Mi sumisa, es una vampira.
III
Ante la inmovilidad de mis huéspedes,
algunos no previstos y posiblemente indeseados, fui yo el que tuvo que
acercarse hasta la puerta para ver qué nueva sorpresa me deparaba mi decisión
de alejarme del mundanal ruido para escribir sin incordios inesperados. Lo hice
barruntando el por qué Patricia le había llamado gorda a la vampira, ya que
solo se me antojaba un poco rellenita, un relleno que incluso me parecía ciertamente
apreciable visto su mal color de cara.
-Buenas noches. ¿Podemos pasar?
Estamos helados.
Una pareja joven, rubio él rubia ella,
encantadores y ateridos de frío pues estaba nevando desde hacía ya algunas
horas, algo que no había percibido hasta abrir la puerta al estar enfrascado en
la sorpresiva presencia de los vampiros y de mis personajes literarios, me
rogaban con gran educación, ser acogidos.
No se me ocurrió otra cosa que: –pues
sí que parece que hiela. Pero decidme criaturas, ¿de dónde salís con esta noche?
Entraron sin dejar de mirar la
chimenea y aclarándome el motivo de su irrupción entre estornudos que
evidenciaban que quizá ya estarían acatarrados.
-El coche. Nos ha jugado una mala
pasada –señaló la chica.
Él aclaró: –lo hemos tenido que
abandonar. Nos hemos quedado sin gasolina y… –por eso hemos tenido que tomar
una decisión definitiva –siguió ella.
-Hemos andado y andado, hasta ver a lo
lejos la luz de esta cabaña. ¿Es usted el dueño?
Llegaron hasta la lumbre que ardía con
fuerza, surtiéndonos de explicaciones. Fue entonces cuando se me acercaron las
dos féminas, mi nueva sumisa y Patricia. No esperaron nada a medio exigirme.
-Quiero follarme al chico –me señaló
con determinación la Dómina.
-Y a mí, querido Amo, me gustaría
probar la sangre de la chica –me susurró con delicadeza mi sumisa.
“¿Y por que no se lo decís vosotras
mismas?” me vino a la mente. Y fue entonces cuando ya me certifiqué por
completo que había creado un monstruo, puesto que Patricia respondió.
-Porque queremos que seas tú.
-Joder –me vi forzado a exclamar. – ¿Es
que acaso lees mi pensamiento?
Sonrió la muy ladina al tiempo que mi
preciosa vampira añadía: –yo también mi Amo, pero no me lo tenga en cuenta o
mejor sí, castígueme, que me gustará saber hasta dónde llega su creatividad con
los suplicios. Algunos de su libro me ponen muy cachonda.
“Me cago en…”, de inmediato me retuve,
pues iba a soltar un taco…
-No diga tacos, mi Amo y no sufra,
nada de lo que yo descubra en su cabeza, lo utilizaré en su contra, pues estoy
locamente enamorada de su poder, aunque ella, su personaje imaginario, me pone…
-Y por mi tampoco te preocupes,
escritor. En cierto modo, dependo de ti, aunque el día que me haga famosa a
través del cine serás tú el que lo harás de mí.
“Cierto”, me dejé llevar. Procuré,
como si estuviera haciendo un esfuerzo liberador, no seguir con el pensamiento
que me atenazaba, aunque seguro que ellas ya lo habrían descubierto. El día que
Patricia Tregnant, llegue a las pantallas y su historia escrita se venda por
millones y en más de cincuenta lenguas y me lleven a la feria de Frankfurt, me
convertiré en su reo, puesto que el dinero que me hará ganar me obligará a
escribir y escribir y escribir sobre ella. Puede que incluso tenga que hacerlo
de toda la familia. ¿Y con la vampira, también será así?
-Pues claro Amo –me respondió la inmortal
sin haber salido la pregunta de mi boca.
-Pero vayamos a lo importante –lanzó
entonces más pragmática Patricia.
>Queremos lo que te hemos dicho.
No estaba muy de acuerdo en meter en
la historia, ya no sabía si imaginaria o real, de mi gran estrella ficticia, a
aquel muchacho rubio, no fuera a convertirse en esclavo, eso sí, real, de
Patricia y mucho menos estaba por la labor de ceder a la angelical rubita a mi
vampira, para que le chupara toda la sangre y la convirtiera en una nueva
inmortal sexy fémina.
No sabía cómo defender mis argumentos,
pues temía que ambas y a la vez, se enojaran conmigo y quizá fuera yo el que
acabara como ser inmortal de ultratumba por toda la eternidad, aunque acompañado
además por la rubita acatarrada.
-¿Y no podríais olvidar esos
caprichos? –se me ocurrió tantearlas, con mucho tiento, desde luego.
-¿Y eso? ¿Tanto los conoces? ¿Además,
qué cojones hacían por aquí en medio de una tormenta y de madrugada, que pronto
va a salir el sol?
Por cierto, pequeña, ¿no tenéis tu
padre adoptivo y tú que meteros bajo tierra o en un ataúd, para no fundiros?
–arreció en sus sólidos argumentos por llevar el agua a su molino, Patricia.
Mi sumisa, de la que todavía
desconocía el nombre o aquel con que le agradaría que la llamara, miró a Patricia
de arriba abajo al tiempo que le largó: – ¿y eso le preocupa, Señora? ¿Entonces
está de acuerdo en concederme mi súplica?
-¿Convertirte en mi esclava?
–intervino Patricia.
-Sí claro. Ya sé Señora que dispone de
dos bellas y estilizadas muñecas que la sirven de maravilla, pero le juro que yo
lo haré incluso mucho mejor que su esclavo rufián.
Patricia sonrió, suficiente,
arrogante, incluso petulante.
-¿Y entonces qué, nos olvidamos de la
pareja? –les sugerí con mi pregunta.
En esto que se acerca el muchacho.
-Veo que tienen montada una excitante
reunión. ¿Son acaso artistas?
No supe interpretar a qué venía
aquella opinión. Mi expresión creo que se lo denotó.
-Verá, me lleva a opinar de ese modo,
los vestidos de época, esos rostros tan maquillados, usted, que tiene todas las
maneras de un pintor y esa dama que perfectamente podría interpretar cualquier
papel de femme fatale que se le antojara.
Se había referido en último lugar a
Patricia. Le agradó sin lugar a dudas haberle seleccionado para sus antojos. Me
miró entonces mi Dómina de ficción con una expresión en su bello rostro que
dejaba bien a las claras que no iba a ceder ni un ápice en su intento por
agenciarse de aquel hermoso ejemplar de macho.
-Pues sí, caballero, somos artistas.
Artistas de la vida, de la existencia más prolífica que puedas imaginar. ¿Te
gustaría formar parte de mi trouppe, bello animal?
-¿Cómo, yo? –preguntó sin ocultar su
entusiasmo e incluso orgullo el joven.
-Naturalmente, los demás creo que lo
aceptarán además de comprenderlo.
-¿Le parece que tengo madera de… –eres
un ejemplar a tener en cuenta. ¿Necesitas no obstante consultarlo con tu damisela?
Fue entonces que la angelical rubia se
acabó de acercar a nosotros. También lo hizo el padre adoptivo de mi sumisa.
-Siempre se lo dije. Tiene figura y
perfil apolíneo. En Grecia o Roma se lo habrían disputado las mejores hetairas,
las cortesanas más cercanas a los emperadores.
-Perdón ¿señorita…? –Angélica –me
respondió la joven. –Pues señorita Angélica, pero en Grecia no gobernaron los emperadores.
Mi miraron todos menos Patricia que
siguió revisando al que ya consideraba su nuevo ejemplar de esclavo.
Mi sumisa además de observarme extrañada
añadió: – ¿Y qué más da si los hubo?
-Fueron solamente reyes –me vi
empujado a aclararles, a todos ellos. Lo hice en voz alta, esperando desviar a
Patricia de su empeño.
-Pues reyes y emperadores –complementó
la rubia angelical de nombre Angélica.
No tardó más Patricia en hacerse a un
lado de la mano del joven que realmente hubiera sido una atracción en la Grecia de los reyes y en la Roma de los emperadores. Me
temí que sin buscarlo tuviera que darle cabida en la segunda parte de la
historia que estaba o pretendía escribir cuando busqué aislarme en los montes
perdidos. No tuve duda tampoco de cual acabaría
siendo su papel en el papel.
Por el contrario y mientras
reflexionaba preocupado sobre las intenciones de mi amado personaje ficticio
pero que ya me parecía más real que yo mismo, mi sumisa se llevó a hurtadillas
a la rubia angelical hasta la chimenea. Algo le musitó que no oí. Solo vi como
sonreía, abierta, plácida, alegre, la chica claro, mi sumisa solo le musitaba a
la oreja, cerca de aquel precioso cuello más blanco que la nieve del exterior.
De pronto el padre, levantando la voz
indicó: –es hora de descansar Amelia. El sol ya llega. –Y sin más dilación, comenzó
a tararear la canción de George Harrison: “Here comes the sun”. Lo hizo de
maravilla, imitando incluso los punteos de guitarra que tan bien ejecutaba el
Beatle en el disco. Me conmovió aquella melodía, una pieza a la altura de las
mejores que firmaron Lennon y McCartney.
La rubia, aprovechando el sonido del
papá vampiro, comenzó a contonearse eróticamente y con ello di por hecho que
aquel gesto tan desprendido de su capacidad de provocar sexualmente, iba a ser
su perdición. Ya no tuve dudas, con sus artes mágicas de vampira la iba a
arrastrar con ella hasta su ataúd y allí la iba a convertir en su amante
vampira, quizá también bandida, o vete a saber qué tenía pensado Amelia, mi
sumisa vampira, para aquella rubita angelical que sonreía plácida y confiada y
seguía el ritmo de la canción interpretada sin instrumentos de acompañamiento
por el grisáceo del padre adoptivo. Mientras, Patricia, a lo suyo: el chaval,
ya en pelotas, por cierto, bien armado y deleitándola como a ella le agrada, es
decir, de las cien mil formas recogidas que se describen en el Kamasutra y que
ella convierte en muchas más con sus ejecuciones.
(Continuara…)
Arturo Roca
(05/09/2016)
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