UNA LUNA RESENTIDA
Durante toda la tarde retozamos en la
cama, susurrándole entre sus suspiros esa bella melodía que deseaba aprendiera,
quizá para ordenarle recitármela algún día.
-Sabes esclava, irrumpir, prorrumpir,
saciar, sucumbir, herir, morir, vivir, son palabras que identifican tu
existencia, esa que me has obsequiado para que con ella construya una felicidad
a tu medida y necesidad.
Entonces entonaba con voz mágica.
“Irrumpir para conquistarte,
prorrumpir con bellos gemidos, saciar a tu hambrienta alma, sucumbir con mis
dulces besos, herir a los que no te aceptan, morir por haber vivido, vivir en
ti eternamente”.
Y así durante horas, en las que
combiné esas letanías gracias a esas mágicas palabras, con caricias, con
succiones, con lametazos, con pellizcos, con suaves mordiscos, con miradas
furtivas y exigentes, con sonrisas cálidas y estremecedoras. Fue una intensa
inversión de dedicación para obtener, ambos inversores, el máximo rédito en
forma de placer extenuante y duradero de orgasmos plenos. Podía habernos
visitado la muerte, en acercándose la hora de la cena y ninguno habría objetado
su determinación, porque en nuestras mentes alimentábamos ambos la verdadera realidad:
habíamos gozado de los mejores momentos de nuestra vida, por tanto, ¿qué más
nos quedaba por vivir?
Pero no tuvo a bien tentarnos la
parca, sino que el reloj marcó las diez y con ese sonido ancestral, fue
emergiendo en mi mente la ocurrencia.
-Vístete con el tul que encontrarás en
el fondo de mi maleta.
Me obedeció y de pronto, en medio de
la oscuridad de la habitación, se me apareció un ángel en forma femenina.
No me preguntó, simplemente se limitó
a exponerse abiertamente para mi, para su Dueño, para su Guía, para su Dios.
Se arrodilló entonces al verme emerger
de entre las sábanas, feliz de volver a gozar de mi desnudez y cuando estuve
frente a ella, me besó los pies con embeleso.
-Esta noche gozarás de nuevo –salió de
mi boca, estúpida respuesta a su ósculo reverencial, pues desde que habíamos
llegado no había cejado en mi empeño de que se derramara mi esclava.
Como dos ladrones que no desean ser
atrapados, salimos de la posada a hurtadillas, yo con el maletín de las
pinturas.
Su expresión al verme cargado no fue
otra que la de una mujer entregada a su preciosa suerte, imaginando quizá lo
que iba a ser su papel en aquella escena que ya construía mi mente y la suya y
a medida que avanzamos por la noche plateada y algo fresca, su cuerpo parecía
levitar al andar, como si la alegría de todos los seres del mundo la
secundaran.
Marchaba de mi mano, la que mantenía
libre y su rostro refulgía con la luna pero sobre todo con ese deseo innato de
trasladarme su asentimiento a mis antojos. Cualquier cosa que se me ocurriera
la iba a aceptar, la quería experimentar, consciente que su Amo solo quiere
para ella, el placer máximo, aquel que ni en sueños hemos sido los humanos,
capaces de imaginar.
Llegamos hasta un recodo del pequeño
riachuelo que cruza la finca en la que está situada la posada. Allí le indiqué
con el gesto, se detuviera. La luna, magnificente, resplandecía en las aguas e
iluminaba un amplio trecho de tierra. La coloqué con cuidado sobre el centro de
aquel espacio iluminado y le moví los brazos para que los dejara en cruz y las
piernas para separárselas, todo ello con ella a espaldas de la luna.
Se oía el ligero rumor de las aguas
buscar su salida hacia su fin de trayecto y era una sinfonía que enaltecía
todavía más la entrega de mi perra.
El tul flotaba con la brisa nocturna y
era su cuerpo un objeto en alegría, al poder mostrarme sus firmezas, sus
debilidades, sus formas, sus limitaciones. Nada quería esconder a su Hacedor, a
su Dueño, al objeto de su existencia y mis sentidos se congratulaban que así
fuera, de modo que no pude ocultar mi turbación. El miembro no parecía querer retenerse.
Me acerqué por su espalda, para abrazarla primero, denotarle mi erección por su
causa y a continuación abrazarla. Percibí entonces que su piel se erizaba,
mitad mi abrazo mitad el viento. Le susurré: –te amo, princesa esclavizada.
Le trasladé con el mensaje, mi
turbación y fue entonces cuando casi se desmaya.
A pesar de sus nuevos escalofríos, la
desnudé, “para poder observar mejor el lienzo de tu piel”, le señalé. No la vi,
pero su expresión de satisfacción al haber acertado, fue plena.
-Seré vuestro cuadro, Señor, el lienzo
en el que podáis dejar aun con mayor fuerza cromática, vuestra huella en mi.
-Y serás el instrumento del que
obtendré la melodía que volará en esta noche de plata por el bosque, embrujando
el mal, alimentando el bien, cosechando amor para que todas las criaturas puedan
sorberlo, olerlo, escucharlo, manifestarlo, vivirlo. Eso es lo que harás y
sentirá mientras te pinte, esclava mía.
No me demoré, pues no podía seguir
manteniendo, si es que alguna vez fue posible hacerlo, la incertidumbre,
demasiado me conoce mi adorable perra.
Comencé con ligeros toques a adornar
su espalda, guiado solamente por la potente luz de aquella luna plena que vi
detenerse en el espacio que ocupábamos mi perra y yo, para seguir de cerca mis
caprichos artísticos, aunque lo cierto era que yo daba por hecho que era a ella
a la que seguía con atención, para aprehender la forma en que esa
extraordinaria mujer se entregaba a su Amo. ¿Necesitaba la luna entender
motivos, secundar maneras, para no dejar de ser satélite de nuestra tierra?
No osé preguntarles, ni a la luna ni a
mi esclava, a la primera, por el pavor de enojarla y que con el enojo
interviniera con más rigor sobre las mareas y a mi perra para que su humilde
sumisión no se resintiera al no parecerle mi pregunta de rigor y comenzara a
aullar presa del desconcierto o el miedo a dejar de ser para mi, su Amo: útil y
apreciable.
Me reprimí con la curiosidad por saber,
pero dejé rienda suelta a mi mano y al pincel y con esos delicados movimientos
fui capaz de adentrarme entre las hendiduras de sus nalgas, buscando hurgar con
suavidad suprema entre los labios ya húmedos de tanta pasión.
Se deslizaron las cerdas del pincel
con maestría por la carne, buscando recubrir de sensaciones excitantes e ilimitadas
esa vulva que convulsionaba esperando el manjar para el que fue diseñada.
No pude contenerme, acerqué mi miembro
y le di alimento al deseo de mi esclava. Me importaba poco destruir lo que ya
había dibujado en su espalda y mucho menos me agobiaba el ser yo el que recibiera
el afán de mi pintura, ella me lo quitaría más tarde a lametazos. Sabe que es
una de sus tareas, mantener felices a mis células epidérmicas con su lengua y
saliva.
Se agarró entonces a mis glúteos al
percibir que irrumpía en su cenit mi polla. Y ese ardor que manejaba mi pene,
logró que despareciera el frío de su cuerpo, esos escalofríos que la brisa
había desatado en ella.
Me sentí apresado, incapaz de
resistirme a sus manos, que como zarpas pugnaban contra un inexistente deseo de
desasirme de su empeño por tenerme intenso en su interior.
Nos derramamos de espaldas a la luna y
al caer ambos sobre la hierba ya mojada por las gotas que escapaban del
riachuelo, al rodar entre las piedras, presentí que de nuevo la luna que nos
iluminaba, nos estaría maldiciendo, inerme ella para sentir algo parecido a lo
que había tenido que alumbrar en aquella noche de plenitud.
Me salió del alma una especie de nana
tarareada, para que ambas, ella, mi esclava devota y la luna, aquel sin duda resentido
satélite, dejaran sus meditaciones y se dejaran arrastrar a esa lasitud en la
que cualquier ser sueña, añora, es definitivamente feliz.
No tardaron mucho los elfos del aquel
bosque en convertirse en aplicados acompañantes de mi música, de modo que pude
tomar el sendero que mi esclava y la luna ya habían aceptado. Me quedé dormido
a los pies de aquella sonata que los habitantes invisibles de la naturaleza,
compusieron para mi. Craso error, pues al despertarme, quizá dos horas más
tarde, mi esclava, que observaba con rostro risueño mi llegar, me señaló
también en susurros: –¿ha oído mi Amo la musicalidad de este bosque?
Intuí que era la indicación para
amarla de nuevo, ¿la razón? Seguíamos escuchando parecidas melodías, sintiendo
iguales sentimientos, gozando complementarios placeres y todo ello, en medio
del escenario ideal para ser iluminados por la luna.
Arturo Roca (29.07.2016)
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