Mi sumisa, es una vampira.
V
Me desperté al notar contra mi piel un
helor persistente. Y fue abrir los ojos y a pesar de la total oscuridad que me
envolvía, que me pareció estar custodiado por dos cuerpos femeninos. Acomodé mi
vista a aquella absoluta negrura y tras palparlos constaté que eran las
anatomías de Amelia y la rubita las que estaban echadas junto a mi, cada una a
un lado, quizá decididas a no dejarme escapar.
Comencé a tiritar puesto que la lumbre
de la chimenea estaba prácticamente finiquitada y ese temblequeo hizo que
primero la rubita y luego mi nueva sumisa se despertaran en primer término y me
abrazaran a continuación. Consiguieron que el temblor fuera a más ya que sus
cuerpos no mantenían el calor que los humanos en estado vivo generamos.
No quise contrariarlas y por ello se
lo manifesté con mucha afabilidad.
-No hace falta que me estrujéis. Ya me
recompongo.
Me levanté y no tardé nada en
abrigarme con la ropa que estaba tirada por el suelo, ambas observando mi
aparatosa forma de vestirme en medio de la dificultosa falta de luz.
Di por supuesto que las vampiras son
capaces de ver en la oscuridad por lo que nada de lo concerniente a mi anatomía
les habría sido vedado. De hecho me pareció escuchar unas sonrisitas de
picardía muy propias de mujeres jóvenes y aún poco hechas o de ancianas que
hace tiempo no asisten a visiones de machos en pelotas.
Quise decir algo en favor de mi
virilidad pero me contuve, ¿de qué hubiera servido? Su juicio ya estaba emitido.
No obstante ambas, se incorporaron, llegando
a continuación hasta mí, para volver a abrazarme. Esta vez su gelidez ya no me
afectó, pues había ya cubierto mi epidermis con las prendas de abrigo.
-Le amamos Amo –sentenciaron al
unísono.
Me agradó aquella melodiosa
declaración. Me sentí especial, posiblemente único. Que dos mujeres jóvenes y
además vampiras me ofrecieran su amor fue considerado de inmediato por mi mente
como algo excepcional, una experiencia que pocos humanos habrían degustado en
el pasado, aunque no descarté que puedan gozarlo algunos otros, en el futuro.
-¿Tenéis hambre?
De repente me di cuenta de mi torpeza.
Pero ya no me era dado enmendarla. Ambas sonrieron y se abrazaron. Me pareció entonces
que pleiteaban en susurros por ser la primera en saciarse.
Esta vez no pude remediarlo.
-Si estáis pensando en mi sangre,
olvidadlo, no quiero formar parte de vuestro círculo más íntimo, preciosas esclavas.
Madre mía. El haberlas calificado con
aquel término operó en ellas un cambio de estrategia o eso di por sentado
cuando Amelia se acercó y se arrodilló frente a mi bragueta.
-Espera niña, que no vas a ver bien
donde…
Me dirigí hasta la repisa en la que
había unas velas y no tardé nada en encenderlas. Luego me apresuré a llegar
hasta la ventana que tenía más cerca y cuando estaba a punto de abrir el postigo,
la rubia gritó desaforada: –¡¡no por favor, Señor!!
Aquel arrebato hizo que me detuviera.
Me giré un tanto asustado y entonces advertí la intensa belleza gélida de
aquellas dos jóvenes. Cuan afortunado me consideré al observar a Amelia todavía
de rodillas y a la rubia expresando su pavor al tiempo que sus pechitos
parecían querer interpretar una sensual danza.
-¿Qué ocurre? –les cuestioné un tanto
desconcertado.
-Moriremos si dejáis entrar la luz, mi
Señor.
Había sido Amelia que tras especificar
sus temores se postró cuan larga era en el suelo, imitando la pasiva posición
de una alfombra.
Busqué una silla y me acomodé.
-A ver si me aclaro o me lo aclaráis,
preciosas damitas.
>Tu padre, el que dijo serlo
adoptivo, me confesó ayer que eso de que el sol os destruye, son, ¡patrañas! –Y
grité este último término intentando imitarlo.
-¿No es acaso cierto?
Se incorporó de esa humillada posición
mi nueva sumisa y abrazándose de nuevo a la rubita, compusieron una expresión
de contento, sonriendo ambas y repartiendo sus miradas entre ellas y sobre mí,
que realmente andaba ya con la mosca tras la oreja, que de nuevo me hizo creer seguía
siendo el ser más afortunado del universo. ¿Me estaban no obstante haciendo luz
de gas?
-Y ahora, bellezas de ultratumba, ¿de
qué reís, de mi desconocimiento de vuestro mundo?
-No Señor –respondieron de nuevo al
unísono.
-¿Entonces?
Se acercaron hasta donde me hallaba
sin dejar de abrazarse, como si realmente se estuvieran obsequiando calor, que
supuse no podía ser humano sino que debía ser de naturaleza vampírica por tanto
inapreciable para mi constitución física.
Cuando estuvieron ya frente a mí, a
unos pocos centímetros, se arrodillaron.
-Mi supuesto padre, está loco. Senil
me parece que denomináis los humanos.
-A ver, y no me volváis más loco, os
lo ruego, ¿en vuestro mundo se puede estar senil?
-Claro mi Amo. Vivimos mucho tiempo y
eso hace que nos vayamos deteriorando y mucho más si hemos pasado a la
inmortalidad cuando ya teníamos una edad. Es lo que le ha ocurrido a mi
supuesto padre.
Me estaba comenzando a sentir, además
del ser más afortunado del universo, también el más desconcertado sobre la faz
de la tierra. Sabía de los vampiros lo que había visto en películas y nunca
ningún director había señalado que esos atractivos seres para mucha gente pudieran
trasladarse a su nueva vida con sus anomalías físicas. Bien, cierto era que en
algunos filmes, por ejemplo en el de Polanski, aparecían ancianos y con
achaques propios de la edad, incluso con su homosexualidad a cuestas, pero
¿senilidad?
Intenté recomponerme, un deseo que por
otro lado no era nada sencillo teniendo y sobre todo observando la belleza de
aquellos dos jóvenes cuerpos plenos de la feminidad más erótica que se pueda
contemplar. No obstante lo logré, aunque lo reconozco, con apuros.
-Entonces, ¿a ver si me aclaro?
De nuevo las sonrisitas cómplices y
con tintes picarones a la vez que seguían aquellos excitantes toqueteos entre
mis adeptas.
-Y dejad de reír, joder, y tocaros, que
me estáis poniendo… –iba a decir de los nervios, pero en realidad me estaban
poniendo cachondo perdido. Opté por no presentarme tan viril y dispuesto, no
fueran a lanzarse en tromba sobre mi pene que ya se sentía el miembro más
deseado y sobre todo deseoso.
De nuevo fue Amelia la que tomó la
iniciativa.
-Es un vampiro con Alzheimer. En
realidad, si le pregunta quienes somos o quien es él, puede que no le conteste
o si lo hace, cada vez dirá una cosa. Ya verá si vuelve. Compruébelo Usted
mismo, Amo.
Me sentía enturbiado por tanta
información novedosa. La rubita fue la que mejor lo percibió.
-Es lo que tiene nuestro mundo.
No entendí a qué se refería y mi gesto
lo evidenció, al menos para mi sumisa.
-No le haga tampoco caso a Perla
–intervino como consecuencia Amelia.
-¿Perla? ¿Tú eres Perla? –pregunté
dirigiéndome entonces a la rubita.
-Lo soy Amo, aunque solo para Usted.
Joder, joder, joder, ¿estaban
intentando volverme loco? No recordaba que hubiera dicho ese nombre al llegar a
la cabaña unas horas antes. De hecho no recordaba que hubiera dicho ningún
nombre.
Amelia entonces se me acercó, para
sentarse en mis rodillas. Mi polla, porque ya no era solamente mi pene,
enloquecida y bullendo de sangre por que
la chuparan, no a la sangre, sino a toda ella y enterita.
-Ya sé Amo, que le cuesta entendernos
y seguirnos. No sufra, nosotras dos se lo iremos aclarando todo, pero lo
importante no es que nos entienda, es sobre todo que goce de lo que somos y le
ofrecemos. Hágalo sin reprimirse, de modo que si me permite… –y se lanzó a engullir
mi rebelde polla. Me temí que fuera no sola ella es decir, él, mi pene, el que
gozara de tan sublime encuentro, sino que también lo hiciera mi sumisa vampira
a partir del instante en que hubiera vaciado por completo mis testículos y a
continuación, hambrienta todavía o ofreciéndole el puesto a Perla, me succionaran
toda la sangre acumulada en mi miembro gracias al ánimo que había puesto en gozar
de una buena mamada. Una de esas que recuerdas aun después de muerto.
En realidad y cuando explosionó, mi
cerebro y corazón, al mismo tiempo que mi viciosa polla, nada me hubiera
importado que se me hubieran merendado la sangre, pues quiero gritarlo a los
cuatro vientos, me había trasportado mi nueva sumisa, al paraíso. ¿Para qué
abandonarlo entonces? En aquel excepcional momento, me daba igual en calidad de
qué podría seguir disfrutándolo.
(Continuara…)
Arturo Roca
(22/09/2016)
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