viernes, 30 de septiembre de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA (VI)

Mi sumisa, es una vampira.

VI

Estaba todavía sobrecogido todo mi cuerpo por aquella deliciosa explosión cuando de pronto algo brillante me cegó. No fue el único cambio que se produjo en aquella estancia principal de la cabaña, mis dos supuestas sumisas, también vampiras, se lanzaron al suelo ante aquel rayo de luz que lo iluminaba todo.
-¡¿Qué hacéis, puercas?! –oí que gritaba aquel haz de luminosidad irritante para mis ojos.
Fui acostumbrando mi cristalino al fulgor y de pronto me quedé maravillado ante la visión. Una mujer fulgurante, espléndida, alta no solo por los enormes calzos que tenían sus botas negras, con una larga melena rubia que desprendía diminutas chispas del color del fuego y ataviada con un corsé ajustado a sus femeninas formas ondulantes que en cierto modo cubría una oscura capa también de sedosa piel. Me enamoré de la figura, digna de ser retratada no solo por los mejores pintores sino también secuestrada como protagonista para una de mis novelas. Fui a decírselo, como si precisara que elogios o piropos la encumbraran pero me lo impidió su siguiente intervención.
-¿Pero tan bajo has caído, bruja Amelia?
Observé la inmovilidad no solo de la vampira que había mencionada la recién llegada sino que también Perla parecía haberse quedado congelada.
-¿Acaso no sois capaces de encontrar alguien más dotado para chupársela?
Aquello me molestó, lo reconozco, pues no hacía falta que me ninguneara, bien, no exactamente a mí sino a mis atributos sexuales. Fue lo que motivó que mi miembro quisiera demostrarle con su nuevo intento de erección que en acción podía mostrarse mucho más convincente en su virilidad. Obviamente no lo logró a tenor de su siguiente comentario.
-Ni queriéndolo sería capaz de engendrar un nuevo vampiro.
Me dio que pensar aquel manifiesto. ¿Los vampiros pueden fecundar y dar a luz nuevos vampiritos?
Por fin una susurrante voz, la de mi supuesta vampira sumisa, emergió entre el estruendo que aparecía cuando la hermosa dama abría su boca.
-Es escritor, mi Reina.
-¿Escritor? ¿Ese mindundi? ¿Y quién lo conoce? ¿Su madre y hermanos? ¿Alguna tía lejana? ¿O quizá su abuelita? – y de pronto la risotada de aquella hermosa fémina que Amelia había calificado como su Reina, inundó la sala. Me pareció poco acorde con la belleza que tanto me había impresionado sino que más bien creí estar asistiendo a la paranoica risa de alguien muy aterrador, quizá un camionero enorme por alto y gordo y desde luego, muy cabreado.
No me contuve más.
-¿Qué ocurre, bella Dama? ¿Acaso creéis que todos los famosos escritores han nacido siéndolo?
Me miró de arriba abajo y me soltó: –tú, ni naciendo mil veces, lo lograrás, ser famoso.
Tanto desprecio y ante mis supuestas propiedades vampíricas, logró que quisiera defenderme no solo con argumentos verbales.
-Salga de mi casa ahora mismo. No consiento… –no tuve tiempo a más. Me agarró por el cuello y sujetándome con solo una mano me levantó del suelo como medio metro hasta poner mis ojos a la altura de los suyos.
-¿Quieres que te aplaste como a una cucaracha, escritor de pacotilla?
No podía responderle. De hecho y si pronto no me liberaba el cuello, no podría ni respirar. Creo que lo captó y por tanto me arrojó lejos de ella, como si fuera una pelota de ping-pong. Me di un trastazo de aúpa. Fue entonces cuando apareció Patricia de entre las hojas del manuscrito en el que estaba inmerso antes de que en mi vida aparecieran las vampiras y vampiros. Llegó amparada por rufián.
-¡¿Qué cojones pasa aquí?!
No se si fue su inesperada aparición, su belleza sin igual cuando se levanta de la cama o la forma de referirse a los cojones, pero la recién llegada pareció encandilarse con mi famosa protagonista.
De pronto me observó y dirigiéndose a mi me señaló no sin cierta acritud: – ¿no sabes ponerte en tu sitio? No me sorprende que todavía no se hayan vendido millones de ejemplares de mi novela.
La muy… Se acababa de otorgar la autoría de la novela que yo y solo yo, había escrito, aunque cierto, con ella de primordial protagonista. De todos modos no quise contradecirla, no fuera que la recién llegada, que por otra parte había perdido o solo quizá ocultado aquel fulgor con el que apareció en la cabaña, volviera a aplicar su fortaleza sobre mi humilde persona puesto que la forma en que observaba a mi Patricia, era de aquellas en las que se distingue una devoción rayana en lo obsesivo. Lo digo porque sé perfectamente a qué me refiero.
-He llegado para recuperar mi propiedad y me encuentro una orgía en la que ese señor tan minúsculo ha abusado de mi acólita.
¿Qué yo había abusado? Fui a defenderme, pero no hizo falta. De nuevo mi Patricia tomó la iniciativa.
-Perdona, pero ese señor es un gran escritor y sobre todo, muy correcto, aunque claro, con las damas. ¿Tu vampirita puede calificarse como tal? Porque y disculpa si soy muy cruda con mi aserción, un poco puta lo es, ella, no él.
Aquella enorme belleza rubia de la que todavía emergían entre su sedoso pelo, las chispitas color fuego, se acercó a Patricia, para darle dos besos, cariñosos, tiernos me parecieron. Temí entonces que quizá se sintiera arrebatada por esa capacidad con la que creé a mi Patricia, la de dominar aun sin quererlo a quien se le acerque a menos de diez metros, más que nada porque a pesar de ser de mi agrado su anatomía, di por hecho que no sería capaz de manejar aquellos arrebatos con los que se había presentado y mucho menos la fuerza bruta que me aplicó.
-Lo siento… por cierto, ¿cuál es tu nombre? –oí que intervenía entonces Patricia.
-Amanda, gran Reina de las vampiras de este lado del Atlántico.
Me quedé de piedra. Y las dos supuestas sumisas, allí tiradas en el suelo, sin mover ni un ápice de su esplendorosa anatomía. Estaba casi claro del todo, quienes éramos los subordinados y quienes las dominantes.
-Verás Amanda, gran Reina de las vampiras, golfas. Tu vampirita se ha presentado aquí esta noche, a jodernos la marrana con sus estupideces de que quería convertirse en la sumisa de mi escritor.
-¿Tu escritor? ¿Eres su editora?
-De momento, todavía no, pero no sufras, todo se andará.
Vaya, ahora Patricia también quiere quedarse con el fruto de mi trabajo y creatividad. Lo dicho y también pensado desde hacía tiempo, se me había ido de las manos invistiéndola de un carácter tan dominante y al parecer su siguiente propiedad, iba o quizá ya lo era, yo mismo, su creador.
-Es un buen elemento, pero sabes, necesita que alguien relevante lo presente en sociedad. De otro modo, nunca dejará de ser lo que tú misma has detectado tan solo observarlo. Un mindundi, un pobre desgraciado que sueña con triunfar sin saber que a los mindundis, nadie los lee, puede que ni los miren cuando pasas por su lado.
Me cagué en algo gordo. ¿Qué hostias se creía aquella deslenguada? Fui a intervenir, pero algo en mis cuerdas vocales, me lo impidió.
-¿Ya sabes que ahora mismo está intentando defenderse de su inutilidad, gritándote cosas feas? –manifestó la gran Reina.
-Lo sé… –respondió Patricia acompañando sus palabras de una sonrisa que en otros momentos y hablando de otra persona, me hubiera enamorado.
-Lo conozco como si lo hubiera parido –sentenció mi personaje.
Entonces fue la gran Reina la que sonrió. De ella, no me dio la gana enamorarme. “Que se joda” me vino a la cabeza para justificar mi decisión.
-Pero es tierno, a pesar de su ingenuidad rayana en la inocencia impropia de un tipo de su edad. Y por eso lo cuido y es más, voy a luchar para que goce algo del éxito, el justo para que no acabe entorpeciendo un día laboral de miles de sufridos trabajadores.
Nos quedamos todos, incluida la gran Reina, expectantes. Patricia lo advirtió y por ello no quiso dejarnos en ascuas.
-Sí mujer, arrojándose a cualquier línea de metro, paralizando así el servicio y haciendo que millones de pobres desgraciados como él lleguen tarde al trabajo y quizá lo pierdan además de cabrearse como monas.
Se echaron a reír las dos. Incluso me pareció que con disimulo las secundaban Amelia y Perla.
Ya no podía más.
Entonces y por arte de birlibirloque, apareció por el fondo de la estancia, el vampiro senil, el supuesto padre adoptivo de Amelia, el vampiro que según señaló dos veces, aquello de que el sol los destruye, solo son patrañas.
-¿Qué pasa aquí? ¿Una fiesta y nadie me lo ha dicho? Pues bien, confundidos, la fiesta no es ahora, será esta noche, en el cementerio que hay al otro lado de la ladera de la montaña, junto a la ermita dedicada a San Eustaquio. Y desde luego estáis todas invitadas, tú también, escritor. Pero ven vestido de otra guisa, que parece que seas más pobre de lo que en realidad eres.
-¡Una fiesta! –manifestó alzando su bella aunque potente voz la gran Reina.
-¿Podrás asistir, querida Patricia? –prosiguió.
-Naturalmente, gran Reina Amanda. No me la perdería por nada del mundo.
No dejé de taladrarme el cerebro con la insidiosa pregunta.
¿Y cómo narices piensas hacerlo?, querida y probablemente pronto, odiada Patricia”.

(Continuara…)
Arturo Roca
(29/09/2016)


martes, 27 de septiembre de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA (V)

Mi sumisa, es una vampira.

V

Me desperté al notar contra mi piel un helor persistente. Y fue abrir los ojos y a pesar de la total oscuridad que me envolvía, que me pareció estar custodiado por dos cuerpos femeninos. Acomodé mi vista a aquella absoluta negrura y tras palparlos constaté que eran las anatomías de Amelia y la rubita las que estaban echadas junto a mi, cada una a un lado, quizá decididas a no dejarme escapar.
Comencé a tiritar puesto que la lumbre de la chimenea estaba prácticamente finiquitada y ese temblequeo hizo que primero la rubita y luego mi nueva sumisa se despertaran en primer término y me abrazaran a continuación. Consiguieron que el temblor fuera a más ya que sus cuerpos no mantenían el calor que los humanos en estado vivo generamos.
No quise contrariarlas y por ello se lo manifesté con mucha afabilidad.
-No hace falta que me estrujéis. Ya me recompongo.
Me levanté y no tardé nada en abrigarme con la ropa que estaba tirada por el suelo, ambas observando mi aparatosa forma de vestirme en medio de la dificultosa falta de luz.
Di por supuesto que las vampiras son capaces de ver en la oscuridad por lo que nada de lo concerniente a mi anatomía les habría sido vedado. De hecho me pareció escuchar unas sonrisitas de picardía muy propias de mujeres jóvenes y aún poco hechas o de ancianas que hace tiempo no asisten a visiones de machos en pelotas.
Quise decir algo en favor de mi virilidad pero me contuve, ¿de qué hubiera servido? Su juicio ya estaba emitido.
No obstante ambas, se incorporaron, llegando a continuación hasta mí, para volver a abrazarme. Esta vez su gelidez ya no me afectó, pues había ya cubierto mi epidermis con las prendas de abrigo.
-Le amamos Amo –sentenciaron al unísono.
Me agradó aquella melodiosa declaración. Me sentí especial, posiblemente único. Que dos mujeres jóvenes y además vampiras me ofrecieran su amor fue considerado de inmediato por mi mente como algo excepcional, una experiencia que pocos humanos habrían degustado en el pasado, aunque no descarté que puedan gozarlo algunos otros, en el futuro.
-¿Tenéis hambre?
De repente me di cuenta de mi torpeza. Pero ya no me era dado enmendarla. Ambas sonrieron y se abrazaron. Me pareció entonces que pleiteaban en susurros por ser la primera en saciarse.
Esta vez no pude remediarlo.
-Si estáis pensando en mi sangre, olvidadlo, no quiero formar parte de vuestro círculo más íntimo, preciosas esclavas.
Madre mía. El haberlas calificado con aquel término operó en ellas un cambio de estrategia o eso di por sentado cuando Amelia se acercó y se arrodilló frente a mi bragueta.
-Espera niña, que no vas a ver bien donde…
Me dirigí hasta la repisa en la que había unas velas y no tardé nada en encenderlas. Luego me apresuré a llegar hasta la ventana que tenía más cerca y cuando estaba a punto de abrir el postigo, la rubia gritó desaforada: –¡¡no por favor, Señor!!
Aquel arrebato hizo que me detuviera. Me giré un tanto asustado y entonces advertí la intensa belleza gélida de aquellas dos jóvenes. Cuan afortunado me consideré al observar a Amelia todavía de rodillas y a la rubia expresando su pavor al tiempo que sus pechitos parecían querer interpretar una sensual danza.
-¿Qué ocurre? –les cuestioné un tanto desconcertado.
-Moriremos si dejáis entrar la luz, mi Señor.   
Había sido Amelia que tras especificar sus temores se postró cuan larga era en el suelo, imitando la pasiva posición de una alfombra.
Busqué una silla y me acomodé.
-A ver si me aclaro o me lo aclaráis, preciosas damitas.
>Tu padre, el que dijo serlo adoptivo, me confesó ayer que eso de que el sol os destruye, son, ¡patrañas! –Y grité este último término intentando imitarlo.
-¿No es acaso cierto?
Se incorporó de esa humillada posición mi nueva sumisa y abrazándose de nuevo a la rubita, compusieron una expresión de contento, sonriendo ambas y repartiendo sus miradas entre ellas y sobre mí, que realmente andaba ya con la mosca tras la oreja, que de nuevo me hizo creer seguía siendo el ser más afortunado del universo. ¿Me estaban no obstante haciendo luz de gas?
-Y ahora, bellezas de ultratumba, ¿de qué reís, de mi desconocimiento de vuestro mundo?
-No Señor –respondieron de nuevo al unísono.
-¿Entonces?
Se acercaron hasta donde me hallaba sin dejar de abrazarse, como si realmente se estuvieran obsequiando calor, que supuse no podía ser humano sino que debía ser de naturaleza vampírica por tanto inapreciable para mi constitución física.
Cuando estuvieron ya frente a mí, a unos pocos centímetros, se arrodillaron.
-Mi supuesto padre, está loco. Senil me parece que denomináis los humanos.
-A ver, y no me volváis más loco, os lo ruego, ¿en vuestro mundo se puede estar senil?
-Claro mi Amo. Vivimos mucho tiempo y eso hace que nos vayamos deteriorando y mucho más si hemos pasado a la inmortalidad cuando ya teníamos una edad. Es lo que le ha ocurrido a mi supuesto padre.
Me estaba comenzando a sentir, además del ser más afortunado del universo, también el más desconcertado sobre la faz de la tierra. Sabía de los vampiros lo que había visto en películas y nunca ningún director había señalado que esos atractivos seres para mucha gente pudieran trasladarse a su nueva vida con sus anomalías físicas. Bien, cierto era que en algunos filmes, por ejemplo en el de Polanski, aparecían ancianos y con achaques propios de la edad, incluso con su homosexualidad a cuestas, pero ¿senilidad?
Intenté recomponerme, un deseo que por otro lado no era nada sencillo teniendo y sobre todo observando la belleza de aquellos dos jóvenes cuerpos plenos de la feminidad más erótica que se pueda contemplar. No obstante lo logré, aunque lo reconozco, con apuros.
-Entonces, ¿a ver si me aclaro?
De nuevo las sonrisitas cómplices y con tintes picarones a la vez que seguían aquellos excitantes toqueteos entre mis adeptas.
-Y dejad de reír, joder, y tocaros, que me estáis poniendo… –iba a decir de los nervios, pero en realidad me estaban poniendo cachondo perdido. Opté por no presentarme tan viril y dispuesto, no fueran a lanzarse en tromba sobre mi pene que ya se sentía el miembro más deseado y sobre todo deseoso.
De nuevo fue Amelia la que tomó la iniciativa.
-Es un vampiro con Alzheimer. En realidad, si le pregunta quienes somos o quien es él, puede que no le conteste o si lo hace, cada vez dirá una cosa. Ya verá si vuelve. Compruébelo Usted mismo, Amo.
Me sentía enturbiado por tanta información novedosa. La rubita fue la que mejor lo percibió.
-Es lo que tiene nuestro mundo.
No entendí a qué se refería y mi gesto lo evidenció, al menos para mi sumisa.
-No le haga tampoco caso a Perla –intervino como consecuencia Amelia.
-¿Perla? ¿Tú eres Perla? –pregunté dirigiéndome entonces a la rubita.
-Lo soy Amo, aunque solo para Usted.
Joder, joder, joder, ¿estaban intentando volverme loco? No recordaba que hubiera dicho ese nombre al llegar a la cabaña unas horas antes. De hecho no recordaba que hubiera dicho ningún nombre.
Amelia entonces se me acercó, para sentarse en mis rodillas. Mi polla, porque ya no era solamente mi pene, enloquecida y bullendo de sangre  por que la chuparan, no a la sangre, sino a toda ella y enterita.
-Ya sé Amo, que le cuesta entendernos y seguirnos. No sufra, nosotras dos se lo iremos aclarando todo, pero lo importante no es que nos entienda, es sobre todo que goce de lo que somos y le ofrecemos. Hágalo sin reprimirse, de modo que si me permite… –y se lanzó a engullir mi rebelde polla. Me temí que fuera no sola ella es decir, él, mi pene, el que gozara de tan sublime encuentro, sino que también lo hiciera mi sumisa vampira a partir del instante en que hubiera vaciado por completo mis testículos y a continuación, hambrienta todavía o ofreciéndole el puesto a Perla, me succionaran toda la sangre acumulada en mi miembro gracias al ánimo que había puesto en gozar de una buena mamada. Una de esas que recuerdas aun después de muerto.
En realidad y cuando explosionó, mi cerebro y corazón, al mismo tiempo que mi viciosa polla, nada me hubiera importado que se me hubieran merendado la sangre, pues quiero gritarlo a los cuatro vientos, me había trasportado mi nueva sumisa, al paraíso. ¿Para qué abandonarlo entonces? En aquel excepcional momento, me daba igual en calidad de qué podría seguir disfrutándolo.
   

(Continuara…)
Arturo Roca

(22/09/2016)

lunes, 19 de septiembre de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA - IV

Mi sumisa, es una vampira.

IV

De pronto, me quedé solo, pues Patricia se había llevado al rubio y a su esclavo rufián al interior del manuscrito y mi nueva sumisa, la vampira, había desaparecido, ves a saber dónde, con su nueva acólita. Imaginé que para comenzar a sorberle la sangre, que por lo que pude comprobar en su semblante, debía estar de rechupete puesto que la muchacha ofrecía una imagen de salud impecable y en cuanto al padre adoptivo, el vampiro mayor, supuse que al salir por la ventana y volando, se habría ido en busca de su féretro, aunque os soy sincero, no supe responderme dónde narices lo tendría. Se me ocurrió que quizá en algún pequeño cementerio de alguna ermita perdida por aquellos solitarios montes. En realidad me importaba un comino ya que lo más relevante para mí en aquellos instantes fue alimentar el fuego, que parecía querer irse también a descansar para dejarme solo y tiritando. A continuación me acosté en el camastro que había colocado junto a la chimenea en cuanto me hice con esa cabaña, puesto que duermo siempre en pelotas, vamos, completamente desnudo.
No tardé nada en estar viajando por el mundo onírico, ese en el que me desenvuelvo de maravilla. Para mi desgracia no tardaron en aparecer a mi entorno, imágenes de Patricia y el chaval rubio intercaladas con las propias de mi nueva sumisa Amelia y la rubita angelical. Lo presupuesto, Patricia estaba logrando que el rubio gozara como nunca más lo hará en su vida, ya sea la real o la ficticia y Amelita se estaba regalando un resopón de miedo agarrada al prístino cuello de la chica. Pero lo cierto era que los cuatro mostraban unas sonrisas de satisfacción como pocas veces he contemplado en sueños, aunque tampoco y os soy sincero, en la cruda, cruel o maravillosa realidad. Era un verdadero festín asistir en primera fila a aquel desmadre sexual hemofílico ya que mi Amelita no desdeñó proseguir con el virginal coño de la chica en cuanto sintió su barriga llena del portentoso líquido rojo y desde luego Patricia no dejó de arañar la espalda del muchacho, provocándole sanguinolentas erupciones mientras se lo follaba como una posesa, por tanto, sangre y jugos por doquier. Tanto me afectaron, en bien claro, aquellas tórridas y antropófagas escenas que mi miembro consideró que debía unirse a la fiesta y por tanto se tomó la libertad de presentarse para revista y a continuación, caso de llamar la atención, embestir a cualquiera de las presentes en el sueño.
No hubo caso, ni con mi sumisa, ocupada por completo con la rubia, que al parecer no era tan virgen como la piel de su monte de Venus podía aventurar, sino que por lo visto tenía versátil experiencia en saciar a sus compañeros o en este caso compañera, de juego. Tampoco por supuesto con Patricia, pues ya me dejó claro en cuanto la creé que no era mujer que se acostara con escritores.
Por otro lado, en absoluto se mezclaron las parejas, por lo que en cuanto estuvieron saciadas las mandamases, es decir, Patricia y Amelia, se durmieron abrazados las, y él bendito.
El muchacho por completo derrotado pues cuando Amelia y la rubita fueron acogidas por Morfeo, Patricia aun lo tuvo más de media hora exigiéndole firmeza, un requerimiento que el joven no solo cumplió, sino que propició que mi gran heroína exclamara, como si se tratara de un cumplido: “casi me lo has dejado en carne viva”. Se refería, ya lo habréis supuesto, a las paredes de su vagina, en realidad a su coño.
Por fin podía echar una cabezadita sin que nada especialmente turbador enturbiara y valga la redundancia, mi descanso. Pero para mi jodida desgracia, entonces apareció para torturarme, el papa vampiro. Lo primero que me soltó: – ¿te agradaría ser uno de los nuestros? No solo podrías gozar de la golfa y sumisa de Amelia, pues entre nosotros las hay a montones.
Se me ocurrió cuestionarle, pero no me atreví: “¿de golfas o de sumisas?”. Tampoco hizo falta, él me respondió, como si hubiera leído en mi cerebro o quizá recibido telepáticamente la pregunta.
-De ambas. Cuando devienen vampiras, ya no tienen límite, su nivel de golferío es proverbial. ¿Por qué te crees que vivimos de noche?
-Pues, sinceramente, creo que, ¿por el sol?
-¡Patrañas! –gritó el susodicho y además realmente malhumorado.
Me asustó, lo reconozco.
-¿Y entonces? –le cuestioné con mucha delicadeza.
-Pues porque es de noche que vive el vicio, joder.
Me pareció que el habérmelo confesado le propinaba una especie de golpe en la barriga o quizá peor, en los huevos.
Me investí de un valor que ya comenzaba a creer que no poseía y…: – ¿así no es cierto que el sol os achicharre?
-¡Patrañas! –volvió a soltar, todavía más encrespado. Sin duda esa palabra le gustaba y además, soltarla con firmeza, autoridad, cojones, vamos. ¿Sería un Dominante frustrado?
-Mañana, es decir, de aquí a una hora, te lo demostraré.
Joder, me vino a la mente, “¿solo una hora me iba a permitir dormir el muy capullo?”
Creo que me entendió o de nuevo mi mente le trasladó, traidora ella, mi pensamiento, pues me soltó, aunque esta vez sin tanta rudeza: –el  capullo lo serás tú, que permites que asalten tu casa con cualquier burda excusa. O ¿acaso crees que se les ha estropeado el coche? Venían buscando eso, follar a mansalva, capullo y tú les has brindado una oportunidad de excepción al encontrarse con esas dos golfantas de aúpa.
Se refería, ya lo habréis supuesto, a Patricia y Amelia.
Fui a responderle pero se me avanzó.
-Y nada les importará convertirse en personaje de novela uno y en vampira la otra. Mucha más juerga, capullo.
Estaba por ponerme de rodillas en el sueño, o quizá en la misma puta realidad, frente al papa adoptivo de Amelia y suplicándole, rogarle que hiciera conmigo lo que le apeteciera durante un corto espacio de tiempo, pero que luego me dejara dormir sin soñar, sobre todo sin soñar, durante… ¿qué tal diez horas?   
Nunca entenderé el mundo del vampirismo, pero ¿os creéis que desapareció de mi sueño como por arte de magia?
Por fin podía intentar recuperarme.

-¿Me permitirás comerle el coño a esa dama?
-¿No te ha gustado el mío?
-Desde luego, pero esa mujer, desde que leí la novela, me tiene atrapada. Aunque te lo acepto, la experiencia de que me chuparas la sangre, me ha parecido, fastuosa.
-¿Seguro? ¿No me mientes, rubita angelical?
-¿Y por qué habría de hacerlo? Si en algo me distingo es que siempre soy sincera, cueste lo que cueste. ¿No te parece bien?
Amelia besó a la joven. Un beso profundo pero revestido de esa languidez que permite creer que puede ser el último y por tanto el mejor.
-Está bien –le señaló al separarse. –Pero no te acostumbres y sobre todo no permitas que con sus artes maléficas te convenza de meterte en la novela. Si quiere saber cómo lo haces, fuera, en la realidad, que en la ficción ella es una maestra inigualable. Y sino, espera a ver otra vez a tu  amigo –y entonces Amelia se rió de una forma tan gélida como sarcástica.
-¿Quieres decir que ya no volverá a salir de la ficción?
-Jamás. A no ser que a ella le apetezca pasearlo en la realidad, vamos, como ha hecho con su puto esclavo, ese rufián que lo era hasta que se lo llevó a su mundo.
-Me estás dando miedo, cariño –le susurró la joven rubia a Amelia.
-Pues no quiero que lo tengas. Además, cuando me haya tragado toda tu sangre, serás una más entre nosotras. Y mucho más bella y puede que puta.
Esta vez la que sonrió al oír aquel calificativo, fue la chica.
-¿Tanto se me nota?
-Querida, tan pronto cruzaste la puerta de la cabaña, intentando hacernos creer esa estupidez de lo del coche, te calé.
>Por eso te pronosticó una placentera vida entre nosotros, los verdaderos y únicos dueños de la noche.
>No veas lo jodidamente bien que te lo vas a pasar yendo de discotecas.
-¿A chupar sangre de los tíos buenos?
Amelia sonrió, ladina pero a la vez picarona.
-O lo que a ti te apetezca. No habrá ni uno que se niegue a una buena, chupada.
-Pero a mi también me gusta… –lo sé, pervertida. Sé perfectamente lo que también te gusta. Pues no sufras, lo tendrás y tanto como seas capaz de consumir.
Se volvieron a abrazar para volver a rendirse al Morfeo de los vampiros que como saben todos ellos gusta más del día para acomodarlos entre sus fauces.
 El escritor, como es lógico, nada había oído ni visto de aquel pasaje de las dos mujeres, muy pronto vampiras ambas. Tampoco en esos sueños tan premonitorios que suele disfrutar o quizá no tanto.

 (Continuara…)
Arturo Roca

(15/09/2016)

lunes, 5 de septiembre de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA (III)

Mi sumisa, es una vampira.

III

Ante la inmovilidad de mis huéspedes, algunos no previstos y posiblemente indeseados, fui yo el que tuvo que acercarse hasta la puerta para ver qué nueva sorpresa me deparaba mi decisión de alejarme del mundanal ruido para escribir sin incordios inesperados. Lo hice barruntando el por qué Patricia le había llamado gorda a la vampira, ya que solo se me antojaba un poco rellenita, un relleno que incluso me parecía ciertamente apreciable visto su mal color de cara.
-Buenas noches. ¿Podemos pasar? Estamos helados.
Una pareja joven, rubio él rubia ella, encantadores y ateridos de frío pues estaba nevando desde hacía ya algunas horas, algo que no había percibido hasta abrir la puerta al estar enfrascado en la sorpresiva presencia de los vampiros y de mis personajes literarios, me rogaban con gran educación, ser acogidos.
No se me ocurrió otra cosa que: –pues sí que parece que hiela. Pero decidme criaturas, ¿de dónde salís con esta noche?
Entraron sin dejar de mirar la chimenea y aclarándome el motivo de su irrupción entre estornudos que evidenciaban que quizá ya estarían acatarrados.
-El coche. Nos ha jugado una mala pasada –señaló la chica.
Él aclaró: –lo hemos tenido que abandonar. Nos hemos quedado sin gasolina y… –por eso hemos tenido que tomar una decisión definitiva –siguió ella.
-Hemos andado y andado, hasta ver a lo lejos la luz de esta cabaña. ¿Es usted el dueño?
Llegaron hasta la lumbre que ardía con fuerza, surtiéndonos de explicaciones. Fue entonces cuando se me acercaron las dos féminas, mi nueva sumisa y Patricia. No esperaron nada a medio exigirme.
-Quiero follarme al chico –me señaló con determinación la Dómina.
-Y a mí, querido Amo, me gustaría probar la sangre de la chica –me susurró con delicadeza mi sumisa.
“¿Y por que no se lo decís vosotras mismas?” me vino a la mente. Y fue entonces cuando ya me certifiqué por completo que había creado un monstruo, puesto que Patricia respondió.
-Porque queremos que seas tú.
-Joder –me vi forzado a exclamar. – ¿Es que acaso lees mi pensamiento?
Sonrió la muy ladina al tiempo que mi preciosa vampira añadía: –yo también mi Amo, pero no me lo tenga en cuenta o mejor sí, castígueme, que me gustará saber hasta dónde llega su creatividad con los suplicios. Algunos de su libro me ponen muy cachonda.
“Me cago en…”, de inmediato me retuve, pues iba a soltar un taco…
-No diga tacos, mi Amo y no sufra, nada de lo que yo descubra en su cabeza, lo utilizaré en su contra, pues estoy locamente enamorada de su poder, aunque ella, su personaje imaginario, me pone…
-Y por mi tampoco te preocupes, escritor. En cierto modo, dependo de ti, aunque el día que me haga famosa a través del cine serás tú el que lo harás de mí.
“Cierto”, me dejé llevar. Procuré, como si estuviera haciendo un esfuerzo liberador, no seguir con el pensamiento que me atenazaba, aunque seguro que ellas ya lo habrían descubierto. El día que Patricia Tregnant, llegue a las pantallas y su historia escrita se venda por millones y en más de cincuenta lenguas y me lleven a la feria de Frankfurt, me convertiré en su reo, puesto que el dinero que me hará ganar me obligará a escribir y escribir y escribir sobre ella. Puede que incluso tenga que hacerlo de toda la familia. ¿Y con la vampira, también será así?
-Pues claro Amo –me respondió la inmortal sin haber salido la pregunta de mi boca.
-Pero vayamos a lo importante –lanzó entonces más pragmática Patricia.
>Queremos lo que te hemos dicho.
No estaba muy de acuerdo en meter en la historia, ya no sabía si imaginaria o real, de mi gran estrella ficticia, a aquel muchacho rubio, no fuera a convertirse en esclavo, eso sí, real, de Patricia y mucho menos estaba por la labor de ceder a la angelical rubita a mi vampira, para que le chupara toda la sangre y la convirtiera en una nueva inmortal sexy  fémina.
No sabía cómo defender mis argumentos, pues temía que ambas y a la vez, se enojaran conmigo y quizá fuera yo el que acabara como ser inmortal de ultratumba por toda la eternidad, aunque acompañado además por la rubita acatarrada.
-¿Y no podríais olvidar esos caprichos? –se me ocurrió tantearlas, con mucho tiento, desde luego.
-¿Y eso? ¿Tanto los conoces? ¿Además, qué cojones hacían por aquí en medio de una tormenta y de madrugada, que pronto va a salir el sol?
Por cierto, pequeña, ¿no tenéis tu padre adoptivo y tú que meteros bajo tierra o en un ataúd, para no fundiros? –arreció en sus sólidos argumentos por llevar el agua a su molino, Patricia.
Mi sumisa, de la que todavía desconocía el nombre o aquel con que le agradaría que la llamara, miró a Patricia de arriba abajo al tiempo que le largó: – ¿y eso le preocupa, Señora? ¿Entonces está de acuerdo en concederme mi súplica?
-¿Convertirte en mi esclava? –intervino Patricia.
-Sí claro. Ya sé Señora que dispone de dos bellas y estilizadas muñecas que la sirven de maravilla, pero le juro que yo lo haré incluso mucho mejor que su esclavo rufián.
Patricia sonrió, suficiente, arrogante, incluso petulante.
-¿Y entonces qué, nos olvidamos de la pareja? –les sugerí con mi pregunta.
En esto que se acerca el muchacho.
-Veo que tienen montada una excitante reunión. ¿Son acaso artistas?
No supe interpretar a qué venía aquella opinión. Mi expresión creo que se lo denotó.
-Verá, me lleva a opinar de ese modo, los vestidos de época, esos rostros tan maquillados, usted, que tiene todas las maneras de un pintor y esa dama que perfectamente podría interpretar cualquier papel de femme fatale que se le antojara.
Se había referido en último lugar a Patricia. Le agradó sin lugar a dudas haberle seleccionado para sus antojos. Me miró entonces mi Dómina de ficción con una expresión en su bello rostro que dejaba bien a las claras que no iba a ceder ni un ápice en su intento por agenciarse de aquel hermoso ejemplar de macho.
-Pues sí, caballero, somos artistas. Artistas de la vida, de la existencia más prolífica que puedas imaginar. ¿Te gustaría formar parte de mi trouppe, bello animal?
-¿Cómo, yo? –preguntó sin ocultar su entusiasmo e incluso orgullo el joven.
-Naturalmente, los demás creo que lo aceptarán además de comprenderlo.
-¿Le parece que tengo madera de… –eres un ejemplar a tener en cuenta. ¿Necesitas no obstante consultarlo con tu damisela?
Fue entonces que la angelical rubia se acabó de acercar a nosotros. También lo hizo el padre adoptivo de mi sumisa.
-Siempre se lo dije. Tiene figura y perfil apolíneo. En Grecia o Roma se lo habrían disputado las mejores hetairas, las cortesanas más cercanas a los emperadores.
-Perdón ¿señorita…? –Angélica –me respondió la joven. –Pues señorita Angélica, pero en Grecia no gobernaron los emperadores.
Mi miraron todos menos Patricia que siguió revisando al que ya consideraba su nuevo ejemplar de esclavo.
Mi sumisa además de observarme extrañada añadió: – ¿Y qué más da si los hubo?
-Fueron solamente reyes –me vi empujado a aclararles, a todos ellos. Lo hice en voz alta, esperando desviar a Patricia de su empeño.
-Pues reyes y emperadores –complementó la rubia angelical de nombre Angélica.
No tardó más Patricia en hacerse a un lado de la mano del joven que realmente hubiera sido una atracción en la Grecia de los reyes y en la Roma de los emperadores. Me temí que sin buscarlo tuviera que darle cabida en la segunda parte de la historia que estaba o pretendía escribir cuando busqué aislarme en los montes perdidos. No tuve duda tampoco  de cual acabaría siendo su papel en el papel.
Por el contrario y mientras reflexionaba preocupado sobre las intenciones de mi amado personaje ficticio pero que ya me parecía más real que yo mismo, mi sumisa se llevó a hurtadillas a la rubia angelical hasta la chimenea. Algo le musitó que no oí. Solo vi como sonreía, abierta, plácida, alegre, la chica claro, mi sumisa solo le musitaba a la oreja, cerca de aquel precioso cuello más blanco que la nieve del exterior.
De pronto el padre, levantando la voz indicó: –es hora de descansar Amelia. El sol ya llega. –Y sin más dilación, comenzó a tararear la canción de George Harrison: “Here comes the sun”. Lo hizo de maravilla, imitando incluso los punteos de guitarra que tan bien ejecutaba el Beatle en el disco. Me conmovió aquella melodía, una pieza a la altura de las mejores que firmaron Lennon y McCartney.
La rubia, aprovechando el sonido del papá vampiro, comenzó a contonearse eróticamente y con ello di por hecho que aquel gesto tan desprendido de su capacidad de provocar sexualmente, iba a ser su perdición. Ya no tuve dudas, con sus artes mágicas de vampira la iba a arrastrar con ella hasta su ataúd y allí la iba a convertir en su amante vampira, quizá también bandida, o vete a saber qué tenía pensado Amelia, mi sumisa vampira, para aquella rubita angelical que sonreía plácida y confiada y seguía el ritmo de la canción interpretada sin instrumentos de acompañamiento por el grisáceo del padre adoptivo. Mientras, Patricia, a lo suyo: el chaval, ya en pelotas, por cierto, bien armado y deleitándola como a ella le agrada, es decir, de las cien mil formas recogidas que se describen en el Kamasutra y que ella convierte en muchas más con sus ejecuciones.

(Continuara…)
Arturo Roca

(05/09/2016)

jueves, 1 de septiembre de 2016

AMIGOS POR UNA NOVELA

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MI SUMISA ES UNA VAMPIRA (II)

Mi sumisa, es una vampira.

II

Aquella amenaza ya no me la tomé en broma, tampoco lo había hecho con la afirmación de la bella…, vampira, aunque en mi fuero interno ya daba por sentado que el haber tenido la brillante idea de alejarme del mundanal ruido había sido la causa de que una vampira viniera a mi. Se me ocurrió entonces.
-¿Y…, cómo deseas, que te, someta?
>Tengo entendido, que sois…vosotros los que sometéis a los humanos.
Se rieron padre e hija de forma estentórea. Imaginé que a causa no solo de las preguntas, también del tono en que las expresé. ¿Tan estúpido les parecía? Sinceramente, nunca he dominado a una vampira, vamos, que yo sepa, aunque alguna mujer que he conocido…, pero dejémoslo ahí y por tanto, corramos un tupido velo.
-Así pues, ¿qué te parece si me das alguna pista? –me atreví a lanzarles mientras seguían en su particular jolgorio. Temía además que despertaran a Patricia y embebida de su poder dominante decidiera convertirse ella en la Dómina de padre e hija, aunque el señor grisáceo nada había comentado sobre ser dominado, pero ya conocéis a mi Patricia Tregnant, es capaz de apoderarse de la mente y cuerpo de cualquiera que se le acerque aunque esté a un kilómetro de distancia y aquellos dos seres, estaban tan cerca del manuscrito en el que todavía dormitaba y tranquila.
“Joder”, exclamé para mis adentros cuando el supuesto papá vampiro se acercó al documento y comenzó a hojearlo. Lo hizo en un plis plas, leerlo.
-¿Eso escribes, escritor?
-Eso y muchas otras cosas, señor vampiro –le respondí sin lograra ocultar mi preocupación. Tampoco quería pasar por un maleducado, aunque si os soy sincero, temí que mi trato fuera considerado por su hija, la candidata a convertirse en mi sumisa, como fuera de lugar o impropio de un verdadero Amo.
No fue así. En contra de lo esperado, ella se arrastró por el suelo hasta mis pies y de nuevo me los enfrió con su nuevo beso. “Joder con la niña vampira”. Estuve por gritarle que sino los veía cubiertos con calcetines de gruesa lana, que dejara de hacerme carantoñas, que me iba a provocar sabañones y de paso propiciarme una pulmonía para morir allí encerrado antes de que pudiera gozar de mi poder omnímodo. Eso le hubiera dicho en caso de reclamarme un por qué y que pensara lo que le diera la real gana.
De todos modos, os lo confieso, me gustaba como besaba. Se lo reconocí, aunque al mismo tiempo aproveché para deslizar con delicadeza ese otro aspecto, el del frío.
Me sonrió desde su posición y con aquella expresión di por sentado que sí, que era sincera y que por tanto debería atender, como es de rigor hacia una señorita vampira, a aquella damita, propiciándole todo lo que a una sumisa le agrada de su Amo, es decir, que la lleve por esa senda de arrabal en que puede no solo arrastrarse ante él y ante aquellos que él le indique y apetece sino que además obtiene con elegancia y firmeza de su interior sus más oscuras perversiones, para escenificarlas con ella de prima donna y las más atrevidas parafernalias, ya que las liturgias siempre han sido del agrado de los humanos y por tanto también de los vampiros, al fin y al cabo, humanos en su inicio.
En ocasiones llego a pensar que quizá son los Dominantes los dominados, pero dejémoslo de momento, quizá en otro debate…
-Me gusta –oí entonces de boca del padre adoptivo. Fue un comentario tan escueto y en tono tan lacónico que incluso sentí temor de preguntarle a qué se refería. Me lo aclaró mi nueva adepta, aun echada a mis pies.
-Le ha gustado lo que ha leído y eso creo que…
Se detuvo la muchacha chupa sangre y me dejó suspendido en el interrogante. Me estaba carcomiendo y por tanto creí necesario señalárselo, al papá adoptivo.
De nuevo fue la hijita la que contribuyó a seguir manteniéndome inmerso en aquel extraño juego.
-Creo que le caes bien y quizá te proponga…
Fue entonces cuando apareció Patricia, más sensual que nunca, lo hizo acompañada de su guardaespaldas, el amigo y sobre todo esclavo Rufián, el que yo había creado para ella. No se mostraron muy amables, por lo que tuve que interponerme entre las dos parejas no fuera a suceder algo de lo mal llamado inevitable.
-¿Te decides o qué? –me espetó entonces con poca o nula suavidad Patricia.
-La Señora quiere dormir y la están molestando –aclaró su Rufián.
-¿Y ese quién es? –intervino la vampira.
-Disculpen si los hemos despertado. Les ruego que no nos tengan en cuenta el suceso –creyó necesario participar el papá vampiro mostrando que incluso los grandes vampiros poseen modales refinados.
¿Me estaba volviendo loco? ¿Hasta ahí me había llevado mi gran pasión literaria? Dos personajes ficticios discutiendo a altas horas de la madrugada con dos supuestos vampiros. Cierto era que el semblante de padre e hija, bien lo atestiguaba, unos rostros grises y ojos rojizos, como si se estuvieran deleitando ya con la posible sangre que iban a necesitar para seguir existiendo una nueva jornada o muchas más, que no sé del cierto lo que precisan consumir en sangre los vampiros para sostener, su singular metabolismo.
-A ver –me atreví entonces a intervenir, armándome de valor.
-¡¿Qué?! –me respondieron los cuatro como si formaran parte del mismo coro interpretativo.
En contra de lo que hubiera sido normal, no me asusté. Habían fijado su mirada sobre mi y no parecían muy adictos a escuchar mi propuesta, pero auto insuflándome un valor que creo nunca ha sido uno de mis fuertes, detuve aquel remolino de malos augurios.
-Creo que deberíamos, en primer lugar, sentarnos, acomodarnos, relajarnos y luego…
-¿Qué? –volvieron a la carga. Aunque esta vez sin levantar la voz como en la anterior intervención.
-Conversamos, o mejor, ¿qué os parece si lo hacéis vosotros cuatro, con libertad, eso sí, sin reprimiros, aunque con respeto, y yo, voy tomando nota? ¿Os parece que puede ayudar a que nos entendamos? “Sobre todo, yo el primero” me pasó por la mente. Naturalmente, me abstuve de dejarlo ir.
Me pareció entonces y atendiendo a sus asombradas, quizá perplejas miradas, que mi planteamiento los había desorientado, tanto que incluso no sabían cómo responder. Se me ocurrió entonces, vamos, que la cagué. ¿No voy y suelto?
-Y miro lo que hay en la despensa y les ofrezco un piscolabis, para ayudar  a destensio…
Me acababa de dar cuenta de mi metedura de pata y por ello mi cerebro ordenó a mis cuerdas vocales que se detuvieran, aunque eso sí, lentamente.
¿Iba mi sumisa entonces y gracias a mi estúpida proposición a rogarme que ofreciera mi cuello para que succionara un poquitín del rojo líquido y así hacerme aparecer ante su progenitor adoptivo como un amable hospitalario? Y Patricia, ¿qué iba a ordenarme le preparara? Claro que para su esclavo Rufián no iba a ser preciso que me esmerara, pues seguro que me lanzaría, “para el perro, las sobras”.
Rectifiqué de inmediato, lo mejor que supe.
-Me estoy refiriendo no a un refrigerio, sino simplemente a algún tipo de bebida.
“Joder, capullo” volvió a venirme a la mente, “¿y la puta sangre, qué cojones es sino un líquido?”
Otra cagada. Por fortuna mi sumisa, percibió que mi torpeza me estaba jugando una mala pasada por lo que se esmeró en comentar al tiempo que parecía querer perdonármelas, las cagadas.
-Tranquilo Amo. No es su sangre lo que deseó, ni yo ni por supuesto mi padre.
Entonces Patricia, rauda como tiene por costumbre.
-Pues con la nuestra, no cuentes –le lanzó a la vampira.
No entendí a qué sangre se refería, pero vamos, que hizo bien en aclararlo, aunque no hubiera hecho falta. En cambio lo hizo la vampira, mi nueva esclava, término que me vino a la cabeza sin saber muy bien por qué y que de inmediato consideré le agradaría más a la vampira cuando lo utilizara en ella.
-Ni lo sueñes, querida. No estamos tan necesitados. Además, ¿de qué sangre estás hablando?
No me gustó que hubiera sido tan directa, me temí y así sucedió, que Patricia se sintiera ultrajada.
-¿Qué dices, gorda de mierda?
La peor Patricia que yo había concebido unos años antes, apareció. Maleducada, impertinente, rabiosa, agresiva. Pensé que iba a ser ella la que le iba a asestar a mi vampira un buen mordisco en su cuello.
En contra de lo temido, la chiquilla se arrodilló frente a Patricia, con lágrimas en los ojos. Ya no tuve duda, sí, se trataba de una vampira sumisa, pero que muy sumisa, de otro modo no se entendía aquella reacción.
Fue el papá el que antes que Patricia propinara el golpe definitivo, para que su hijita pasara a ser de su pertenencia sin que yo le traspasara el contrato que aun no había firmado la vampira conmigo el que aclaró que: –es bisexual. Y por tanto encontrarse ante una mujer de su determinación y autoridad, la ha subyugado.
Me vino a la cabeza el preguntar, por supuesto, sin ánimo de molestar ni ofender: “y entonces yo, ¿en qué lugar quedo?”, pero me corregí de inmediato, puesto que, ¿qué narices iba a hacer? ¿Preguntar a un personaje de ficción creado por mi mismo si no le importaba que volviera a recuperar la propiedad de la vampira a la que ella había llamado gorda?
Díos mío, ¿estaba soñando o mejor dicho, sufriendo una pesadilla de las de puro órdago?
No podía tratarse de nada más.
Entonces se oyeron, al menos yo los oí, unos golpes en la puerta de la cabaña. Pensé en el hombre lobo, pero…
   
(Continuara…)

Arturo Roca

(31/08/2016)