jueves, 1 de septiembre de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA (II)

Mi sumisa, es una vampira.

II

Aquella amenaza ya no me la tomé en broma, tampoco lo había hecho con la afirmación de la bella…, vampira, aunque en mi fuero interno ya daba por sentado que el haber tenido la brillante idea de alejarme del mundanal ruido había sido la causa de que una vampira viniera a mi. Se me ocurrió entonces.
-¿Y…, cómo deseas, que te, someta?
>Tengo entendido, que sois…vosotros los que sometéis a los humanos.
Se rieron padre e hija de forma estentórea. Imaginé que a causa no solo de las preguntas, también del tono en que las expresé. ¿Tan estúpido les parecía? Sinceramente, nunca he dominado a una vampira, vamos, que yo sepa, aunque alguna mujer que he conocido…, pero dejémoslo ahí y por tanto, corramos un tupido velo.
-Así pues, ¿qué te parece si me das alguna pista? –me atreví a lanzarles mientras seguían en su particular jolgorio. Temía además que despertaran a Patricia y embebida de su poder dominante decidiera convertirse ella en la Dómina de padre e hija, aunque el señor grisáceo nada había comentado sobre ser dominado, pero ya conocéis a mi Patricia Tregnant, es capaz de apoderarse de la mente y cuerpo de cualquiera que se le acerque aunque esté a un kilómetro de distancia y aquellos dos seres, estaban tan cerca del manuscrito en el que todavía dormitaba y tranquila.
“Joder”, exclamé para mis adentros cuando el supuesto papá vampiro se acercó al documento y comenzó a hojearlo. Lo hizo en un plis plas, leerlo.
-¿Eso escribes, escritor?
-Eso y muchas otras cosas, señor vampiro –le respondí sin lograra ocultar mi preocupación. Tampoco quería pasar por un maleducado, aunque si os soy sincero, temí que mi trato fuera considerado por su hija, la candidata a convertirse en mi sumisa, como fuera de lugar o impropio de un verdadero Amo.
No fue así. En contra de lo esperado, ella se arrastró por el suelo hasta mis pies y de nuevo me los enfrió con su nuevo beso. “Joder con la niña vampira”. Estuve por gritarle que sino los veía cubiertos con calcetines de gruesa lana, que dejara de hacerme carantoñas, que me iba a provocar sabañones y de paso propiciarme una pulmonía para morir allí encerrado antes de que pudiera gozar de mi poder omnímodo. Eso le hubiera dicho en caso de reclamarme un por qué y que pensara lo que le diera la real gana.
De todos modos, os lo confieso, me gustaba como besaba. Se lo reconocí, aunque al mismo tiempo aproveché para deslizar con delicadeza ese otro aspecto, el del frío.
Me sonrió desde su posición y con aquella expresión di por sentado que sí, que era sincera y que por tanto debería atender, como es de rigor hacia una señorita vampira, a aquella damita, propiciándole todo lo que a una sumisa le agrada de su Amo, es decir, que la lleve por esa senda de arrabal en que puede no solo arrastrarse ante él y ante aquellos que él le indique y apetece sino que además obtiene con elegancia y firmeza de su interior sus más oscuras perversiones, para escenificarlas con ella de prima donna y las más atrevidas parafernalias, ya que las liturgias siempre han sido del agrado de los humanos y por tanto también de los vampiros, al fin y al cabo, humanos en su inicio.
En ocasiones llego a pensar que quizá son los Dominantes los dominados, pero dejémoslo de momento, quizá en otro debate…
-Me gusta –oí entonces de boca del padre adoptivo. Fue un comentario tan escueto y en tono tan lacónico que incluso sentí temor de preguntarle a qué se refería. Me lo aclaró mi nueva adepta, aun echada a mis pies.
-Le ha gustado lo que ha leído y eso creo que…
Se detuvo la muchacha chupa sangre y me dejó suspendido en el interrogante. Me estaba carcomiendo y por tanto creí necesario señalárselo, al papá adoptivo.
De nuevo fue la hijita la que contribuyó a seguir manteniéndome inmerso en aquel extraño juego.
-Creo que le caes bien y quizá te proponga…
Fue entonces cuando apareció Patricia, más sensual que nunca, lo hizo acompañada de su guardaespaldas, el amigo y sobre todo esclavo Rufián, el que yo había creado para ella. No se mostraron muy amables, por lo que tuve que interponerme entre las dos parejas no fuera a suceder algo de lo mal llamado inevitable.
-¿Te decides o qué? –me espetó entonces con poca o nula suavidad Patricia.
-La Señora quiere dormir y la están molestando –aclaró su Rufián.
-¿Y ese quién es? –intervino la vampira.
-Disculpen si los hemos despertado. Les ruego que no nos tengan en cuenta el suceso –creyó necesario participar el papá vampiro mostrando que incluso los grandes vampiros poseen modales refinados.
¿Me estaba volviendo loco? ¿Hasta ahí me había llevado mi gran pasión literaria? Dos personajes ficticios discutiendo a altas horas de la madrugada con dos supuestos vampiros. Cierto era que el semblante de padre e hija, bien lo atestiguaba, unos rostros grises y ojos rojizos, como si se estuvieran deleitando ya con la posible sangre que iban a necesitar para seguir existiendo una nueva jornada o muchas más, que no sé del cierto lo que precisan consumir en sangre los vampiros para sostener, su singular metabolismo.
-A ver –me atreví entonces a intervenir, armándome de valor.
-¡¿Qué?! –me respondieron los cuatro como si formaran parte del mismo coro interpretativo.
En contra de lo que hubiera sido normal, no me asusté. Habían fijado su mirada sobre mi y no parecían muy adictos a escuchar mi propuesta, pero auto insuflándome un valor que creo nunca ha sido uno de mis fuertes, detuve aquel remolino de malos augurios.
-Creo que deberíamos, en primer lugar, sentarnos, acomodarnos, relajarnos y luego…
-¿Qué? –volvieron a la carga. Aunque esta vez sin levantar la voz como en la anterior intervención.
-Conversamos, o mejor, ¿qué os parece si lo hacéis vosotros cuatro, con libertad, eso sí, sin reprimiros, aunque con respeto, y yo, voy tomando nota? ¿Os parece que puede ayudar a que nos entendamos? “Sobre todo, yo el primero” me pasó por la mente. Naturalmente, me abstuve de dejarlo ir.
Me pareció entonces y atendiendo a sus asombradas, quizá perplejas miradas, que mi planteamiento los había desorientado, tanto que incluso no sabían cómo responder. Se me ocurrió entonces, vamos, que la cagué. ¿No voy y suelto?
-Y miro lo que hay en la despensa y les ofrezco un piscolabis, para ayudar  a destensio…
Me acababa de dar cuenta de mi metedura de pata y por ello mi cerebro ordenó a mis cuerdas vocales que se detuvieran, aunque eso sí, lentamente.
¿Iba mi sumisa entonces y gracias a mi estúpida proposición a rogarme que ofreciera mi cuello para que succionara un poquitín del rojo líquido y así hacerme aparecer ante su progenitor adoptivo como un amable hospitalario? Y Patricia, ¿qué iba a ordenarme le preparara? Claro que para su esclavo Rufián no iba a ser preciso que me esmerara, pues seguro que me lanzaría, “para el perro, las sobras”.
Rectifiqué de inmediato, lo mejor que supe.
-Me estoy refiriendo no a un refrigerio, sino simplemente a algún tipo de bebida.
“Joder, capullo” volvió a venirme a la mente, “¿y la puta sangre, qué cojones es sino un líquido?”
Otra cagada. Por fortuna mi sumisa, percibió que mi torpeza me estaba jugando una mala pasada por lo que se esmeró en comentar al tiempo que parecía querer perdonármelas, las cagadas.
-Tranquilo Amo. No es su sangre lo que deseó, ni yo ni por supuesto mi padre.
Entonces Patricia, rauda como tiene por costumbre.
-Pues con la nuestra, no cuentes –le lanzó a la vampira.
No entendí a qué sangre se refería, pero vamos, que hizo bien en aclararlo, aunque no hubiera hecho falta. En cambio lo hizo la vampira, mi nueva esclava, término que me vino a la cabeza sin saber muy bien por qué y que de inmediato consideré le agradaría más a la vampira cuando lo utilizara en ella.
-Ni lo sueñes, querida. No estamos tan necesitados. Además, ¿de qué sangre estás hablando?
No me gustó que hubiera sido tan directa, me temí y así sucedió, que Patricia se sintiera ultrajada.
-¿Qué dices, gorda de mierda?
La peor Patricia que yo había concebido unos años antes, apareció. Maleducada, impertinente, rabiosa, agresiva. Pensé que iba a ser ella la que le iba a asestar a mi vampira un buen mordisco en su cuello.
En contra de lo temido, la chiquilla se arrodilló frente a Patricia, con lágrimas en los ojos. Ya no tuve duda, sí, se trataba de una vampira sumisa, pero que muy sumisa, de otro modo no se entendía aquella reacción.
Fue el papá el que antes que Patricia propinara el golpe definitivo, para que su hijita pasara a ser de su pertenencia sin que yo le traspasara el contrato que aun no había firmado la vampira conmigo el que aclaró que: –es bisexual. Y por tanto encontrarse ante una mujer de su determinación y autoridad, la ha subyugado.
Me vino a la cabeza el preguntar, por supuesto, sin ánimo de molestar ni ofender: “y entonces yo, ¿en qué lugar quedo?”, pero me corregí de inmediato, puesto que, ¿qué narices iba a hacer? ¿Preguntar a un personaje de ficción creado por mi mismo si no le importaba que volviera a recuperar la propiedad de la vampira a la que ella había llamado gorda?
Díos mío, ¿estaba soñando o mejor dicho, sufriendo una pesadilla de las de puro órdago?
No podía tratarse de nada más.
Entonces se oyeron, al menos yo los oí, unos golpes en la puerta de la cabaña. Pensé en el hombre lobo, pero…
   
(Continuara…)

Arturo Roca

(31/08/2016)

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