Mi sumisa, es una vampira.
II
Aquella amenaza ya no me la tomé en
broma, tampoco lo había hecho con la afirmación de la bella…, vampira, aunque
en mi fuero interno ya daba por sentado que el haber tenido la brillante idea
de alejarme del mundanal ruido había sido la causa de que una vampira viniera a
mi. Se me ocurrió entonces.
-¿Y…, cómo deseas, que te, someta?
>Tengo entendido, que sois…vosotros
los que sometéis a los humanos.
Se rieron padre e hija de forma
estentórea. Imaginé que a causa no solo de las preguntas, también del tono en
que las expresé. ¿Tan estúpido les parecía? Sinceramente, nunca he dominado a
una vampira, vamos, que yo sepa, aunque alguna mujer que he conocido…, pero
dejémoslo ahí y por tanto, corramos un tupido velo.
-Así pues, ¿qué te parece si me das
alguna pista? –me atreví a lanzarles mientras seguían en su particular
jolgorio. Temía además que despertaran a Patricia y embebida de su poder
dominante decidiera convertirse ella en la Dómina de padre e hija, aunque el señor grisáceo
nada había comentado sobre ser dominado, pero ya conocéis a mi Patricia
Tregnant, es capaz de apoderarse de la mente y cuerpo de cualquiera que se le
acerque aunque esté a un kilómetro de distancia y aquellos dos seres, estaban
tan cerca del manuscrito en el que todavía dormitaba y tranquila.
“Joder”, exclamé para mis adentros
cuando el supuesto papá vampiro se acercó al documento y comenzó a hojearlo. Lo
hizo en un plis plas, leerlo.
-¿Eso escribes, escritor?
-Eso y muchas otras cosas, señor
vampiro –le respondí sin lograra ocultar mi preocupación. Tampoco quería pasar
por un maleducado, aunque si os soy sincero, temí que mi trato fuera
considerado por su hija, la candidata a convertirse en mi sumisa, como fuera de
lugar o impropio de un verdadero Amo.
No fue así. En contra de lo esperado,
ella se arrastró por el suelo hasta mis pies y de nuevo me los enfrió con su
nuevo beso. “Joder con la niña vampira”. Estuve por gritarle que sino los veía
cubiertos con calcetines de gruesa lana, que dejara de hacerme carantoñas, que
me iba a provocar sabañones y de paso propiciarme una pulmonía para morir allí
encerrado antes de que pudiera gozar de mi poder omnímodo. Eso le hubiera dicho
en caso de reclamarme un por qué y que pensara lo que le diera la real gana.
De todos modos, os lo confieso, me
gustaba como besaba. Se lo reconocí, aunque al mismo tiempo aproveché para
deslizar con delicadeza ese otro aspecto, el del frío.
Me sonrió desde su posición y con
aquella expresión di por sentado que sí, que era sincera y que por tanto
debería atender, como es de rigor hacia una señorita vampira, a aquella damita,
propiciándole todo lo que a una sumisa le agrada de su Amo, es decir, que la
lleve por esa senda de arrabal en que puede no solo arrastrarse ante él y ante
aquellos que él le indique y apetece sino que además obtiene con elegancia y
firmeza de su interior sus más oscuras perversiones, para escenificarlas con
ella de prima donna y las más atrevidas parafernalias, ya que las liturgias
siempre han sido del agrado de los humanos y por tanto también de los vampiros,
al fin y al cabo, humanos en su inicio.
En ocasiones llego a pensar que quizá
son los Dominantes los dominados, pero dejémoslo de momento, quizá en otro
debate…
-Me gusta –oí entonces de boca del
padre adoptivo. Fue un comentario tan escueto y en tono tan lacónico que
incluso sentí temor de preguntarle a qué se refería. Me lo aclaró mi nueva
adepta, aun echada a mis pies.
-Le ha gustado lo que ha leído y eso
creo que…
Se detuvo la muchacha chupa sangre y
me dejó suspendido en el interrogante. Me estaba carcomiendo y por tanto creí
necesario señalárselo, al papá adoptivo.
De nuevo fue la hijita la que
contribuyó a seguir manteniéndome inmerso en aquel extraño juego.
-Creo que le caes bien y quizá te
proponga…
Fue entonces cuando apareció Patricia,
más sensual que nunca, lo hizo acompañada de su guardaespaldas, el amigo y
sobre todo esclavo Rufián, el que yo había creado para ella. No se mostraron
muy amables, por lo que tuve que interponerme entre las dos parejas no fuera a
suceder algo de lo mal llamado inevitable.
-¿Te decides o qué? –me espetó entonces
con poca o nula suavidad Patricia.
-La Señora quiere dormir y la están molestando –aclaró
su Rufián.
-¿Y ese quién es? –intervino la
vampira.
-Disculpen si los hemos despertado.
Les ruego que no nos tengan en cuenta el suceso –creyó necesario participar el
papá vampiro mostrando que incluso los grandes vampiros poseen modales
refinados.
¿Me estaba volviendo loco? ¿Hasta ahí
me había llevado mi gran pasión literaria? Dos personajes ficticios discutiendo
a altas horas de la madrugada con dos supuestos vampiros. Cierto era que el
semblante de padre e hija, bien lo atestiguaba, unos rostros grises y ojos
rojizos, como si se estuvieran deleitando ya con la posible sangre que iban a
necesitar para seguir existiendo una nueva jornada o muchas más, que no sé del
cierto lo que precisan consumir en sangre los vampiros para sostener, su singular
metabolismo.
-A ver –me atreví entonces a
intervenir, armándome de valor.
-¡¿Qué?! –me respondieron los cuatro
como si formaran parte del mismo coro interpretativo.
En contra de lo que hubiera sido
normal, no me asusté. Habían fijado su mirada sobre mi y no parecían muy
adictos a escuchar mi propuesta, pero auto insuflándome un valor que creo nunca
ha sido uno de mis fuertes, detuve aquel remolino de malos augurios.
-Creo que deberíamos, en primer lugar,
sentarnos, acomodarnos, relajarnos y luego…
-¿Qué? –volvieron a la carga. Aunque
esta vez sin levantar la voz como en la anterior intervención.
-Conversamos, o mejor, ¿qué os parece
si lo hacéis vosotros cuatro, con libertad, eso sí, sin reprimiros, aunque con
respeto, y yo, voy tomando nota? ¿Os parece que puede ayudar a que nos
entendamos? “Sobre todo, yo el primero” me pasó por la mente. Naturalmente, me
abstuve de dejarlo ir.
Me pareció entonces y atendiendo a sus
asombradas, quizá perplejas miradas, que mi planteamiento los había
desorientado, tanto que incluso no sabían cómo responder. Se me ocurrió
entonces, vamos, que la cagué. ¿No voy y suelto?
-Y miro lo que hay en la despensa y
les ofrezco un piscolabis, para ayudar a
destensio…
Me acababa de dar cuenta de mi
metedura de pata y por ello mi cerebro ordenó a mis cuerdas vocales que se
detuvieran, aunque eso sí, lentamente.
¿Iba mi sumisa entonces y gracias a mi
estúpida proposición a rogarme que ofreciera mi cuello para que succionara un
poquitín del rojo líquido y así hacerme aparecer ante su progenitor adoptivo como
un amable hospitalario? Y Patricia, ¿qué iba a ordenarme le preparara? Claro
que para su esclavo Rufián no iba a ser preciso que me esmerara, pues seguro
que me lanzaría, “para el perro, las sobras”.
Rectifiqué de inmediato, lo mejor que
supe.
-Me estoy refiriendo no a un
refrigerio, sino simplemente a algún tipo de bebida.
“Joder, capullo” volvió a venirme a la
mente, “¿y la puta sangre, qué cojones es sino un líquido?”
Otra cagada. Por fortuna mi sumisa,
percibió que mi torpeza me estaba jugando una mala pasada por lo que se esmeró
en comentar al tiempo que parecía querer perdonármelas, las cagadas.
-Tranquilo Amo. No es su sangre lo que
deseó, ni yo ni por supuesto mi padre.
Entonces Patricia, rauda como tiene
por costumbre.
-Pues con la nuestra, no cuentes –le
lanzó a la vampira.
No entendí a qué sangre se refería,
pero vamos, que hizo bien en aclararlo, aunque no hubiera hecho falta. En
cambio lo hizo la vampira, mi nueva esclava, término que me vino a la cabeza
sin saber muy bien por qué y que de inmediato consideré le agradaría más a la
vampira cuando lo utilizara en ella.
-Ni lo sueñes, querida. No estamos tan
necesitados. Además, ¿de qué sangre estás hablando?
No me gustó que hubiera sido tan
directa, me temí y así sucedió, que Patricia se sintiera ultrajada.
-¿Qué dices, gorda de mierda?
La peor Patricia que yo había
concebido unos años antes, apareció. Maleducada, impertinente, rabiosa,
agresiva. Pensé que iba a ser ella la que le iba a asestar a mi vampira un buen
mordisco en su cuello.
En contra de lo temido, la chiquilla
se arrodilló frente a Patricia, con lágrimas en los ojos. Ya no tuve duda, sí,
se trataba de una vampira sumisa, pero que muy sumisa, de otro modo no se
entendía aquella reacción.
Fue el papá el que antes que Patricia propinara
el golpe definitivo, para que su hijita pasara a ser de su pertenencia sin que
yo le traspasara el contrato que aun no había firmado la vampira conmigo el que
aclaró que: –es bisexual. Y por tanto encontrarse ante una mujer de su
determinación y autoridad, la ha subyugado.
Me vino a la cabeza el preguntar, por
supuesto, sin ánimo de molestar ni ofender: “y entonces yo, ¿en qué lugar
quedo?”, pero me corregí de inmediato, puesto que, ¿qué narices iba a hacer?
¿Preguntar a un personaje de ficción creado por mi mismo si no le importaba que
volviera a recuperar la propiedad de la vampira a la que ella había llamado
gorda?
Díos mío, ¿estaba soñando o mejor
dicho, sufriendo una pesadilla de las de puro órdago?
No podía tratarse de nada más.
Entonces se oyeron, al menos yo los
oí, unos golpes en la puerta de la cabaña. Pensé en el hombre lobo, pero…
(Continuara…)
Arturo Roca
(31/08/2016)
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