lunes, 19 de septiembre de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA - IV

Mi sumisa, es una vampira.

IV

De pronto, me quedé solo, pues Patricia se había llevado al rubio y a su esclavo rufián al interior del manuscrito y mi nueva sumisa, la vampira, había desaparecido, ves a saber dónde, con su nueva acólita. Imaginé que para comenzar a sorberle la sangre, que por lo que pude comprobar en su semblante, debía estar de rechupete puesto que la muchacha ofrecía una imagen de salud impecable y en cuanto al padre adoptivo, el vampiro mayor, supuse que al salir por la ventana y volando, se habría ido en busca de su féretro, aunque os soy sincero, no supe responderme dónde narices lo tendría. Se me ocurrió que quizá en algún pequeño cementerio de alguna ermita perdida por aquellos solitarios montes. En realidad me importaba un comino ya que lo más relevante para mí en aquellos instantes fue alimentar el fuego, que parecía querer irse también a descansar para dejarme solo y tiritando. A continuación me acosté en el camastro que había colocado junto a la chimenea en cuanto me hice con esa cabaña, puesto que duermo siempre en pelotas, vamos, completamente desnudo.
No tardé nada en estar viajando por el mundo onírico, ese en el que me desenvuelvo de maravilla. Para mi desgracia no tardaron en aparecer a mi entorno, imágenes de Patricia y el chaval rubio intercaladas con las propias de mi nueva sumisa Amelia y la rubita angelical. Lo presupuesto, Patricia estaba logrando que el rubio gozara como nunca más lo hará en su vida, ya sea la real o la ficticia y Amelita se estaba regalando un resopón de miedo agarrada al prístino cuello de la chica. Pero lo cierto era que los cuatro mostraban unas sonrisas de satisfacción como pocas veces he contemplado en sueños, aunque tampoco y os soy sincero, en la cruda, cruel o maravillosa realidad. Era un verdadero festín asistir en primera fila a aquel desmadre sexual hemofílico ya que mi Amelita no desdeñó proseguir con el virginal coño de la chica en cuanto sintió su barriga llena del portentoso líquido rojo y desde luego Patricia no dejó de arañar la espalda del muchacho, provocándole sanguinolentas erupciones mientras se lo follaba como una posesa, por tanto, sangre y jugos por doquier. Tanto me afectaron, en bien claro, aquellas tórridas y antropófagas escenas que mi miembro consideró que debía unirse a la fiesta y por tanto se tomó la libertad de presentarse para revista y a continuación, caso de llamar la atención, embestir a cualquiera de las presentes en el sueño.
No hubo caso, ni con mi sumisa, ocupada por completo con la rubia, que al parecer no era tan virgen como la piel de su monte de Venus podía aventurar, sino que por lo visto tenía versátil experiencia en saciar a sus compañeros o en este caso compañera, de juego. Tampoco por supuesto con Patricia, pues ya me dejó claro en cuanto la creé que no era mujer que se acostara con escritores.
Por otro lado, en absoluto se mezclaron las parejas, por lo que en cuanto estuvieron saciadas las mandamases, es decir, Patricia y Amelia, se durmieron abrazados las, y él bendito.
El muchacho por completo derrotado pues cuando Amelia y la rubita fueron acogidas por Morfeo, Patricia aun lo tuvo más de media hora exigiéndole firmeza, un requerimiento que el joven no solo cumplió, sino que propició que mi gran heroína exclamara, como si se tratara de un cumplido: “casi me lo has dejado en carne viva”. Se refería, ya lo habréis supuesto, a las paredes de su vagina, en realidad a su coño.
Por fin podía echar una cabezadita sin que nada especialmente turbador enturbiara y valga la redundancia, mi descanso. Pero para mi jodida desgracia, entonces apareció para torturarme, el papa vampiro. Lo primero que me soltó: – ¿te agradaría ser uno de los nuestros? No solo podrías gozar de la golfa y sumisa de Amelia, pues entre nosotros las hay a montones.
Se me ocurrió cuestionarle, pero no me atreví: “¿de golfas o de sumisas?”. Tampoco hizo falta, él me respondió, como si hubiera leído en mi cerebro o quizá recibido telepáticamente la pregunta.
-De ambas. Cuando devienen vampiras, ya no tienen límite, su nivel de golferío es proverbial. ¿Por qué te crees que vivimos de noche?
-Pues, sinceramente, creo que, ¿por el sol?
-¡Patrañas! –gritó el susodicho y además realmente malhumorado.
Me asustó, lo reconozco.
-¿Y entonces? –le cuestioné con mucha delicadeza.
-Pues porque es de noche que vive el vicio, joder.
Me pareció que el habérmelo confesado le propinaba una especie de golpe en la barriga o quizá peor, en los huevos.
Me investí de un valor que ya comenzaba a creer que no poseía y…: – ¿así no es cierto que el sol os achicharre?
-¡Patrañas! –volvió a soltar, todavía más encrespado. Sin duda esa palabra le gustaba y además, soltarla con firmeza, autoridad, cojones, vamos. ¿Sería un Dominante frustrado?
-Mañana, es decir, de aquí a una hora, te lo demostraré.
Joder, me vino a la mente, “¿solo una hora me iba a permitir dormir el muy capullo?”
Creo que me entendió o de nuevo mi mente le trasladó, traidora ella, mi pensamiento, pues me soltó, aunque esta vez sin tanta rudeza: –el  capullo lo serás tú, que permites que asalten tu casa con cualquier burda excusa. O ¿acaso crees que se les ha estropeado el coche? Venían buscando eso, follar a mansalva, capullo y tú les has brindado una oportunidad de excepción al encontrarse con esas dos golfantas de aúpa.
Se refería, ya lo habréis supuesto, a Patricia y Amelia.
Fui a responderle pero se me avanzó.
-Y nada les importará convertirse en personaje de novela uno y en vampira la otra. Mucha más juerga, capullo.
Estaba por ponerme de rodillas en el sueño, o quizá en la misma puta realidad, frente al papa adoptivo de Amelia y suplicándole, rogarle que hiciera conmigo lo que le apeteciera durante un corto espacio de tiempo, pero que luego me dejara dormir sin soñar, sobre todo sin soñar, durante… ¿qué tal diez horas?   
Nunca entenderé el mundo del vampirismo, pero ¿os creéis que desapareció de mi sueño como por arte de magia?
Por fin podía intentar recuperarme.

-¿Me permitirás comerle el coño a esa dama?
-¿No te ha gustado el mío?
-Desde luego, pero esa mujer, desde que leí la novela, me tiene atrapada. Aunque te lo acepto, la experiencia de que me chuparas la sangre, me ha parecido, fastuosa.
-¿Seguro? ¿No me mientes, rubita angelical?
-¿Y por qué habría de hacerlo? Si en algo me distingo es que siempre soy sincera, cueste lo que cueste. ¿No te parece bien?
Amelia besó a la joven. Un beso profundo pero revestido de esa languidez que permite creer que puede ser el último y por tanto el mejor.
-Está bien –le señaló al separarse. –Pero no te acostumbres y sobre todo no permitas que con sus artes maléficas te convenza de meterte en la novela. Si quiere saber cómo lo haces, fuera, en la realidad, que en la ficción ella es una maestra inigualable. Y sino, espera a ver otra vez a tu  amigo –y entonces Amelia se rió de una forma tan gélida como sarcástica.
-¿Quieres decir que ya no volverá a salir de la ficción?
-Jamás. A no ser que a ella le apetezca pasearlo en la realidad, vamos, como ha hecho con su puto esclavo, ese rufián que lo era hasta que se lo llevó a su mundo.
-Me estás dando miedo, cariño –le susurró la joven rubia a Amelia.
-Pues no quiero que lo tengas. Además, cuando me haya tragado toda tu sangre, serás una más entre nosotras. Y mucho más bella y puede que puta.
Esta vez la que sonrió al oír aquel calificativo, fue la chica.
-¿Tanto se me nota?
-Querida, tan pronto cruzaste la puerta de la cabaña, intentando hacernos creer esa estupidez de lo del coche, te calé.
>Por eso te pronosticó una placentera vida entre nosotros, los verdaderos y únicos dueños de la noche.
>No veas lo jodidamente bien que te lo vas a pasar yendo de discotecas.
-¿A chupar sangre de los tíos buenos?
Amelia sonrió, ladina pero a la vez picarona.
-O lo que a ti te apetezca. No habrá ni uno que se niegue a una buena, chupada.
-Pero a mi también me gusta… –lo sé, pervertida. Sé perfectamente lo que también te gusta. Pues no sufras, lo tendrás y tanto como seas capaz de consumir.
Se volvieron a abrazar para volver a rendirse al Morfeo de los vampiros que como saben todos ellos gusta más del día para acomodarlos entre sus fauces.
 El escritor, como es lógico, nada había oído ni visto de aquel pasaje de las dos mujeres, muy pronto vampiras ambas. Tampoco en esos sueños tan premonitorios que suele disfrutar o quizá no tanto.

 (Continuara…)
Arturo Roca

(15/09/2016)

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