nada en encontrarme ante la respuesta que él
mismo me ofreció.
-Buenas noches, caballero. Mi nombre
es Boscano.
Le ofrecí intentando parecer
extremamente cortés, el mío tras lo que él prosiguió.
-He captado que está interesado en
dilucidar el motivo de mi vestimenta. Me refiero al color. Pues desdéñelo, no
soy homosexual, aunque sí es cierto que no quise desperdiciar una oportunidad
que el destino fijó para mi cuando un joven doncel de diecisiete años me
ofreció su cuello.
Me temí de inmediato lo peor, dando
por hecho que aquella noche quizá buscaba que el destino le pusiera en su
camino el cuello de un sesentón.
Se rió de inmediato. Una risa
acogedora y realmente simpática.
-No hombre, no. No quiero morderle,
además, está prohibido por la
Reina Amanda. Probablemente ya tiene pensado su futuro,
caballero.
“Joder” me vino a la cabeza.
De nuevo rió, esta vez con mayor
ahínco.
-Tampoco, señor. Nada de lo que le ha
pasado por la cabeza es lo que le espera. Pero atienda.
Simulé tranquilizarme. Creo que no fui
demasiado convincente.
-Visto así, por mi maestro.
Parecía haberse olvidado de mis
angustias, de momento presupuse.
-Mi gran y admirado maestro.
Parecía estar esperando que
reaccionara.
Por fin lo hice.
-¿Y su maestro es…?
-Fue, elegante caballero.
Me forzó aquel elogio a observarme.
Pues sí, era cierto, Como por arte de…, supuse que de la capacidad por lograr sin
esfuerzo lo deseado por los vampiros,
vestía un chaqué que me iba que ni pintado. ¿Y cuándo me había ataviado de
aquella elegante guisa?
-No se atormente. Y sí, mi maestro fue
un gran maestro. Trabajé durante años en su taller, junto a él y su maestría.
Me estaba empezando a poner de los
nervios con tanto maestro y encima, lo del chaqué.
-El Bosco.
Me costó situarme, de modo que volvió
a ayudarme.
-El gran maestro que tanto estudio ha
suscitado. Y mire, por allí aparece San Antonio Abad. Lo pintó en diferentes
ocasiones.
Fijé mi atención hacía el punto que me
indicaba el Boscano y sí, era cierto, un monje con hábito para nada relacionado
con las elegantes indumentarias de la mayoría de los presentes, aparecía a lo
lejos, con una cruz de madera en sus manos.
No entendía nada. ¿Invitaban los
vampiros a personajes religiosos para que violentaran sus festejos? ¿O acaso lo
hacían para seguir torturándolos con sus maldades?
De nuevo fue el Boscano el que
respondió.
-En absoluto, caballero. Se trata de
un requerimiento especial de la Reina
Amanda.
Realmente me estaban sometiendo a una
dura e intransigente vivencia.
Quiso aclarármelo.
-No es el verdadero santo, es uno de
los nuestros, que gusta de disfrazarse, para atemorizar con ese juguetito a los
más jóvenes e inexpertos.
Comenzó entonces a sonar una música
muy enriquecedora. Un minué que emanaba de la zona más cercana al edificio de
la ermita. Consiguió el sonido que muchos de los presentes se lanzaran a
danzar, cogidos de sus manos hombres y mujeres y siguiendo los estrictos
cánones de las danzas del dieciocho. También el Boscano se unió al grupo.
Me quedé observando, apartándome del
circuito que reseguían en sus cuidadosos movimientos, aquel uniforme conjunto de
danzantes. Fue entonces cuando se me acercó una mujer joven, rubia y con larga
melena de cabello lacio. Sus ojos me parecieron azules y fríos como el hielo.
Me miró y sonrió antes de ofrecerme su escuálida y blanquecina mano. La besé
obviamente y con mi gesto apareció su voz, un timbre que imantaba a pesar de la
lejanía con que se hacía presente.
-Alfano. La princesa Alfano.
Me asusté, lo reconozco, sobre todo
porque me sentí tan atraído por aquella voz e imagen que me dio por pensar que
si a ella le apetecía engullir toda mi sangre, nada opondría a su deseo. Pero
no era mi sangre lo que al parecer la había llevado hasta mí.
-Quiero que escribas sobre el tango.
Mi expresión de desconcierto la forzó
a aclararse.
-¿No conoces el tango?
-¿El de Argentina? –le propuse un
tanto nervioso.
-¿Existe algún otro, escritor?
Me fijé entonces en que entre el grupo
de danzarines permanecía una pletórica Patricia acompañando a un hombre alto,
quizá más de dos metros. Vestía ella un vestido azul de tul y su hermosa melena
se regocijaba de ondularse coqueta y femenina al viento tras cada movimiento.
Me pareció espléndida.
-¿Tu estrella? –oí que me cuestionaba
la rubia Alfano.
Ante mi dubitación ella prosiguió.
-Sería una espléndida princesa de las
tinieblas. ¿Se lo has propuesto o se lo propondrás?
Aquel modo de cuestionar el
planteamiento me molestó lo suficiente para que aquella mujer enigmática a la
vez que atractiva se riera.
-Ya veo. Sigues pensando que eres tú su
Dueño.
-Lo soy –le respondí sin remordimiento
alguno por mostrar mi alteración.
>Lo soy y lo seguiré siendo,
siempre –apostillé al tiempo que ella me tomaba por la cintura a la vez que
acercaba su boca a la mía.
-¿Eso crees, escritor?
-Sí, lo creo, por completo –me atreví
aun temiendo su reacción.
Su risa fue en aumento y me pareció
que era el preludio de mi final como ser humano que tiene a la muerte como a su
conclusión vital.
Me besó en los labios, dejándome
totalmente anonadado al percibir una quemazón parecida a la que propone el
hielo cuando lo paseas por tus zonas más sensibles.
-Eres cómico aunque también me pareces
mimosito –me largó al despegárseme.
Nunca en mi vida nadie, me había
calificado con aquellos dos adjetivos. Se lo comenté.
-Lo sé. De ti, lo sabemos todo. Es
nuestra gran ventaja. Saberlo todo de vosotros, ilusos e ingenuos petimetres.
Me asusté y me molestó, todo al mismo
tiempo. No sabía por cual de las dos sensaciones inclinarme. Me ayudó ella.
-Mejor asústate, sobre todo si la Reina sigue empeñada en lo
que tiene in mente para ti.
Me jodía que aquellos seres que por
momentos me parecían amigables y en otros me hacían temer lo peor, tuvieran
capacidades desconocidas por mí. Fui a comentárselo. Ella de nuevo se me
avanzó, como lo había hecho anteriormente el Boscano.
-Pues si te jode que no poseas esas
habilidades, déjame que te sorba. Luego, serás como yo y los demás.
Se me pasó por la cabeza, en el
instante en que la música del dieciocho dejó de sonar apareciendo en su lugar
un estridente rock and roll, dejarme tentar por aquella atrayente tentación.
Alfano no me dio opción a que se lo manifestara pues se apartó enloquecida de
mi lado. La vi comenzar a brincar y realizar todo tipo de piruetas junto al
tipo que había observado minutos antes junto a Patricia. Fue entonces cuando mi
protagonista se me acercó, sudorosa pero muy satisfecha. Con ella, Perla y
Amelia.
(Continuara…)
Arturo Roca
(13/10/2016)
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