lunes, 5 de septiembre de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA (III)

Mi sumisa, es una vampira.

III

Ante la inmovilidad de mis huéspedes, algunos no previstos y posiblemente indeseados, fui yo el que tuvo que acercarse hasta la puerta para ver qué nueva sorpresa me deparaba mi decisión de alejarme del mundanal ruido para escribir sin incordios inesperados. Lo hice barruntando el por qué Patricia le había llamado gorda a la vampira, ya que solo se me antojaba un poco rellenita, un relleno que incluso me parecía ciertamente apreciable visto su mal color de cara.
-Buenas noches. ¿Podemos pasar? Estamos helados.
Una pareja joven, rubio él rubia ella, encantadores y ateridos de frío pues estaba nevando desde hacía ya algunas horas, algo que no había percibido hasta abrir la puerta al estar enfrascado en la sorpresiva presencia de los vampiros y de mis personajes literarios, me rogaban con gran educación, ser acogidos.
No se me ocurrió otra cosa que: –pues sí que parece que hiela. Pero decidme criaturas, ¿de dónde salís con esta noche?
Entraron sin dejar de mirar la chimenea y aclarándome el motivo de su irrupción entre estornudos que evidenciaban que quizá ya estarían acatarrados.
-El coche. Nos ha jugado una mala pasada –señaló la chica.
Él aclaró: –lo hemos tenido que abandonar. Nos hemos quedado sin gasolina y… –por eso hemos tenido que tomar una decisión definitiva –siguió ella.
-Hemos andado y andado, hasta ver a lo lejos la luz de esta cabaña. ¿Es usted el dueño?
Llegaron hasta la lumbre que ardía con fuerza, surtiéndonos de explicaciones. Fue entonces cuando se me acercaron las dos féminas, mi nueva sumisa y Patricia. No esperaron nada a medio exigirme.
-Quiero follarme al chico –me señaló con determinación la Dómina.
-Y a mí, querido Amo, me gustaría probar la sangre de la chica –me susurró con delicadeza mi sumisa.
“¿Y por que no se lo decís vosotras mismas?” me vino a la mente. Y fue entonces cuando ya me certifiqué por completo que había creado un monstruo, puesto que Patricia respondió.
-Porque queremos que seas tú.
-Joder –me vi forzado a exclamar. – ¿Es que acaso lees mi pensamiento?
Sonrió la muy ladina al tiempo que mi preciosa vampira añadía: –yo también mi Amo, pero no me lo tenga en cuenta o mejor sí, castígueme, que me gustará saber hasta dónde llega su creatividad con los suplicios. Algunos de su libro me ponen muy cachonda.
“Me cago en…”, de inmediato me retuve, pues iba a soltar un taco…
-No diga tacos, mi Amo y no sufra, nada de lo que yo descubra en su cabeza, lo utilizaré en su contra, pues estoy locamente enamorada de su poder, aunque ella, su personaje imaginario, me pone…
-Y por mi tampoco te preocupes, escritor. En cierto modo, dependo de ti, aunque el día que me haga famosa a través del cine serás tú el que lo harás de mí.
“Cierto”, me dejé llevar. Procuré, como si estuviera haciendo un esfuerzo liberador, no seguir con el pensamiento que me atenazaba, aunque seguro que ellas ya lo habrían descubierto. El día que Patricia Tregnant, llegue a las pantallas y su historia escrita se venda por millones y en más de cincuenta lenguas y me lleven a la feria de Frankfurt, me convertiré en su reo, puesto que el dinero que me hará ganar me obligará a escribir y escribir y escribir sobre ella. Puede que incluso tenga que hacerlo de toda la familia. ¿Y con la vampira, también será así?
-Pues claro Amo –me respondió la inmortal sin haber salido la pregunta de mi boca.
-Pero vayamos a lo importante –lanzó entonces más pragmática Patricia.
>Queremos lo que te hemos dicho.
No estaba muy de acuerdo en meter en la historia, ya no sabía si imaginaria o real, de mi gran estrella ficticia, a aquel muchacho rubio, no fuera a convertirse en esclavo, eso sí, real, de Patricia y mucho menos estaba por la labor de ceder a la angelical rubita a mi vampira, para que le chupara toda la sangre y la convirtiera en una nueva inmortal sexy  fémina.
No sabía cómo defender mis argumentos, pues temía que ambas y a la vez, se enojaran conmigo y quizá fuera yo el que acabara como ser inmortal de ultratumba por toda la eternidad, aunque acompañado además por la rubita acatarrada.
-¿Y no podríais olvidar esos caprichos? –se me ocurrió tantearlas, con mucho tiento, desde luego.
-¿Y eso? ¿Tanto los conoces? ¿Además, qué cojones hacían por aquí en medio de una tormenta y de madrugada, que pronto va a salir el sol?
Por cierto, pequeña, ¿no tenéis tu padre adoptivo y tú que meteros bajo tierra o en un ataúd, para no fundiros? –arreció en sus sólidos argumentos por llevar el agua a su molino, Patricia.
Mi sumisa, de la que todavía desconocía el nombre o aquel con que le agradaría que la llamara, miró a Patricia de arriba abajo al tiempo que le largó: – ¿y eso le preocupa, Señora? ¿Entonces está de acuerdo en concederme mi súplica?
-¿Convertirte en mi esclava? –intervino Patricia.
-Sí claro. Ya sé Señora que dispone de dos bellas y estilizadas muñecas que la sirven de maravilla, pero le juro que yo lo haré incluso mucho mejor que su esclavo rufián.
Patricia sonrió, suficiente, arrogante, incluso petulante.
-¿Y entonces qué, nos olvidamos de la pareja? –les sugerí con mi pregunta.
En esto que se acerca el muchacho.
-Veo que tienen montada una excitante reunión. ¿Son acaso artistas?
No supe interpretar a qué venía aquella opinión. Mi expresión creo que se lo denotó.
-Verá, me lleva a opinar de ese modo, los vestidos de época, esos rostros tan maquillados, usted, que tiene todas las maneras de un pintor y esa dama que perfectamente podría interpretar cualquier papel de femme fatale que se le antojara.
Se había referido en último lugar a Patricia. Le agradó sin lugar a dudas haberle seleccionado para sus antojos. Me miró entonces mi Dómina de ficción con una expresión en su bello rostro que dejaba bien a las claras que no iba a ceder ni un ápice en su intento por agenciarse de aquel hermoso ejemplar de macho.
-Pues sí, caballero, somos artistas. Artistas de la vida, de la existencia más prolífica que puedas imaginar. ¿Te gustaría formar parte de mi trouppe, bello animal?
-¿Cómo, yo? –preguntó sin ocultar su entusiasmo e incluso orgullo el joven.
-Naturalmente, los demás creo que lo aceptarán además de comprenderlo.
-¿Le parece que tengo madera de… –eres un ejemplar a tener en cuenta. ¿Necesitas no obstante consultarlo con tu damisela?
Fue entonces que la angelical rubia se acabó de acercar a nosotros. También lo hizo el padre adoptivo de mi sumisa.
-Siempre se lo dije. Tiene figura y perfil apolíneo. En Grecia o Roma se lo habrían disputado las mejores hetairas, las cortesanas más cercanas a los emperadores.
-Perdón ¿señorita…? –Angélica –me respondió la joven. –Pues señorita Angélica, pero en Grecia no gobernaron los emperadores.
Mi miraron todos menos Patricia que siguió revisando al que ya consideraba su nuevo ejemplar de esclavo.
Mi sumisa además de observarme extrañada añadió: – ¿Y qué más da si los hubo?
-Fueron solamente reyes –me vi empujado a aclararles, a todos ellos. Lo hice en voz alta, esperando desviar a Patricia de su empeño.
-Pues reyes y emperadores –complementó la rubia angelical de nombre Angélica.
No tardó más Patricia en hacerse a un lado de la mano del joven que realmente hubiera sido una atracción en la Grecia de los reyes y en la Roma de los emperadores. Me temí que sin buscarlo tuviera que darle cabida en la segunda parte de la historia que estaba o pretendía escribir cuando busqué aislarme en los montes perdidos. No tuve duda tampoco  de cual acabaría siendo su papel en el papel.
Por el contrario y mientras reflexionaba preocupado sobre las intenciones de mi amado personaje ficticio pero que ya me parecía más real que yo mismo, mi sumisa se llevó a hurtadillas a la rubia angelical hasta la chimenea. Algo le musitó que no oí. Solo vi como sonreía, abierta, plácida, alegre, la chica claro, mi sumisa solo le musitaba a la oreja, cerca de aquel precioso cuello más blanco que la nieve del exterior.
De pronto el padre, levantando la voz indicó: –es hora de descansar Amelia. El sol ya llega. –Y sin más dilación, comenzó a tararear la canción de George Harrison: “Here comes the sun”. Lo hizo de maravilla, imitando incluso los punteos de guitarra que tan bien ejecutaba el Beatle en el disco. Me conmovió aquella melodía, una pieza a la altura de las mejores que firmaron Lennon y McCartney.
La rubia, aprovechando el sonido del papá vampiro, comenzó a contonearse eróticamente y con ello di por hecho que aquel gesto tan desprendido de su capacidad de provocar sexualmente, iba a ser su perdición. Ya no tuve dudas, con sus artes mágicas de vampira la iba a arrastrar con ella hasta su ataúd y allí la iba a convertir en su amante vampira, quizá también bandida, o vete a saber qué tenía pensado Amelia, mi sumisa vampira, para aquella rubita angelical que sonreía plácida y confiada y seguía el ritmo de la canción interpretada sin instrumentos de acompañamiento por el grisáceo del padre adoptivo. Mientras, Patricia, a lo suyo: el chaval, ya en pelotas, por cierto, bien armado y deleitándola como a ella le agrada, es decir, de las cien mil formas recogidas que se describen en el Kamasutra y que ella convierte en muchas más con sus ejecuciones.

(Continuara…)
Arturo Roca

(05/09/2016)

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