Mi
sumisa, es una vampiro.
Llevó
ya varios semanas viviendo en solitario en medio de un bosque
inmenso, en lo alto de una cordillera que me tiene apartado del
mundanal ruido. Me refugié en ese lugar para aislarme por completo y
poder escribir la segunda parte de la novela “La crueldad, puede
ser exquisita”, ya que la continuación de la historia de Patricia
Tregnant necesitaba tenerme completamente centrado en ella.
En
esa cabaña, con todas las comodidades, eso sí, puedo darles vida a
las nuevas experiencias de mi personaje, con plena libertad, por
tanto nada coartado por horarios, llamadas, noticias o deportes. Me
dedico a ella siguiendo mi natural concepción de lo que debe ser un
proceso creativo sin limitaciones por lo que muchas noches me dedico
a hablar con ella, con Patricia, que viene a asesorarme y a guiarme
por ese entramado que creé hace tiempo para ella. Acabamos dándonos
la razón el uno al otro de forma casi alternativa por lo que con su
ayuda no descartó tener muy pronto concluida la novela, algo que
muchas de mis fans, bueno, en realidad fans de Patricia, me están
requiriendo desde hace tiempo.
Y
fue la tercera noche en que estuvimos enfrascados los dos, hasta que
el sol comenzó a despuntar, que apareció la dama. Todavía el astro
rey no gobernaba el lugar por lo que...
Estuvo
poco rato, de hecho solo me saludó y a continuación me dio un beso.
Me parecieron sus labios, helados y a pesar de ofrecerle que se
quedara junto al fuego para recuperar su temperatura, me soltó que
“puede que otra noche. Hoy solo he querido mostrarme” y
desapareció. Abrió una ventana y salió volando. En realidad,
levitando. No me dio tiempo a seguirla ya que tan pronto abandonó la
cabaña los postigos de madera se cerraron y a pesar de intentarlo
con todas mis fuerzas no logré reabrirlos.
Por
un momento pensé que había sido el fantasma de mi personaje,
Patricia, que quizá había querido darme una de esas sorpresas que
los seres más proclives a tener sensaciones, reciben de los
espíritus, pero no, lo desestimé de inmediato pues Patricia
reapareció entonces por la puerta, como Dios manda y volvió a darme
las buenas noches tras preguntarme algo asustada: “¿quién era esa
chica morena?”
-¿Tú
también la has visto? –fue mi perpleja interrogación.
-Claro.
>No
me estarás ninguneando, ¿verdad? –añadió algo molesta.
Madre
mía pensé. Una beldad morena que de madrugada aparece y desaparece
por la ventana y volando y un personaje ficticio, creado por mi, que
me pregunta por esa hermosa mariposa humana, porque lo reconozco, fue
la imagen que me vino a la cabeza tras ser cuestionado por Patricia.
La
convencí por fin de que no sabía de quién se trataba y con ello
logré que se acostara a descansar tras introducirse en las páginas
que ya había escrito de la novela y que pensaba repasar al día
siguiente. Luego, lo hice yo, junto al fuego que crepitaba
ofreciéndome esos sonidos embriagadores que el fuego sabe crear.
Debo
admitir que me costó cerrar lo ojos, temeroso que en cuanto lo
hiciera, reapareciera la bella voladora y Patricia surgiera furiosa
de entre sus páginas y se enzarzaran en una pelea de hembras por el
único macho que allí habitaba. Sé a ciencia cierta que Patricia es
celosa y que no quiere por nada del mundo que me acerque a otras
mujeres en tanto no haya concluido la segunda parte de su historia y
además, haya sido editada. Fue la condición que me impuso para
permitirme que siguiera relatando su vida para mi beneficio
económico. Nunca le he dicho que de momento, no lo ha habido, que
más bien han sido pérdidas, pero por otro lado, y ello lo sabe
perfectamente, su historia me ha granjeado muchas amistades, algunas
formidables, de hecho la mayoría y por tanto que no todo se ha de
contabilizar en ingresos crematísticos. En realidad son mucho más
gratificantes los otros, los que te permiten ser tenido en cuenta
como narrador de historias.
Cuando
me desperté, sobre las dos de la tarde, me dediqué a lo que tenía
previsto, repasar lo que ya casi tenía terminado. Patricia siguió
durmiendo todo el día.
Fue
por la noche que me sorprendió su aparición. No, la de Patricia no,
sino la de la bella voladora, aunque esta vez llamó a la puerta.
Naturalmente abrí sin mirar, puesto que Patricia lo suele hacer,
sale de escondidas de la cabaña y luego llama a la puerta, por ello
mi sorpresa fue mayúscula al presenciar ante mi a aquella hermosa
joven ataviada con un vestido ceñido rojo y sobre sus hombros, una
capa oscura, negra en realidad como aquella noche que iniciaba su
ciclo acompañada de una luna que era un diminuto gajo de naranja,
puesto que el tiempo amenazaba tormenta.
-Buenas
noches –me dijo. – ¿Está la pesada esa?
No
entendí a quién se refería y como si me hubiera leído la mente,
añadió: –si hombre, la Lady esa que te inventaste y que ahora
quiere incluso dominarte a ti, que eres su creador.
No
esperó a que la invitara, penetró y se aposentó, esta vez cerca
del fuego.
-No
es que tenga frío, puesto que en realidad y en cierto modo, soy yo
la que lo produce, pero ven, acércate, que quiero contarte algo y
quizá te hiele la sangre el escucharlo.
Comencé
a temerme algo nada deseable, sobre todo si la dormilona Patricia se
despertaba y descubría lo que horas antes había definido como
ningunearla.
-No
temas –dijo entonces la visitante hermosa. –No despertará. Ya me
he encargado.
-¿Qué?
Fui
como un loco en pos de mi manuscrito aun en fase de borrador y a
pesar de que lo tenía guardado en el ordenador, no sé porque
extraña causa pensé que lo habría arrojado al fuego o lo habría
destruido. Ese hecho me habría complicado enormemente la vida amén
de haber acabado con Patricia, que dormía, eso creí, plácidamente
entre las hojas ya impresas.
Nada
de lo temido había acontecido. Es más, pude observar a Patricia,
descansando muy serena en el interior del manuscrito. Me tranquilizó
el verla, incluso babeando como una niña pequeña.
-Acércate
y no temas –oí entonces a mi espalda.
La
obedecí, más por inenarrable curiosidad que por otra cosa, bien y
porque se había despojado de la capa y mostraba un cuerpo espléndido
que me tentaba solo el verlo.
Ya
a su lado.
-Verás
Arturo, te sigo desde hace tiempo y ese seguimiento es lo que me ha
motivado a conocerte y no solo conocerte, quiero probarte.
Aquel
término comenzó a desatar en mí una especie de jugosa liquidez en
mi boca, vamos, que me estaba ya relamiendo con el plan de la
muchacha.
-¿Te
sorprende?
Me
tengo por un poco seductor y la forma tan directa de indicarme que
quería probarme ayudó a que todavía me sintiera más. Dejé que
siguiera regalándome los oídos, alimentando la arrogancia que la
mayoría sostenemos no poseer.
-Un
poco –respondí para parecer más humilde de lo que realmente soy.
-¿Y
no te importa?
“Joder
chica, ¿por qué habría de importarme? Llevo muchos días en
soledad, con la única compañía de una mujer, eso sí espléndida,
pero personaje de novela, por tanto, a dos velas y nunca más cierto,
de hecho en ocasiones se había ido la corriente eléctrica y había
tenido que alumbrarme con…, hasta tres velas.” Todo eso me vino
de pronto a la cabeza.
Mi
expresión sin embargo, le hizo creer que así era, que no me
importaba. Fue entonces cuando lo soltó.
-Es
que quiero convertirme en tu sumisa. A todos los efectos, con todas
las consecuencias y no sufras, cualquier cosa que se te ocurra hacer
conmigo, lo aceptaré de buen grado, para probarte y de paso probarme
yo también.
Sinceramente
me dije: “tío, no puedes desaprovechar una oportunidad como esta”
y al mostrarme feliz por la propuesta me acerqué hasta ella y la
besé. De nuevo y a pesar de llevar ya un buen rato junto al fuego,
sus labios me parecieron puro hielo.
-Estás
helada –se me ocurrió indicarle.
Sonrió
y aunque me pareció la risa más seductora que jamás había oído y
presenciado, también la encontré gélida.
No
tardó entonces en arrodillarse ante mi y besarme los pies.
-¿Es
así cómo se hace, Amo?
Con
su ósculo, me los había dejado helados y eso que los llevaba
calzados, cierto que con unas zapatillas de andar por casa, pero
helados.
Fue
en ese momento que comencé a sospechar que algo extraño conllevaba
la presencia de aquella atractiva y cautivadora mujer joven.
No
tardó nada en mencionar, en un tono un poco más bajo del que había
empleado hasta entonces: –no me gustaría asustarte.
Yo,
embebido de arrogancia, me atreví a responder: –no lo harás, en
todo caso podría ser yo el que te asustara con mis prácticas.
-Perfecto
–lanzó entonces. –Temía hacerlo cuando usted descubriera qué
soy.
-¿Qué
eres?
-Sí
claro, querido Amo.
-¿Y
qué eres? –le largué con una sonrisa de suficiencia recorriendo
mi rostro.
-Pues
una vampira.
Se
me escapó el sonreír hasta que de pronto apareció como por arte de
magia un señor muy delgado y con el rostro grisáceo, como si
llegara de ultratumba, ataviado con una capa también negra. Había
entrado…, joder, ¿por dónde había entrado?
-Espero
que hagas feliz a mi hija adoptada, humano. En caso contrario, ya
sabes, te espera una fría eternidad.
(Continuara…)
Arturo
Roca
(26/08/2016)
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