martes, 19 de mayo de 2015

UN REGALO ESPECIAL (2) (No me gustan los regalos)




NO ME GUSTAN LOS REGALOS.  ®



Aquella tarde Eduardo había aceptado por fin que Marta le presentara a su amiga del alma. Se habían emplazado en una coctelería de moda. La pareja llegó tras disfrutar de una sesión en el apartamento secreto que ella posee en el centro. El día anterior, ella se había esmerado en adquirir todo cuanto él le exigió para “seguir siendo mi perra”. Por tanto no tuvo reparo y de hecho lo disfrutó haciéndose en el sex-shop que le señaló, con los artilugios que él le había indicado. Un arnés, esposas, bolas chinas, un rebenque y una mordaza de bola. “Las pinzas te las haré probar, en la siguiente ocasión zorra”. A Marta que Eduardo la traté con tanto desprecio la pone a cien y él lo había constatado desde el primer instante y no se trataba de que se la pusiera dura el humillarla, en realidad se la ponía tiesa cuando observaba lo caliente que ella se le ofrecía al escuchar aquellos especiales piropos. Ya no tenía duda, la pondría a prueba ante sus amigotes, en la disco en la que suelen mostrar sus peculiares galanterías ante el grupo de fervientes seguidoras. Puede que entonces Solange dejara de hacerse la interesante y aceptara que acabaría entre sus piernas dejando por fin de lado su orgullo y suficiencia de hija de un potentado y a la vez diputado.
Poco a poco iba pergeñando cómo presentaría a su última conquista, una madura elegante y millonaria como Marta, con un tipazo de órdago a pesar de sus ya cuarenta y algún años para que todos y todas certificaran que su poder de dominación era digno de tenerse en cuenta. Nada le importaba lo que a aquella guarra de Marta le pasara por la cabeza en cuanto advirtiera que sólo la quería para jugar con ella a uno de sus juegos favoritos, someter con más o menos crueldad a la fémina de turno y Marta era ideal pues no dejaba de sorprenderle con sus inclinaciones masoquistas.

Martina como era de esperar, llegó tarde, aunque sólo unos minutos, mientras Marta intentó convencer a Eduardo con dulces caricias para que no dudara de su definitiva entrega. Le susurraba lasciva: – ¿me comporté esta tarde mi dueño? ¿Supe mamártela como lo hace una perra? Me tenés  húmeda todo el tiempo Amo, esperando con embeleso que decidás pinzarme esos pezones que tanto le agrada estrujar a mi dueño. No sabés lo que me gustaría chupártela aquí mismo Amo, por debajo de la mesa. ¿Me lo ordenás, Amo?
A Eduardo le comenzaba a cansar tanto atosigamiento. Se había corrido hasta cuatro veces durante la sesión y en todas las partes del cuerpo y agujeros de aquella golfa que aun sin esforzarse él en demasía ya se mostraba completamente sometida.
No ocultó su cabreo.
-Pará de una vez putona de mierda. ¿Tu amiga va a tardar mucho? Tengo cosas importantes que hacer.
-Vuelve a llamármelo Amo.
-¿A llamarte?
-Sí mi dueño, putona de mierda. No creo que pueda resistirlo otra vez. Me voy si lo oigo de tu voz de nuevo.
-Pues no te vayás zorra. Las esclavas sólo se corrén cuando tienen permiso. Y no lo tenés, bicha.
Ninguno hasta tenerla enfrente vio acercarse a Martina, que al haber escuchado las últimas expresiones, se presentó más ácida que de costumbre. Probablemente no acepta que nadie se muestre más dominante que ella en su presencia.
-¿Es éste tu… lo que sea?
Marta dirigió su rostro hacia su amiga y se sintió atrapada. No atinaba a responder. Martina se acomodó al tiempo que sacaba de su bolso el paquete de cigarrillos. Eduardo estuvo presto en ofrecerle fuego. El camarero se acercó para indicarle que no se podía fumar. Entonces ella le hizo una seña a Eduardo que éste comprendió. Le alargó un billete al camarero. Luego ella encendió el cigarrillo. 
-¿Qué tomará la señora? –se vio empujado a señalar el camarero ya desmotivado en hacer cumplir las normas del local.
Martina sin abandonar su gesto agrio le ordenó un whisky. Fue entonces cuando ya recompuesta Marta le presentó a su nuevo juguete, así se lo había definido cuando comenzó a hablarle de Eduardo sin atinar a que en realidad era ella la marioneta que aquel joven movería a su antojo mientras le apeteciera.
Martina no se cortó.
-No estás mal. Pero dime, ¿es eso cierto que eres dominante?
Los cogió a ambos de improviso, aunque él reaccionó de inmediato.
-Sí. ¿Acaso te molestá?
Por fin Martina permitió que observaran su deliciosa a la vez que enigmática sonrisa.
-Me gustaría verte en acción. Vamos, si no tenés miedo a defraudarme.
Aquello encabritó al macho.
-¿Y por qué tendría que hacerlo?, no defraudarte.
-Perdoná cariño. Lo estás deseando. Pavonearte. Pues venga, no te cortés, aquí mismo. Estoy segura que la perra de mi amiga lo está deseando, que la chulees y ante mí, para que pueda calificarte y calificarla. ¿Te atrevés canchudo?
En el rostro de Marta se reflejó el temor a cualquiera de las ocurrencias que conoce de primera mano se le pueden antojar a su amiga. No sólo es ella la que se las cuenta, también en alguna de las cenas le ordena a su esposo y esclavo Julián, naturalmente completo desnudo y con el cinturón de castidad puesto, las relate, interpretándolas, para que las entretenga el cornudo.
En cambio en el de Eduardo apareció una mueca que indicaba cautela pero a la vez deseo por enfrentarse a cualquiera de las ideas que le apetecieran a aquella espléndida aunque altiva dama que ya lo estaba tentando. La hubiera en aquel instante cambiado por Marta, para demostrarle a aquella creída lo que un verdadero macho puede hacer con una hembra, -sea cual sea su actual condición-, siempre que como él atesore el suficiente talento y poder para rendir a cualquiera y por tanto cambiarla por completo, le apetezca a ella o no.
Martina detuvo el envite, de forma expresa. Esperó la llegada del camarero y tras menospreciarlo con su indiferencia, sorbió ligeramente el whisky.
La espera se les estaba haciendo a ambos, Marta y Eduardo, un tormento, aunque también ambos procuraban disimularlo, aunque para Marta comenzaba a desvanecerse el pavor a la idea que su amiga estuviera construyendo en su cabeza. La tiene por verdadera su amistad y esperaba no decidiera humillarla especialmente, pues en aquella coctelería la han visto otras veces. Según fuera su capricho, quizá no podría volver a poner los pies en aquel lugar que suele utilizar para encuentros más o menos prohibidos.
Por fin lo soltó.
-Verás caballero. Mañana tengo una velada muy especial.
Volvió a detenerse, esperando reacciones, por parte del tipo y sobre todo de Marta, que no desconocía que era el día de su aniversario y también el momento en que su cornudo esposo le traería a casa como obsequio, “la mejor polla que habrás disfrutado nunca, amor mío”. En la descripción, Martina había sido textual ante su amiga, incluso había añadido que le respondió a su entregado esposo tras tan flamante muestra de sometimiento: “no es un obsequio, cariño, ya sabés que no me gustan los regalos, tomálo como lo que en realidad son, tus tributos por permitirte servirme como esclavo”.
Eduardo no supo controlarse.
-¿Y qué ocurre mañana?
-Verás, es mi aniversario.
Ya la tenía, le vino a la mente a Eduardo. Por fin aquella engreída pero mina de puta madre, ponía las cartas sobre la mesa. Sin duda deseaba que la felicitara su verga mientras disfrutaban de su amiga encadenada y humillada antes ellos. La expresión de conquista de su rostro se lo dejó bien a las claras a Martina. Eduardo acababa de morder el anzuelo.
-Y querés disponer de una buena velada, pues no lo dudés, te la voy a regalar y esa puta de tu amiga hará y será lo que a ti te apetezca.
-¿Verdad que sí, puta de mierda? –Esta vez Eduardo, había dirigido la pregunta a  Marta, que no se abstuvo de asentir con un gesto.
-Ya ves, princesa. Vos vas a disfrutar del mejor aniversario de tu vida. ¿En tu casa, en la mía?
Martina observó a su amiga sin abandonar la sonrisa maléfica que ella tan bien le conoce. Estaba dejando correr el tiempo, que se movía con la lentitud de una tortuga paralítica, algo que a Eduardo le estaba granjeando dos reacciones, impacientarse inadecuadamente y regodearse con lo que prometía convertirse en una sesión inolvidable. En su cabeza ya veía a ambas mujeres arrastrándose a cuatro patas tras él y  peleándose por mamarle su polla y luego limpiársela de todos los jugos que esparciría por los coños y anos de ambas y a la vez se pringaría su miembro.
Entonces Martina muy seca espetó.
-Pues si todo está claro, te ruego nos dejés.  Tengo que hablar con mi amiga, a solas, cosas de mujeres, ya sabés. Mañana será tu turno, galán.
Eduardo no esperaba aquella respuesta, pero se contuvo, no fuera a escapársele aquella magnífica oportunidad que ella misma le había puesto en bandeja, de demostrarle quién mandaba y quién lo haría a partir de que la enloqueciera con sus habilidades dominantes. Accedió a abandonar la escena utilizando el recurso que los perdedores suelen emplear para no parecerlo.
-De hecho, me esperán, un par de bombones, de veinte años. Son aprendizas y desean prosperar… –Martina se le anticipó –y tú las vas a aleccionar, ¿correcto? Pues nada, que te vaya bien y no lo olvidés galán, mañana nos lo cuentás.
Marchó convencido que era el cazador, en absoluto la presa.
Cuando se quedaron solas, Marta no pudo reprimirse.
-¿Qué vas a hacer?, que te conozco.
-Espera y verás. Puede que no se le olvide jamás el día de mi aniversario.
-Estoy segura… –le manifestó con sibilina expresión en su rostro Marta –… pienso que a mí tampoco.
 

ARTURO ROCA ® (para todos sus seguidores actuales y futuros) 

1 comentario:

  1. Seguiré leyendo, no acabo de acostumbrarme a la manera de hablarse con tanto desprecio aunque se que es consensuado

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