martes, 27 de septiembre de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA (V)

Mi sumisa, es una vampira.

V

Me desperté al notar contra mi piel un helor persistente. Y fue abrir los ojos y a pesar de la total oscuridad que me envolvía, que me pareció estar custodiado por dos cuerpos femeninos. Acomodé mi vista a aquella absoluta negrura y tras palparlos constaté que eran las anatomías de Amelia y la rubita las que estaban echadas junto a mi, cada una a un lado, quizá decididas a no dejarme escapar.
Comencé a tiritar puesto que la lumbre de la chimenea estaba prácticamente finiquitada y ese temblequeo hizo que primero la rubita y luego mi nueva sumisa se despertaran en primer término y me abrazaran a continuación. Consiguieron que el temblor fuera a más ya que sus cuerpos no mantenían el calor que los humanos en estado vivo generamos.
No quise contrariarlas y por ello se lo manifesté con mucha afabilidad.
-No hace falta que me estrujéis. Ya me recompongo.
Me levanté y no tardé nada en abrigarme con la ropa que estaba tirada por el suelo, ambas observando mi aparatosa forma de vestirme en medio de la dificultosa falta de luz.
Di por supuesto que las vampiras son capaces de ver en la oscuridad por lo que nada de lo concerniente a mi anatomía les habría sido vedado. De hecho me pareció escuchar unas sonrisitas de picardía muy propias de mujeres jóvenes y aún poco hechas o de ancianas que hace tiempo no asisten a visiones de machos en pelotas.
Quise decir algo en favor de mi virilidad pero me contuve, ¿de qué hubiera servido? Su juicio ya estaba emitido.
No obstante ambas, se incorporaron, llegando a continuación hasta mí, para volver a abrazarme. Esta vez su gelidez ya no me afectó, pues había ya cubierto mi epidermis con las prendas de abrigo.
-Le amamos Amo –sentenciaron al unísono.
Me agradó aquella melodiosa declaración. Me sentí especial, posiblemente único. Que dos mujeres jóvenes y además vampiras me ofrecieran su amor fue considerado de inmediato por mi mente como algo excepcional, una experiencia que pocos humanos habrían degustado en el pasado, aunque no descarté que puedan gozarlo algunos otros, en el futuro.
-¿Tenéis hambre?
De repente me di cuenta de mi torpeza. Pero ya no me era dado enmendarla. Ambas sonrieron y se abrazaron. Me pareció entonces que pleiteaban en susurros por ser la primera en saciarse.
Esta vez no pude remediarlo.
-Si estáis pensando en mi sangre, olvidadlo, no quiero formar parte de vuestro círculo más íntimo, preciosas esclavas.
Madre mía. El haberlas calificado con aquel término operó en ellas un cambio de estrategia o eso di por sentado cuando Amelia se acercó y se arrodilló frente a mi bragueta.
-Espera niña, que no vas a ver bien donde…
Me dirigí hasta la repisa en la que había unas velas y no tardé nada en encenderlas. Luego me apresuré a llegar hasta la ventana que tenía más cerca y cuando estaba a punto de abrir el postigo, la rubia gritó desaforada: –¡¡no por favor, Señor!!
Aquel arrebato hizo que me detuviera. Me giré un tanto asustado y entonces advertí la intensa belleza gélida de aquellas dos jóvenes. Cuan afortunado me consideré al observar a Amelia todavía de rodillas y a la rubia expresando su pavor al tiempo que sus pechitos parecían querer interpretar una sensual danza.
-¿Qué ocurre? –les cuestioné un tanto desconcertado.
-Moriremos si dejáis entrar la luz, mi Señor.   
Había sido Amelia que tras especificar sus temores se postró cuan larga era en el suelo, imitando la pasiva posición de una alfombra.
Busqué una silla y me acomodé.
-A ver si me aclaro o me lo aclaráis, preciosas damitas.
>Tu padre, el que dijo serlo adoptivo, me confesó ayer que eso de que el sol os destruye, son, ¡patrañas! –Y grité este último término intentando imitarlo.
-¿No es acaso cierto?
Se incorporó de esa humillada posición mi nueva sumisa y abrazándose de nuevo a la rubita, compusieron una expresión de contento, sonriendo ambas y repartiendo sus miradas entre ellas y sobre mí, que realmente andaba ya con la mosca tras la oreja, que de nuevo me hizo creer seguía siendo el ser más afortunado del universo. ¿Me estaban no obstante haciendo luz de gas?
-Y ahora, bellezas de ultratumba, ¿de qué reís, de mi desconocimiento de vuestro mundo?
-No Señor –respondieron de nuevo al unísono.
-¿Entonces?
Se acercaron hasta donde me hallaba sin dejar de abrazarse, como si realmente se estuvieran obsequiando calor, que supuse no podía ser humano sino que debía ser de naturaleza vampírica por tanto inapreciable para mi constitución física.
Cuando estuvieron ya frente a mí, a unos pocos centímetros, se arrodillaron.
-Mi supuesto padre, está loco. Senil me parece que denomináis los humanos.
-A ver, y no me volváis más loco, os lo ruego, ¿en vuestro mundo se puede estar senil?
-Claro mi Amo. Vivimos mucho tiempo y eso hace que nos vayamos deteriorando y mucho más si hemos pasado a la inmortalidad cuando ya teníamos una edad. Es lo que le ha ocurrido a mi supuesto padre.
Me estaba comenzando a sentir, además del ser más afortunado del universo, también el más desconcertado sobre la faz de la tierra. Sabía de los vampiros lo que había visto en películas y nunca ningún director había señalado que esos atractivos seres para mucha gente pudieran trasladarse a su nueva vida con sus anomalías físicas. Bien, cierto era que en algunos filmes, por ejemplo en el de Polanski, aparecían ancianos y con achaques propios de la edad, incluso con su homosexualidad a cuestas, pero ¿senilidad?
Intenté recomponerme, un deseo que por otro lado no era nada sencillo teniendo y sobre todo observando la belleza de aquellos dos jóvenes cuerpos plenos de la feminidad más erótica que se pueda contemplar. No obstante lo logré, aunque lo reconozco, con apuros.
-Entonces, ¿a ver si me aclaro?
De nuevo las sonrisitas cómplices y con tintes picarones a la vez que seguían aquellos excitantes toqueteos entre mis adeptas.
-Y dejad de reír, joder, y tocaros, que me estáis poniendo… –iba a decir de los nervios, pero en realidad me estaban poniendo cachondo perdido. Opté por no presentarme tan viril y dispuesto, no fueran a lanzarse en tromba sobre mi pene que ya se sentía el miembro más deseado y sobre todo deseoso.
De nuevo fue Amelia la que tomó la iniciativa.
-Es un vampiro con Alzheimer. En realidad, si le pregunta quienes somos o quien es él, puede que no le conteste o si lo hace, cada vez dirá una cosa. Ya verá si vuelve. Compruébelo Usted mismo, Amo.
Me sentía enturbiado por tanta información novedosa. La rubita fue la que mejor lo percibió.
-Es lo que tiene nuestro mundo.
No entendí a qué se refería y mi gesto lo evidenció, al menos para mi sumisa.
-No le haga tampoco caso a Perla –intervino como consecuencia Amelia.
-¿Perla? ¿Tú eres Perla? –pregunté dirigiéndome entonces a la rubita.
-Lo soy Amo, aunque solo para Usted.
Joder, joder, joder, ¿estaban intentando volverme loco? No recordaba que hubiera dicho ese nombre al llegar a la cabaña unas horas antes. De hecho no recordaba que hubiera dicho ningún nombre.
Amelia entonces se me acercó, para sentarse en mis rodillas. Mi polla, porque ya no era solamente mi pene, enloquecida y bullendo de sangre  por que la chuparan, no a la sangre, sino a toda ella y enterita.
-Ya sé Amo, que le cuesta entendernos y seguirnos. No sufra, nosotras dos se lo iremos aclarando todo, pero lo importante no es que nos entienda, es sobre todo que goce de lo que somos y le ofrecemos. Hágalo sin reprimirse, de modo que si me permite… –y se lanzó a engullir mi rebelde polla. Me temí que fuera no sola ella es decir, él, mi pene, el que gozara de tan sublime encuentro, sino que también lo hiciera mi sumisa vampira a partir del instante en que hubiera vaciado por completo mis testículos y a continuación, hambrienta todavía o ofreciéndole el puesto a Perla, me succionaran toda la sangre acumulada en mi miembro gracias al ánimo que había puesto en gozar de una buena mamada. Una de esas que recuerdas aun después de muerto.
En realidad y cuando explosionó, mi cerebro y corazón, al mismo tiempo que mi viciosa polla, nada me hubiera importado que se me hubieran merendado la sangre, pues quiero gritarlo a los cuatro vientos, me había trasportado mi nueva sumisa, al paraíso. ¿Para qué abandonarlo entonces? En aquel excepcional momento, me daba igual en calidad de qué podría seguir disfrutándolo.
   

(Continuara…)
Arturo Roca

(22/09/2016)

No hay comentarios:

Publicar un comentario