viernes, 26 de agosto de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA

Mi sumisa, es una vampiro.


Llevó ya varios semanas viviendo en solitario en medio de un bosque inmenso, en lo alto de una cordillera que me tiene apartado del mundanal ruido. Me refugié en ese lugar para aislarme por completo y poder escribir la segunda parte de la novela “La crueldad, puede ser exquisita”, ya que la continuación de la historia de Patricia Tregnant necesitaba tenerme completamente centrado en ella.
En esa cabaña, con todas las comodidades, eso sí, puedo darles vida a las nuevas experiencias de mi personaje, con plena libertad, por tanto nada coartado por horarios, llamadas, noticias o deportes. Me dedico a ella siguiendo mi natural concepción de lo que debe ser un proceso creativo sin limitaciones por lo que muchas noches me dedico a hablar con ella, con Patricia, que viene a asesorarme y a guiarme por ese entramado que creé hace tiempo para ella. Acabamos dándonos la razón el uno al otro de forma casi alternativa por lo que con su ayuda no descartó tener muy pronto concluida la novela, algo que muchas de mis fans, bueno, en realidad fans de Patricia, me están requiriendo desde hace tiempo.
Y fue la tercera noche en que estuvimos enfrascados los dos, hasta que el sol comenzó a despuntar, que apareció la dama. Todavía el astro rey no gobernaba el lugar por lo que...
Estuvo poco rato, de hecho solo me saludó y a continuación me dio un beso. Me parecieron sus labios, helados y a pesar de ofrecerle que se quedara junto al fuego para recuperar su temperatura, me soltó que “puede que otra noche. Hoy solo he querido mostrarme” y desapareció. Abrió una ventana y salió volando. En realidad, levitando. No me dio tiempo a seguirla ya que tan pronto abandonó la cabaña los postigos de madera se cerraron y a pesar de intentarlo con todas mis fuerzas no logré reabrirlos.
Por un momento pensé que había sido el fantasma de mi personaje, Patricia, que quizá había querido darme una de esas sorpresas que los seres más proclives a tener sensaciones, reciben de los espíritus, pero no, lo desestimé de inmediato pues Patricia reapareció entonces por la puerta, como Dios manda y volvió a darme las buenas noches tras preguntarme algo asustada: “¿quién era esa chica morena?”
-¿Tú también la has visto? –fue mi perpleja interrogación.
-Claro.
>No me estarás ninguneando, ¿verdad? –añadió algo molesta.
Madre mía pensé. Una beldad morena que de madrugada aparece y desaparece por la ventana y volando y un personaje ficticio, creado por mi, que me pregunta por esa hermosa mariposa humana, porque lo reconozco, fue la imagen que me vino a la cabeza tras ser cuestionado por Patricia.
La convencí por fin de que no sabía de quién se trataba y con ello logré que se acostara a descansar tras introducirse en las páginas que ya había escrito de la novela y que pensaba repasar al día siguiente. Luego, lo hice yo, junto al fuego que crepitaba ofreciéndome esos sonidos embriagadores que el fuego sabe crear.
Debo admitir que me costó cerrar lo ojos, temeroso que en cuanto lo hiciera, reapareciera la bella voladora y Patricia surgiera furiosa de entre sus páginas y se enzarzaran en una pelea de hembras por el único macho que allí habitaba. Sé a ciencia cierta que Patricia es celosa y que no quiere por nada del mundo que me acerque a otras mujeres en tanto no haya concluido la segunda parte de su historia y además, haya sido editada. Fue la condición que me impuso para permitirme que siguiera relatando su vida para mi beneficio económico. Nunca le he dicho que de momento, no lo ha habido, que más bien han sido pérdidas, pero por otro lado, y ello lo sabe perfectamente, su historia me ha granjeado muchas amistades, algunas formidables, de hecho la mayoría y por tanto que no todo se ha de contabilizar en ingresos crematísticos. En realidad son mucho más gratificantes los otros, los que te permiten ser tenido en cuenta como narrador de historias.
Cuando me desperté, sobre las dos de la tarde, me dediqué a lo que tenía previsto, repasar lo que ya casi tenía terminado. Patricia siguió durmiendo todo el día.
Fue por la noche que me sorprendió su aparición. No, la de Patricia no, sino la de la bella voladora, aunque esta vez llamó a la puerta. Naturalmente abrí sin mirar, puesto que Patricia lo suele hacer, sale de escondidas de la cabaña y luego llama a la puerta, por ello mi sorpresa fue mayúscula al presenciar ante mi a aquella hermosa joven ataviada con un vestido ceñido rojo y sobre sus hombros, una capa oscura, negra en realidad como aquella noche que iniciaba su ciclo acompañada de una luna que era un diminuto gajo de naranja, puesto que el tiempo amenazaba tormenta.
-Buenas noches –me dijo. – ¿Está la pesada esa?
No entendí a quién se refería y como si me hubiera leído la mente, añadió: –si hombre, la Lady esa que te inventaste y que ahora quiere incluso dominarte a ti, que eres su creador.
No esperó a que la invitara, penetró y se aposentó, esta vez cerca del fuego.
-No es que tenga frío, puesto que en realidad y en cierto modo, soy yo la que lo produce, pero ven, acércate, que quiero contarte algo y quizá te hiele la sangre el escucharlo.
Comencé a temerme algo nada deseable, sobre todo si la dormilona Patricia se despertaba y descubría lo que horas antes había definido como ningunearla.
-No temas –dijo entonces la visitante hermosa. –No despertará. Ya me he encargado.
-¿Qué?
Fui como un loco en pos de mi manuscrito aun en fase de borrador y a pesar de que lo tenía guardado en el ordenador, no sé porque extraña causa pensé que lo habría arrojado al fuego o lo habría destruido. Ese hecho me habría complicado enormemente la vida amén de haber acabado con Patricia, que dormía, eso creí, plácidamente entre las hojas ya impresas.
Nada de lo temido había acontecido. Es más, pude observar a Patricia, descansando muy serena en el interior del manuscrito. Me tranquilizó el verla, incluso babeando como una niña pequeña.
-Acércate y no temas –oí entonces a mi espalda.
La obedecí, más por inenarrable curiosidad que por otra cosa, bien y porque se había despojado de la capa y mostraba un cuerpo espléndido que me tentaba solo el verlo.
Ya a su lado.
-Verás Arturo, te sigo desde hace tiempo y ese seguimiento es lo que me ha motivado a conocerte y no solo conocerte, quiero probarte.
Aquel término comenzó a desatar en mí una especie de jugosa liquidez en mi boca, vamos, que me estaba ya relamiendo con el plan de la muchacha.
-¿Te sorprende?
Me tengo por un poco seductor y la forma tan directa de indicarme que quería probarme ayudó a que todavía me sintiera más. Dejé que siguiera regalándome los oídos, alimentando la arrogancia que la mayoría sostenemos no poseer.
-Un poco –respondí para parecer más humilde de lo que realmente soy.
-¿Y no te importa?
Joder chica, ¿por qué habría de importarme? Llevo muchos días en soledad, con la única compañía de una mujer, eso sí espléndida, pero personaje de novela, por tanto, a dos velas y nunca más cierto, de hecho en ocasiones se había ido la corriente eléctrica y había tenido que alumbrarme con…, hasta tres velas.” Todo eso me vino de pronto a la cabeza.
Mi expresión sin embargo, le hizo creer que así era, que no me importaba. Fue entonces cuando lo soltó.
-Es que quiero convertirme en tu sumisa. A todos los efectos, con todas las consecuencias y no sufras, cualquier cosa que se te ocurra hacer conmigo, lo aceptaré de buen grado, para probarte y de paso probarme yo también.
Sinceramente me dije: “tío, no puedes desaprovechar una oportunidad como esta” y al mostrarme feliz por la propuesta me acerqué hasta ella y la besé. De nuevo y a pesar de llevar ya un buen rato junto al fuego, sus labios me parecieron puro hielo.
-Estás helada –se me ocurrió indicarle.
Sonrió y aunque me pareció la risa más seductora que jamás había oído y presenciado, también la encontré gélida.
No tardó entonces en arrodillarse ante mi y besarme los pies.
-¿Es así cómo se hace, Amo?
Con su ósculo, me los había dejado helados y eso que los llevaba calzados, cierto que con unas zapatillas de andar por casa, pero helados.
Fue en ese momento que comencé a sospechar que algo extraño conllevaba la presencia de aquella atractiva y cautivadora mujer joven.
No tardó nada en mencionar, en un tono un poco más bajo del que había empleado hasta entonces: –no me gustaría asustarte.
Yo, embebido de arrogancia, me atreví a responder: –no lo harás, en todo caso podría ser yo el que te asustara con mis prácticas.
-Perfecto –lanzó entonces. –Temía hacerlo cuando usted descubriera qué soy.
-¿Qué eres?
-Sí claro, querido Amo.
-¿Y qué eres? –le largué con una sonrisa de suficiencia recorriendo mi rostro.
-Pues una vampira.
Se me escapó el sonreír hasta que de pronto apareció como por arte de magia un señor muy delgado y con el rostro grisáceo, como si llegara de ultratumba, ataviado con una capa también negra. Había entrado…, joder, ¿por dónde había entrado?
-Espero que hagas feliz a mi hija adoptada, humano. En caso contrario, ya sabes, te espera una fría eternidad.

(Continuara…)

Arturo Roca

(26/08/2016)

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