NO
ME GUSTAN LOS REGALOS. ®
Aquella
tarde Eduardo había aceptado por fin que Marta le presentara a su amiga del
alma. Se habían emplazado en una coctelería de moda. La pareja llegó tras
disfrutar de una sesión en el apartamento secreto que ella posee en el centro.
El día anterior, ella se había esmerado en adquirir todo cuanto él le exigió
para “seguir siendo mi perra”. Por tanto no tuvo reparo y de hecho lo disfrutó
haciéndose en el sex-shop que le señaló, con los artilugios que él le había indicado.
Un arnés, esposas, bolas chinas, un rebenque y una mordaza de bola. “Las pinzas
te las haré probar, en la siguiente ocasión zorra”. A Marta que Eduardo la traté
con tanto desprecio la pone a cien y él lo había constatado desde el primer
instante y no se trataba de que se la pusiera dura el humillarla, en realidad
se la ponía tiesa cuando observaba lo caliente que ella se le ofrecía al escuchar
aquellos especiales piropos. Ya no tenía duda, la pondría a prueba ante sus
amigotes, en la disco en la que suelen mostrar sus peculiares galanterías ante
el grupo de fervientes seguidoras. Puede que entonces Solange dejara de hacerse
la interesante y aceptara que acabaría entre sus piernas dejando por fin de
lado su orgullo y suficiencia de hija de un potentado y a la vez diputado.
Poco a poco
iba pergeñando cómo presentaría a su última conquista, una madura elegante y
millonaria como Marta, con un tipazo de órdago a pesar de sus ya cuarenta y
algún años para que todos y todas certificaran que su poder de dominación era
digno de tenerse en cuenta. Nada le importaba lo que a aquella guarra de Marta
le pasara por la cabeza en cuanto advirtiera que sólo la quería para jugar con
ella a uno de sus juegos favoritos, someter con más o menos crueldad a la
fémina de turno y Marta era ideal pues no dejaba de sorprenderle con sus
inclinaciones masoquistas.
Martina
como era de esperar, llegó tarde, aunque sólo unos minutos, mientras Marta
intentó convencer a Eduardo con dulces caricias para que no dudara de su definitiva
entrega. Le susurraba lasciva: – ¿me comporté esta tarde mi dueño? ¿Supe
mamártela como lo hace una perra? Me tenés
húmeda todo el tiempo Amo, esperando con embeleso que decidás pinzarme
esos pezones que tanto le agrada estrujar a mi dueño. No sabés lo que me gustaría
chupártela aquí mismo Amo, por debajo de la mesa. ¿Me lo ordenás, Amo?
A Eduardo
le comenzaba a cansar tanto atosigamiento. Se había corrido hasta cuatro veces durante
la sesión y en todas las partes del cuerpo y agujeros de aquella golfa que aun
sin esforzarse él en demasía ya se mostraba completamente sometida.
No ocultó
su cabreo.
-Pará de
una vez putona de mierda. ¿Tu amiga va a tardar mucho? Tengo cosas importantes
que hacer.
-Vuelve a
llamármelo Amo.
-¿A
llamarte?
-Sí mi
dueño, putona de mierda. No creo que pueda resistirlo otra vez. Me voy si lo
oigo de tu voz de nuevo.
-Pues no te
vayás zorra. Las esclavas sólo se corrén cuando tienen permiso. Y no lo tenés,
bicha.
Ninguno
hasta tenerla enfrente vio acercarse a Martina, que al haber escuchado las
últimas expresiones, se presentó más ácida que de costumbre. Probablemente no
acepta que nadie se muestre más dominante que ella en su presencia.
-¿Es éste
tu… lo que sea?
Marta
dirigió su rostro hacia su amiga y se sintió atrapada. No atinaba a responder.
Martina se acomodó al tiempo que sacaba de su bolso el paquete de cigarrillos.
Eduardo estuvo presto en ofrecerle fuego. El camarero se acercó para indicarle
que no se podía fumar. Entonces ella le hizo una seña a Eduardo que éste
comprendió. Le alargó un billete al camarero. Luego ella encendió el
cigarrillo.
-¿Qué
tomará la señora? –se vio empujado a señalar el camarero ya desmotivado en
hacer cumplir las normas del local.
Martina sin
abandonar su gesto agrio le ordenó un whisky. Fue entonces cuando ya
recompuesta Marta le presentó a su nuevo juguete, así se lo había definido
cuando comenzó a hablarle de Eduardo sin atinar a que en realidad era ella la
marioneta que aquel joven movería a su antojo mientras le apeteciera.
Martina no
se cortó.
-No estás
mal. Pero dime, ¿es eso cierto que eres dominante?
Los cogió a
ambos de improviso, aunque él reaccionó de inmediato.
-Sí. ¿Acaso
te molestá?
Por fin
Martina permitió que observaran su deliciosa a la vez que enigmática sonrisa.
-Me
gustaría verte en acción. Vamos, si no tenés miedo a defraudarme.
Aquello
encabritó al macho.
-¿Y por qué
tendría que hacerlo?, no defraudarte.
-Perdoná
cariño. Lo estás deseando. Pavonearte. Pues venga, no te cortés, aquí mismo.
Estoy segura que la perra de mi amiga lo está deseando, que la chulees y ante
mí, para que pueda calificarte y calificarla. ¿Te atrevés canchudo?
En el
rostro de Marta se reflejó el temor a cualquiera de las ocurrencias que conoce
de primera mano se le pueden antojar a su amiga. No sólo es ella la que se las
cuenta, también en alguna de las cenas le ordena a su esposo y esclavo Julián, naturalmente
completo desnudo y con el cinturón de castidad puesto, las relate, interpretándolas,
para que las entretenga el cornudo.
En cambio
en el de Eduardo apareció una mueca que indicaba cautela pero a la vez deseo
por enfrentarse a cualquiera de las ideas que le apetecieran a aquella espléndida
aunque altiva dama que ya lo estaba tentando. La hubiera en aquel instante
cambiado por Marta, para demostrarle a aquella creída lo que un verdadero macho
puede hacer con una hembra, -sea cual sea su actual condición-, siempre que
como él atesore el suficiente talento y poder para rendir a cualquiera y por
tanto cambiarla por completo, le apetezca a ella o no.
Martina
detuvo el envite, de forma expresa. Esperó la llegada del camarero y tras
menospreciarlo con su indiferencia, sorbió ligeramente el whisky.
La espera
se les estaba haciendo a ambos, Marta y Eduardo, un tormento, aunque también
ambos procuraban disimularlo, aunque para Marta comenzaba a desvanecerse el
pavor a la idea que su amiga estuviera construyendo en su cabeza. La tiene por
verdadera su amistad y esperaba no decidiera humillarla especialmente, pues en
aquella coctelería la han visto otras veces. Según fuera su capricho, quizá no
podría volver a poner los pies en aquel lugar que suele utilizar para
encuentros más o menos prohibidos.
Por fin lo
soltó.
-Verás
caballero. Mañana tengo una velada muy especial.
Volvió a
detenerse, esperando reacciones, por parte del tipo y sobre todo de Marta, que
no desconocía que era el día de su aniversario y también el momento en que su
cornudo esposo le traería a casa como obsequio, “la mejor polla que habrás
disfrutado nunca, amor mío”. En la descripción, Martina había sido textual ante
su amiga, incluso había añadido que le respondió a su entregado esposo tras tan
flamante muestra de sometimiento: “no es un obsequio, cariño, ya sabés que no
me gustan los regalos, tomálo como lo que en realidad son, tus tributos por
permitirte servirme como esclavo”.
Eduardo no
supo controlarse.
-¿Y qué
ocurre mañana?
-Verás, es
mi aniversario.
Ya la
tenía, le vino a la mente a Eduardo. Por fin aquella engreída pero mina de puta
madre, ponía las cartas sobre la mesa. Sin duda deseaba que la felicitara su
verga mientras disfrutaban de su amiga encadenada y humillada antes ellos. La
expresión de conquista de su rostro se lo dejó bien a las claras a Martina.
Eduardo acababa de morder el anzuelo.
-Y querés
disponer de una buena velada, pues no lo dudés, te la voy a regalar y esa puta
de tu amiga hará y será lo que a ti te apetezca.
-¿Verdad
que sí, puta de mierda? –Esta vez Eduardo, había dirigido la pregunta a Marta, que no se abstuvo de asentir con un
gesto.
-Ya ves,
princesa. Vos vas a disfrutar del mejor aniversario de tu vida. ¿En tu casa, en
la mía?
Martina
observó a su amiga sin abandonar la sonrisa maléfica que ella tan bien le
conoce. Estaba dejando correr el tiempo, que se movía con la lentitud de una
tortuga paralítica, algo que a Eduardo le estaba granjeando dos reacciones,
impacientarse inadecuadamente y regodearse con lo que prometía convertirse en una
sesión inolvidable. En su cabeza ya veía a ambas mujeres arrastrándose a cuatro
patas tras él y peleándose por mamarle
su polla y luego limpiársela de todos los jugos que esparciría por los coños y
anos de ambas y a la vez se pringaría su miembro.
Entonces
Martina muy seca espetó.
-Pues si
todo está claro, te ruego nos dejés.
Tengo que hablar con mi amiga, a solas, cosas de mujeres, ya sabés.
Mañana será tu turno, galán.
Eduardo no
esperaba aquella respuesta, pero se contuvo, no fuera a escapársele aquella
magnífica oportunidad que ella misma le había puesto en bandeja, de demostrarle
quién mandaba y quién lo haría a partir de que la enloqueciera con sus
habilidades dominantes. Accedió a abandonar la escena utilizando el recurso que
los perdedores suelen emplear para no parecerlo.
-De hecho,
me esperán, un par de bombones, de veinte años. Son aprendizas y desean prosperar…
–Martina se le anticipó –y tú las vas a aleccionar, ¿correcto? Pues nada, que
te vaya bien y no lo olvidés galán, mañana nos lo cuentás.
Marchó
convencido que era el cazador, en absoluto la presa.
Cuando se
quedaron solas, Marta no pudo reprimirse.
-¿Qué vas a
hacer?, que te conozco.
-Espera y
verás. Puede que no se le olvide jamás el día de mi aniversario.
-Estoy
segura… –le manifestó con sibilina expresión en su rostro Marta –… pienso que a
mí tampoco.

Seguiré leyendo, no acabo de acostumbrarme a la manera de hablarse con tanto desprecio aunque se que es consensuado
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