martes, 29 de mayo de 2018

SAL Y PIMIENTA (Nuestro festín de cada día)




SAL Y PIMIENTA

(Nuestro festín de cada día)






Es lo que me gustaría, pero no creo que sea posible disfrutarlo a diario, aunque cuando acontece…
A mi amada le gusta el sol, mucho y su cuerpo entero bronceado por igual, lo atestigua, aunque suele ser su parte delantera la que más lo goza, puesto que es en esa posición, enfrentada altiva a los rayos, que los domina y somete.
Costó encontrarle la tumbona adecuada, la ideal para sentirse cómoda, pero desde entonces no solo le sirve para acoger el calor solar, sino que aposentada en ella nos deleitamos mutuamente disfrutando del festín alimenticio.
Para ello, suelo elegir de antemano, variadas frutas, compendio primoroso de sabores, olores y colores que van desde las doradas y moradas ciruelas, hasta las rojizas cerezas, pasando por los anaranjados nísperos, albaricoques y melocotones, o las verdes y negras uvas y cómo no, por las encarnadas fresas. Pero no quiero cerrarme en banda, por lo que también suelo servirme de pedazos de melón, sandía o plátano, manzanas, peras y frutos secos, pues de todos espero obtener alimento sustancial para seguir engordando mi delectación por ella y su aporte energético y delicioso. Sin él, estoy seguro, quizá dejaría de gozar con los frutos con que los árboles nos tientan y alimentan.
Pero vaya sin demora al grano.
Recién salida de la ducha, todavía con dispersas gotitas perladas en su deseable piel, se acomoda mí amada en su tumbona y es cuando pliega sus piernas por las rodillas que me ofrece la señal. Lo siguiente, separárselas yo con delicadeza, permitiendo por tanto ella, que me encandile una vez más con su excitante sexo ofrecido y hermoso. Me siento entonces a su derecha, en un escabel y desde aquella privilegiada posición, la ayudo a que extienda su pierna derecha, gozando de acariciar su tersa a la vez, que delicada epidermis. No me demoro entonces en elegir del bol con el conjunto de piezas que he preparado, la primera. De inmediato se la muestro y al observar su sonrisa repleta de picardía y esos ligeros, casi inapreciables espasmos de sus labios, los superiores, pero sobre todo los inferiores, comienzo con el ritual.
Mi boca se abre entonces, para llevarla con mis palabras, al inicio de la segregación, al tiempo que ella cierra los ojos tras liberar su bello rostro de las oscuras gafas. Así los mantendrá mientras prolongue yo el festín, cerrados, quizá ajena a mis elecciones a no ser que su sentido del olfato la ayude a desvelar la fruta seleccionada para ser untada con los jugos rezumados por su exquisito coño, antes de darles yo cobijo en mi boca.
Puede que entonces, al acercarle la siguiente pieza por mi tomada, su sentido del tacto que en su sexo es tan preciso, le desvele cuál será la fruta que a continuación, sin haberla untado en su humedal, le acercaré a sus labios superiores. Los abrirá si le apetece la elección para hacerse con ella con lascivia y engullirla tras masticarla sensualmente mientras yo haré lo propio con el trozo rebozado en su singular sabor vaginal.
Es para mi ese aditivo, la sal y la pimienta necesarias en cualquier receta culinaria que se precie y solamente cuando ella me lo ruegue, le obsequiaré su parte remojada como a mi me agrada. Y así permaneceremos, ella alimentada con el sol y la fruta, con o sin aditivo proverbial, y yo con los frutos sabrosos endulzados con su néctar, ambrosia que no me canso de degustar.
Estos festines para ambos, pueden prolongarse mucho tiempo, tanto como sea capaz de mantener con mis insinuantes y sugestionadoras palabras, su activo coño. Pero no lo dudéis, ambos seguimos poseyendo, tras cuantiosos encuentros, una energía inagotable para disfrutar de nuestro peculiar festín.
El calor del sol, aliado implacable y la vorágine de palabras que desencadena en mi mente la visión exultante del cuerpo de mi amada, logran que el apetito no se extinga fácilmente.
Probadlo, os sabrá ese exquisito banquete, a uno de cientos de estrellas.

Arturo Roca
(27/05/2018)


martes, 20 de diciembre de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA (X)






Mi sumisa, es una vampira.

XI

Desaparecieron ambas Damas, la Reina Amanda y la Princesa Alfano de mi vista quedándome solo y en cierto modo desconcertado. Esperé no obstante a que fuera un espejismo del que me recuperaría de inmediato y por tanto volverían a aparecer ante mi aquellas dos bellezas del más allá, puesto que comenzaba a modificar mis cánones sobre la hermosura femenina otorgando a esos rostros blanquecinos una calidad estética que hasta aquellos días no había sabido apreciar. Además, sus cuerpos estilizados, enfundados en la mayoría de casos en prendas oscuras y ajustadas conllevaba que las habituales sensuales curvas de las féminas se vieran resaltadas hasta el punto de desear ser abrazado por ellas a pesar de imaginar que ese gesto podía significar perder por completo la autonomía para decidir e incluso apropiarse de mi supuesta cordura. De hecho me había sucedido en cierto modo a partir de aparecer en mi soledad la vampira que dijo querer ser mi sumisa y aun con mayor firmeza cuando fueron Amanda y Alfano las que se presentaron ante mí. Acabé por convertirme en su adepto al haber sido invitado a la fiesta, una velada que jamás lograré olvidar aunque acaben por convertirme en uno de ellos y de ese modo tenga a mi disposición una entera eternidad para gozar o quizá no tanto, de mis recuerdos.
Pero de pronto me volví a sentir envuelto por la luz del día puesto que sin que yo hubiera hecho nada por invitarla las ventanas abiertas permitían que se filtraran los rayos de sol al interior de la cabaña.
Pensé que lo más oportuno, puesto que di por sentado que no volverían a aparecer aquellas beldades, incluyendo en mi calificativo también a mis dos supuestas sumisas, amelia y perla, era meterme otra vez de lleno en continuar con la historia escrita de mi heroína Patricia Tregnant. Se lo debía a ella y sobre todo a los lectores de la primera parte de su rocambolesca historia a caballo de ejecutiva de alto postín y como Lady Única, una Dominante también de éxito al igual que en el rol de dirigente máxima de la revista “Uniques”.
Me sumergí en la tarea pero de pronto apareció Patricia y con ella otra mujer que no era ninguna de sus esclavas ni tampoco ninguna de las secundarias en su historia novelada por mi.
Me la presentó como Rowena.
-Es también una vampira, aunque un poco especial –me especificó.
Realmente no entendía cómo una supuesta vampira podía estar allí tan tranquila bordeada su anatomía de ultratumba por los insistentes rayos de sol. Patricia me lo aclaró.
-La he recubierto de unos polvos mágicos que una bruja amante del vudú me obsequió cuando viajé a Brasil.
No recordaba que Patricia, la protagonista de mi novela, hubiera viajado nunca a ese país. De nuevo me lo aclaró al verme sumido en mayor desconcierto.
-No creerás que solamente he vivido gracias a ti y a tus escritos, ¿verdad?
-¿Cómo? –me oí decir en voz alta.
-Pues eso, escritor. Que mi vida va mucho más allá de tu imaginación y fantasía literarias.
Me estaba volviendo loco y entonces fue aquella otra beldad la que abrió su boca, la mujer con la que había irrumpido Patricia en mi deseo de estar ocupado con la segunda parte de la novela.
-Tu personaje existía mucho antes de que intentaras encerrarlo en trescientas páginas.
La voz de aquella mujer de nombre Rowena, me pareció que sonaba a dulzura recitada por una doncella de cuento de hadas.
-Pero a ver si me aclaro –mencioné en voz alta utilizando un tono que a priori quería que pareciera molesto más que desconcertado.
-Muy fácil querido Arturo. Los escritores tendéis a pensar que sois los artífices de los personajes que encerráis en vuestros libros y claro, vuestra arrogancia y soberbia natural os lo hace creer a pies juntillas. Craso error querido escritor. Sois únicamente instrumentos que utilizamos nosotras las heroínas para salir a la luz de los pobres mortales que no son capaces de vivir en nuestro mundo.
-¿El de los personajes ficticios? –me atreví a soltar, preocupado por no agraviar con mi interés o simple conceptuación.
Se rieron ambas y a continuación se abrazaron. Lo confieso, me hubiera agradado y mucho añadirme a aquel abrazo.
-Ven, no te cortes –señaló entonces la tal Rowena.
Naturalmente obedecí, buscando el calor inexistente tal y como lo entendemos los humanos de aquellos dos cuerpos que realmente me parecieron al acariciarlos, espectaculares.
Me tuvieron que aconsejar a los pocos minutos, que me separara de ellas con un argumento que todavía me sorprendió más.
-Aléjate, ahora.
-Muy cerca y demasiado tiempo –complementó Patricia.
Sin duda querían verme enloquecer por completo. Pero no tuve tiempo de seguir con ese extraño pensamiento.
-Vuestra biología no posee las características necesarias para soportar nuestros abrazos por mucho tiempo.
-¿Y entonces mis…? –no pude concluir.
-A no ser que optemos por ello –resolvió esta vez Rowena.
Me confundían todas aquellas mujeres y también algunos de los hombres que habían ido apareciendo en mi vida en los últimos días hasta la saciedad, por lo que se lo comenté, esperando encontrar consuelo o disculpas, aclaraciones, incluso ayuda. De nuevo risas y abrazos entre ambas. Aunque esta vez y a pesar de que me lo hubieran pedido, que no lo hicieron, no me habría atrevido a acercarme.
-Poseemos poderes que vosotros los humanos, ni imagináis.
Patricia de nuevo alardeando de lo que no somos ni tenemos, supongo que tampoco tendremos nunca a pesar de lo que avancen nuestras ciencias y tecnologías humanas.
-Pero sí que os agrada, jugar, ¿o preferís que diga putearnos?
-No es eso exactamente. En realidad nos necesitáis y de vez en cuando nos permitimos hacéroslo pagar.
Seguía siendo Patricia la que quizá apiadada de mi, su creador en la órbita humana, se explicaba para sin embargo lograr llevarme a mayor confusión, buscando a mi entender, putearme a la vez que se me mostraba como ayuda. Una paradoja más de mi desconcertante existencia desde el día en que decidí escribir sobre personajes que según me acababan de indicar ya existen pero en otros niveles, en mundos paralelos a los que los humanos solamente tenemos acceso para servirles a ellos, a esos seres que los habitan y que al parecer son superiores en sus potencialidades a nosotros, los pobres y tristes humanos.
No pude reprimirme.
-¿Y cuándo pensáis que ya habré pagado mi parte de culpa por actuar como un arrogante escritor?
De nuevo sonrisas, esta vez mayormente de Rowena que cuando no sonreía con Patricia me pareció era mujer de gran tristeza interna.
-Nos agradas escritor y por eso la Reina Amanda y la Princesa Alfano te quieren entre nosotras, pero cuídate sobre todo de la Emperatriz Lilith.
Había sido Rowena. Patricia reiteró.
-Sería bueno que lo hicieras, aunque no creo que puedas desembarazarte de ella si realmente quiere dominarte o incluso despedazarte.
Respiré hondo, buscando con el gesto ofrecer la imagen de que aquella improvisada amenaza no hacía mella en mi hombría.
-Pero recuerda, nosotras no te hemos dicho nada.
Y encima metido de lleno en intrigas vampíricas. Me estaba empezando a aconjonar de verdad.
Entonces y de pronto Rowena soltó: –me voy que hoy quiero concluir tu novela, esa que escribiste sobre una sumisa. Amelia me la recomendó hace unas semanas.
Nada más desaparecer la lectora, Patricia me lo confesó.
-Le está gustando mucho. Todas las vampiras con tendencia sumisa se sienten identificadas con esa tal Oda. Si supieran que en realidad existe, creo que la acabarían convirtiendo en su congénere. ¿Le gustaría a la tal Oda?
Me asusté. Por un instante imaginé una pléyade de gente que había tenido que ver conmigo convertidos en vampiros por obra y gracia de los caprichos de ese poderoso colectivo que se había cruzado en mi existencia.
-Por cierto, ¿estás muy desilusionado querido escritor?
No fui capaz de entender a qué se refería Patricia.
-Lo sé, puede ser realmente decepcionante saber que solamente has sido instrumento. De hecho los personajes estamos ya trabajando en esta línea, ayudados eso sí por los vampiros, descubriros a todos los engreídos escritores, tengáis o no éxito económico, que en realidad solo sois simples objetos, instrumentos a nuestro total servicio. ¿Jodido verdad?
Sinceramente no era aquella declaración la que me hizo estremecer, lo fue sin embargo que al parecer aquel grupo de seres especiales investidos de poderes capaces de hacer de nosotros, al menos de mi, simples mortales, unos juguetes en sus manos o al menos, de hacérnoslo creer. Me llevó aquella disquisición que comenzaba a vencerme a preguntarle a mi personaje Patricia, ya no sabía si llamarlo o no de ficción, elevando la voz para que no solamente ella me oyera: –y dime querida. ¿Cómo ves que solicite a la Reina Amanda o a la Princesa Alfano que me conviertan ya en vampiro? Porque personaje de ficción… ¿qué te parece, podría llegar a serlo? 



(Continuara…)
Arturo Roca

(20/12/2016)

martes, 1 de noviembre de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA (IX)

Mi sumisa, es una vampira.

IX

Nadie me pellizcó, talmente como si quisieran llevar la contraria a esos deseos automáticos que me habían invadido, quizá incluso para que siguiera taladrándome el cerebro con aquella intensa y desconcertante vivencia propiciada por mi afán de soledad para concluir la segunda parte de la historia de Patricia.
Mientras, la música no dejaba de sonar y los allí presentes, desahogarse siguiendo las melodías, otrora rítmicas en ocasiones bailables perfectamente arrullados los cuerpos.
Fue una de esas lentas composiciones con la que me solicitó la princesa Alfano me convirtiera en su pareja. La seguí y no desaprovechó el momento para continuar explicándome cuál iba a ser mi destino, el que la Reina Amanda me había anticipado minutos antes.
-Voy a intentar que sea yo y no cualquiera de esas brujas vampiras que tanto se fijan en ti, la que se convierta en tu Pigmalión, para que de ese modo, tan pronto descubras que nuestro mundo te puede ofrecer lo que jamás imaginaste, sea yo la que te traslade, tras sorber tu sangre, a nuestra excepcional circunstancia.
Quise desterrar lo que me vino a la cabeza, dispuesto a que no lograra hacerse con ello la bailarina que tan perfectas realizaba las maniobras danzantes, pero no lo lograba a pesar de forzar de forma extenuante a mis neuronas. Ella en cambio, supuse que compasiva y en cierto modo también dispuesta a ser no solo mi mentora sino quizá mi particular reina vampírica, me sonrió, condescendiente.
-No sufras. Ya te lo indiqué, solo ocurrirá cuando realmente estés preparado, pero convéncete escritor, no se puede luchar contra nuestro omnímodo poder.
Casi al final de la melodía, nos interrumpió el fulano que andaba vestido con hábito de monje y que alguien me había indicado era San Antonio Abad, el que retrató en varios lienzos el Bosco.
-Arrepiéntete malvado…–me escupió a la cara, con expresión de muy pocos amigos.
-Tu final está cerca –sentenció implacable.
La princesa me sostuvo con mayor firmeza, creyendo que quizá aquel personaje me iba a impresionar de tal forma que necesitaría de su ayuda, pero a diferencia de otros momentos de aquella inusitada velada, me mantuve firme, aunque tampoco sabría explicar la razón.
No fue hasta que irrumpió en sonoras y estridentes carcajadas aquel tipejo que tanto mal parecía desearme, que me convencí que estaba siendo el foco de múltiples intentos por desestabilizar lo poco o casi nada que debía quedarme por aquel entonces, de mi proverbial compostura ante las situaciones más variopintas.
La música se detuvo y aquellas tremendas, horribles carcajadas, se adueñaron de todo el espacio colindante rebotando contra las montañas, las paredes de la ermita, los árboles, las tumbas y lápidas incrementando el sonido hasta hacerlo insostenible. Un eco, casi demoníaco.
Me tapé los oídos en un acto no solo reflejo, convencido que de no hacerlo, me iba a quedar sordo como Beethoven.
Fue entonces cuando en mi cabeza comenzaron a oírse no solo aquellos estruendosos rebotes de carcajadas, también se inundó mi mente de las risas escalofriantes de la mayoría de los presentes y a la vez, de las melodías que habían estado sonando hasta entonces para que los presentes bailaran sin mesura.
Temí volverme loco y Patricia, que se había acercado hasta donde me hallaba, en cierto modo cobijado por los brazos de la princesa, también me pareció presa de aquel enloquecido paroxismo, con amelia y perla a sus pies, lamiéndoselos hasta llegar a su cadera, componiendo la prístina imagen de unas perras enceladas, con el aroma de su dueña.
Fue entonces cuando la princesa, tomándome de la mano, logró elevarme del suelo, junto a ella, llevándome a alcanzar una altura en la que el silencio además del frío helor de la noche, todo lo dominaba. Me estrechó al sentir mis tembleques, obra del frío y en cierto modo, del pavor, por verme sobre las cabezas de aquellos todavía risueños personajes de ultratumba, que no dejaban de reír y observarnos, quizá esperando presenciar el momento en que la magia de la princesa me traicionara.
Se me ocurrió entonces indicarle a mí en cierto modo salvadora: – ¿siempre es algo parecido?
Me miró procurando mostrarme embeleso y sonrió y creo que fue aquel gesto el que me regaló calor suficiente para que los temblores desaparecieran y a la vez me sintiera acogido por ese dulzor mágico de los momentos más preciados de esta extraña existencia de los humanos.
Y fue entonces cuando mi mente quedó en blanco, libre y a la vez huérfana de esos pensamientos que en todo momento nos tienen apresados, ya sean cuales sean. Lo percibí y no pude sustraerme, se lo indiqué a mi acompañante.
-No soy capaz de pensar en nada. ¿Es obra tuya, princesa?
Su respuesta fue el inició de mi periplo por la infinidad de tentaciones para que deviniera uno más de ellos, que me llegarían a partir de aquel instante, aunque en realidad y desde el primer momento en que apareció la vampira que manifestó desear convertirse en mi sumisa, se había ya iniciado, aunque sin yo percibirlo claramente.
-Es otra de nuestras capacidades, escritor, poder dejar la mente realmente en blanco, no del modo como os gusta a los humanos describir, algo que en realidad no es cierto ni os sucede, pues vosotros, no podéis por más que lo intentéis, sustraeros a vuestras neuronas, que gustan de perseguiros con toda clase de ideas, ya sean cuerdas, delirantes locuras o simplemente esperpénticas.
> ¿Te agrada?
Joder si me agradaba. ¿Poder dejar la mente realmente en blanco? Una pasada me dije, aun y teniendo en cuenta que era en aquel instante que había podido experimentarlo por primera vez en toda su magnitud.
-Pero no creas. No es fácil acomodarse a ello, puesto que estáis acostumbrados a tener siempre algo a lo que agarraros, incluso en los peores momentos. Imagina pues si no te permito durante varios minutos, que tu mente genere pensamiento alguno. Es posible que aún sin quererlo, enloquezcas.
Y lo comprobé sin más dilación. Sentirme vacío, nulo, en blanco solemos decir los humanos, y el hecho parecía taladrarme, incluso provocarme dolor de cabeza.
Fue en ese momento que se rió.
-Ya empiezas a padecerlo, ¿verdad?
No podía responderle o si lo hice no recuerdo qué le dije, talmente como si mi mente no me perteneciera, como si no pudiera generar nada en forma de palabras y frases.
Siguió aquella escalofriante risa de mi acompañante, en realidad el ser que me sustentaba en el aire, alejada de los que en el suelo parecían mofarse o querer incordiarme con sus miradas y carcajadas.
Nada era capaz de pensar, nada me pasaba por la mente y supongo que compadecida de mi evidente malestar, optó la princesa por regresarme a la cabaña.
Ni un segundo tardamos en estar sentados frente al fuego incandescente de la chimenea.
Me tomó las manos y entonces pude sentir que mi cabeza volvía a estar activa, que mi mente generaba ideas, pensamientos, sensaciones, frases.
Fue de inmediato que no pude evitar referírselo, empleando al artilugio dialéctico apropiado.
-Pero dime, princesa, ¿qué queréis realmente de mi? ¿Solo que me convierta en vuestro narrador oficial?
Se incorporó y mirándome con cierta languidez a los ojos me respondió.
-Por esta noche, ya has tenido bastante, escritor. Ahora llega el premio que la Reina considera te has ganado. Disfruta pues de tus esclavas, de esa sumisa vampira gracias a la que, te hemos descubierto.
Desapareció la princesa Alfano y en su lugar vi emerger de la nada, a amelia y perla, desnudas y hermosas y eso sí, encorsetadas en unos arneses de cuero que se amoldaban a la perfección a sus bellas y excitantes figuras. Se postraron ambas a mis pies y solamente cuando Patricia hizo acto de presencia como si fuera ya una más de entre aquel enjambre de mágicos personajes, para indicarme que necesitaba descansar y a la vez me exhortaba a gozar de mis pertenencias hu…, vampíricas se corrigió de inmediato, pude comenzar a sentirme suficientemente relajado para seguir sus insinuaciones, en realidad: indicaciones. Obsta no indicar que también ayudaron las dos adorables esclavas con sus gestos y acciones, dirigidas a hacerme sentir el ser más afortunado de cuantos han existido y existirán.
Me imaginé que era un sueño imposible lo que estaba experimentando entre las expertas manos y lenguas de aquellas doncellas que lo fueron sin duda en otros tiempos, quizá ya muy lejanos para amelia, pero pronto y de nuevo, mi mente dejó de pensar, únicamente fue mi epidermis, toda ella, la que comenzó a gozar de esas sensaciones tan desconcertantes que las aplicadas esclavas me obsequiaban, pues no llegaban a mi mente, pero os lo aseguro, las sentía mucho más que si lo hicieran.
 (Continuara…)
Arturo Roca

(31/10/2016)

viernes, 21 de octubre de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA (VIII)

Mi sumisa, es una vampira.

VIII

-¿Quién era esa rubia despampanante? –me lanzó una excitada Patricia.
> ¿No pensarás en sustituirme? –agregó sin ocultar su enfado.
> Porque no estoy dispuesta a ser un juguete en tus manos. No olvides que el poco o mucho éxito logrado, me lo debes.
Sin abrir la boca y sin mostrarle desacuerdo ni certeza se estaba regodeando conmigo y a su lado, en actitud pasiva, incluso sometida, mis dos nuevas sumisas.
Me pareció justo intervenir para cuanto menos paliar en parte mi maltratada dignidad de…
-Tranquila Patricia. Como tú hasta hoy, no tengo a ninguna y además, ya sabes que quiero concluir la segunda parte de tu historia.
Mi intervención le pareció adecuada, por lo que…
-Mira, he pensado que quizá sería bueno darles cabida a esa gente.
-¿Esa gente? –me atreví a cuestionar.
-Sí hombre, los vampiros, pero de vampiras, las menos, ya sabes que soy celosa como nadie aunque te empeñes en disfrazarme de mujer liberal a la que nada le afecta y además, fría como el témpano.
Jamás pensé en Patricia como una mujer celosa aunque sí muy posesiva de sus pertenencias aunque no necesitara demostrarlo ni en los peores momentos de la historia en la que le di vida.
-¿Te gustaría realmente compartir protagonismo con esos…personajes? –se me ocurrió preguntarle, procurando que creyera con mi tono que no daba crédito a su capricho.
Se acercó entonces Boscano sin que lo advirtiéramos, ni ella ni yo mismo. Llegó acompañado de la Reina Amanda. No se cortaron en intermediar de inmediato.
-La Reina tiene interés en comentarte algo –me refirió el personaje rosáceo.
-Así es, escritor –complementó ella.
-Pues diga usted, excelencia.
No sabía a ciencia cierta como debe ser tratada una supuesta reina de vampiros y vampiras, por lo que opté por el término que me vino primero a la mente.
-Majestad –me corrigió de inmediato el rosáceo.
-Da igual, la cortesía y modales no parecen ser innatos en él –refirió sin acritud la Reina dirigiéndose a Boscano.
-Lo primero… –prosiguió Amanda –…aléjate de Alfano. Puede ser temible si se le pone entre ceja y ceja sorberte.
Recordé que me lo había propuesto minutos antes.
-Trae muchas ventajas el que te lo hagan, pero debes estar seguro antes de acceder a ello. Podría no ser de tu agrado lo que ello significaría en tu eternidad.
Joder me vino a la cabeza. El término eternidad siempre me ha preocupado, incluso lo he temido.
De nuevo el pensar volvió a darles ventaja a esos seres que algunos señalan como del inframundo.
-Lo sé, escritor, de hecho, también lo sabe la princesa Alfano. No temes morir. En realidad lo aceptas como el mal menor o quizá superior para poder abandonar este valle de lágrimas cuando el cuerpo y sobre todo el alma, está cansada, hastiada incluso.
Se tomó un respiro, supuse que para que yo asimilara aquel concepto tan clarividente que de nuevo intuí, solo me afectaba a mi, puesto que ni la Reina, ni el rosáceo, ni mis dos sumisas, esperaban a la Parca en los siguientes infinitos siglos y por ende, tampoco Patricia Tregnant, mi protagonista de novela, que a fuerza de manipularme podía lograr que tras una segunda parte siguiera con las múltiples entregas de su vida ficcionada y como final, añadir la mágica frase de: “y vivió una eterna eternidad”, para que se quedara tranquila y sobre todo, satisfecha.
Se me vino entonces a la mente, preguntarle a la Reina: – ¿soy el único mortal esta noche entre ustedes?  
Una sonora y también estridente carcajada pareció elevarse por encima de la música que estaba sonando en aquel instante, un funky eléctrico que lograba convulsionar hasta los más ancianos vampiros y vampiras.
No supe entender a qué venía aquella reacción por lo que tuvo que aclarármela el que parecía ser secretario de la Reina, tan rosáceo como el colorete que cubría el gélido rostro de la Dama.
Fue en aquel instante que reapareció la princesa Alfano, del brazo de un joven moreno que realmente podía haber pasado por modelo de las mejores pasarelas de Nueva York o Milán, Londres o París. Un verdadero tipazo y de una elegancia supina, enfundando aquel vertiginoso cuerpo de revista. ¿Y qué decir del perfil apolíneo? Quise evitarlo para no ser prejuzgado, pero no logré desprenderme de ese pensamiento tan prístino: “cabrón, cómo me habría gustado ser tú”.
Prejuzgué que lo habría leído, al igual que me leían todos mis pensamientos, por nimios que fueran, ya que el Adonis se acercó sonriendo y dirigiendo su expresión, básicamente a mí, quizá para regodearse de que lo envidiara tanto un ser tan justito de belleza masculina.
-Vaya, mi amada princesa –manifestó entonces la Reina, aprovechando el señalamiento para darle dos besos en los labios a Alfano. Ésta no los rechazó sino que los aceptó con efusivo apasionamiento, tanto que mi organismo más íntimo pareció querer reaccionar, para con toda seguridad indicar que aquella escena era digna de ser gozada de distintas maneras.
Cuando se apartaron aquel par de labios tan seductores, la princesa refirió: – ¿ya te ha comentado mi amada Reina, cuál va a ser tu papel entre nosotras, las Dueñas de la vida y de la muerte?
Recordé entonces aun y a pesar de intentar reprimirme, que sí, que los vampiros podían sumir en una muerte definitiva a los seres humanos o eso señalaban los libros y películas que los tenían por protagonistas. Me estremecí, ya que no esperaba que mi hora final llegara gracias a alguien tan deseable como aquellas dos Damas que al parecer poseían sangre azul a pesar de que su alimento favorito y único era la de color rojo.
-Pues bien Arturo. Queremos dos cosas de ti. Y damos por hecho que las puedes realizar y que además, no te vas a negar en obsequiárnoslas.
Me hizo pensar ese término en mi desgracia de los últimos años. Sin duda, fueran cuales fueran esas cosas, no pensaban pagarme por ellas, por tanto, de nuevo sin un chavo en el bolsillo y la cuenta corriente del banco, rojiza como la sangre que a esas Damas parecía alimentarlas en pos de mantener y disfrutar de sus prebendas aristocráticas, aunque no heredadas según dicen todos los monarcas pasados presentes y futuros, por la gracia de Dios y ya sabéis, cada cuál haciendo referencia a su particular Deidad.
Miré a Patricia, que parecía estar más interesada que yo mismo en las peticiones que en un segundo iban a cambiar por completo mi vida.
Ella entonces también me observó, pero encadenada por algún maleficio, sin duda obra del poder de mis anfitrionas, se mantuvo inerme, expectante pero en silencio, algo poco o mejor, nada usual en ella.
-No te impediremos morir, de ningún modo, pero como contrapartida por nuestra bondad vampiril, tendrás que ser nuestro escritor de cabecera. Es decir, te pondrás a nuestro servicio para narrar nuestras hazañas, nuestros anhelos, nuestras vidas, en definitiva, –lo que nos salga del coño –lanzó la Reina intentando complementar la perorata que acababa de soltar la princesa Alfano.
Me sentí presa y preso, todo a la vez, de aquellas mujeres y sus apetencias, y de pronto me imaginé apresado, es decir, preso, en aquella ermita y su cementerio, rogando para que mi hora final llegara y procurando que mis ruegos no fueran descubiertos por ellas o por alguno de sus secuaces que con todo probabilidad leerían constantemente mi cerebro para irles con el chivatazo a la Reina o a la Princesa.
Miré entonces a Patricia, esperando que fuera un personaje de ficción el que me sacara de aquel entramado que daba ya por hecho, era un verdadero atolladero, pero de nuevo fue la princesa la que tomó las riendas de mi desesperación.
-Y no desesperes, escritor. No va a ser tan mala tu existencia. Porque de hecho, y eso sí que es un secreto que bajo ningún concepto debes revelar, nosotras, las vampiras, mucho más que ellos, poseemos la capacidad de reencarnarnos a nuestro gusto y deseo, en humanas, es decir, en seres humanos que podemos ir y venir por el tiempo y la historia a nuestro antojo.
Creo que me quedé petrificado, algo parecido a lo que le ocurrió al santo varón Job en el Antiguo Testamento. Fue entonces la Reina la que me volvió a la realidad, la extraña, desconcertante, pavorosa realidad.
-Pero no alimentes ese miedo que te está atenazando y ya casi te tiene conquistado. Tu vida se realzará, pues con nuestra ayuda y antojos, llegarás a la cúspide. Puede que entonces cambies por completo de opinión, escritor.
No lograba, a pesar de taladrarme el cerebro, entender a qué se estaba refiriendo. De nuevo me lo aclaró la princesa.
-Se refiere la Reina, a tu muerte. Quizá ya no la veas como solución a la decrepitud propia del cuerpo y mente. Ya sabes, la codicia de los humanos cuando gozan del poder de vivir por encima de los demás, de la posibilidad de lograr todo aquello que en algún momento han ambicionado, porque aunque no te lo creas, el éxito hará de ti un ser, quizá incluso despreciable. Pero no te asustes, a tu lado estaremos nosotras para remediarlo y siempre podrás suplicarnos sin mesura alguna, que te convirtamos en uno más de los nuestros, pero recuerda, aunque te tengamos respeto, incluso admiración, si nos lo ruegas, lo haremos, pero nunca con el mismo poder que poseemos las vampiras por encima de los vampiros macho, heredado de la gran Emperatriz Lilith.
Le rogué entonces a alguien, aunque solo con el pensamiento, pues sabía de antemano que todos los allí presentes, incluso Patricia, sabrían leerme la mente, que me pellizcara, y que lo hiciera con dureza, con suficiente fuerza para que sintiera dolor del bueno, es decir, ese que logra que los masoquistas se corran. Esperaba no hacerlo, correrme, no fueran a creer las bellas Damas, algunas Dominantes y otras sumisas con tendencia a convertirse en mis esclavas, que ya les estaba suplicando engrosar su mundo, como uno más.
   
(Continuara…)
Arturo Roca

(21/10/2016)

jueves, 13 de octubre de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA (VII)

Mi sumisa, es una vampira.

VII

De pronto me vi volando por encima la montaña, sujetadas mis manos por Amelia y Perla. Fue excepcional aquel corto, porque en realidad no duró prácticamente nada, vuelo. Tuve tiempo, eso sí, de fijarme en las estrellas, de respirar el frío aire de la noche, de sentirme Dios en medio de aquellas dos beldades que me sujetaban con no demasiada fuerza pero que en ningún instante me impidió no sentirme plenamente seguro.
Aterrizamos sin problema alguno junto al cementerio y allí ya pude comprobar lo que me esperaba. Una ingente cantidad de hombres y mujeres ataviados con toda clase de indumentarias en cuanto a esplendor, edad y moda. Los y las había que vestían prendas de cuero negro, otras y otros con vestidos estilo Luís XIV, ellos con largas pelucas, ellas portando sombreros de ala majestuosos. También me vi frente a personajes enfundados en chaqués, en fracs y ellas en vestidos de tafetán, sedas varias, realmente un dispendio de armonías estéticas y cromáticas, una sofisticada elegancia en algunos de ellos y ellas que realmente se enfrentaba con cierta hostilidad a aquellos rostros que en la mayoría de los casos no lograban ocultar a pesar de sus maquillajes, los años o la poca vigorosidad tal y como la entendemos los humanos que no hemos pasado por trances de salud rechazables.
Fue entonces, en aquel instante, en que mis dos acompañantes me pidieron autorización para saludar a conocidos, que se acercó aquel tipo. Vestía unas prendas de seda, chaqueta larga y pantalones abombados de color rosa, sobre una camisa también del mismo tono cromático. Tampoco los trabajados zapatos desdeñaban aquel mismo color. No obstante, eran diferentes tonalidades del rosa con el que iba majestuosamente ataviado. Me intrigó aquella vestimenta y no tardé nada en encontrarme ante la respuesta que él mismo me ofreció.
-Buenas noches, caballero. Mi nombre es Boscano.
Le ofrecí intentando parecer extremamente cortés, el mío tras lo que él prosiguió.
-He captado que está interesado en dilucidar el motivo de mi vestimenta. Me refiero al color. Pues desdéñelo, no soy homosexual, aunque sí es cierto que no quise desperdiciar una oportunidad que el destino fijó para mi cuando un joven doncel de diecisiete años me ofreció su cuello.
Me temí de inmediato lo peor, dando por hecho que aquella noche quizá buscaba que el destino le pusiera en su camino el cuello de un sesentón.
Se rió de inmediato. Una risa acogedora y realmente simpática.
-No hombre, no. No quiero morderle, además, está prohibido por la Reina Amanda. Probablemente ya tiene pensado su futuro, caballero.
“Joder” me vino a la cabeza.
De nuevo rió, esta vez con mayor ahínco.
-Tampoco, señor. Nada de lo que le ha pasado por la cabeza es lo que le espera. Pero atienda.
Simulé tranquilizarme. Creo que no fui demasiado convincente.
-Visto así, por mi maestro.
Parecía haberse olvidado de mis angustias, de momento presupuse.
-Mi gran y admirado maestro.
Parecía estar esperando que reaccionara.
Por fin lo hice.
-¿Y su maestro es…?
-Fue, elegante caballero.
Me forzó aquel elogio a observarme. Pues sí, era cierto, Como por arte de…, supuse que de la capacidad por lograr sin esfuerzo lo deseado por  los vampiros, vestía un chaqué que me iba que ni pintado. ¿Y cuándo me había ataviado de aquella elegante guisa?
-No se atormente. Y sí, mi maestro fue un gran maestro. Trabajé durante años en su taller, junto a él y su maestría.
Me estaba empezando a poner de los nervios con tanto maestro y encima, lo del chaqué.
-El Bosco.
Me costó situarme, de modo que volvió a ayudarme.
-El gran maestro que tanto estudio ha suscitado. Y mire, por allí aparece San Antonio Abad. Lo pintó en diferentes ocasiones.
Fijé mi atención hacía el punto que me indicaba el Boscano y sí, era cierto, un monje con hábito para nada relacionado con las elegantes indumentarias de la mayoría de los presentes, aparecía a lo lejos, con una cruz de madera en sus manos.
No entendía nada. ¿Invitaban los vampiros a personajes religiosos para que violentaran sus festejos? ¿O acaso lo hacían para seguir torturándolos con sus maldades?
De nuevo fue el Boscano el que respondió.
-En absoluto, caballero. Se trata de un requerimiento especial de la Reina Amanda.
Realmente me estaban sometiendo a una dura e intransigente vivencia.
Quiso aclarármelo.
-No es el verdadero santo, es uno de los nuestros, que gusta de disfrazarse, para atemorizar con ese juguetito a los más jóvenes e inexpertos.
Comenzó entonces a sonar una música muy enriquecedora. Un minué que emanaba de la zona más cercana al edificio de la ermita. Consiguió el sonido que muchos de los presentes se lanzaran a danzar, cogidos de sus manos hombres y mujeres y siguiendo los estrictos cánones de las danzas del dieciocho. También el Boscano se unió al grupo.
Me quedé observando, apartándome del circuito que reseguían en sus cuidadosos movimientos, aquel uniforme conjunto de danzantes. Fue entonces cuando se me acercó una mujer joven, rubia y con larga melena de cabello lacio. Sus ojos me parecieron azules y fríos como el hielo. Me miró y sonrió antes de ofrecerme su escuálida y blanquecina mano. La besé obviamente y con mi gesto apareció su voz, un timbre que imantaba a pesar de la lejanía con que se hacía presente.
-Alfano. La princesa Alfano.
Me asusté, lo reconozco, sobre todo porque me sentí tan atraído por aquella voz e imagen que me dio por pensar que si a ella le apetecía engullir toda mi sangre, nada opondría a su deseo. Pero no era mi sangre lo que al parecer la había llevado hasta mí.
-Quiero que escribas sobre el tango.
Mi expresión de desconcierto la forzó a aclararse.
-¿No conoces el tango?
-¿El de Argentina? –le propuse un tanto nervioso.
-¿Existe algún otro, escritor?
Me fijé entonces en que entre el grupo de danzarines permanecía una pletórica Patricia acompañando a un hombre alto, quizá más de dos metros. Vestía ella un vestido azul de tul y su hermosa melena se regocijaba de ondularse coqueta y femenina al viento tras cada movimiento. Me pareció espléndida.
-¿Tu estrella? –oí que me cuestionaba la rubia Alfano.
Ante mi dubitación ella prosiguió.
-Sería una espléndida princesa de las tinieblas. ¿Se lo has propuesto o se lo propondrás?
Aquel modo de cuestionar el planteamiento me molestó lo suficiente para que aquella mujer enigmática a la vez que atractiva se riera.
-Ya veo. Sigues pensando que eres tú su Dueño.
-Lo soy –le respondí sin remordimiento alguno por mostrar mi alteración.
>Lo soy y lo seguiré siendo, siempre –apostillé al tiempo que ella me tomaba por la cintura a la vez que acercaba su boca a la mía.
-¿Eso crees, escritor?
-Sí, lo creo, por completo –me atreví aun temiendo su reacción.
Su risa fue en aumento y me pareció que era el preludio de mi final como ser humano que tiene a la muerte como a su conclusión vital.
Me besó en los labios, dejándome totalmente anonadado al percibir una quemazón parecida a la que propone el hielo cuando lo paseas por tus zonas más sensibles.
-Eres cómico aunque también me pareces mimosito –me largó al despegárseme.
Nunca en mi vida nadie, me había calificado con aquellos dos adjetivos. Se lo comenté.
-Lo sé. De ti, lo sabemos todo. Es nuestra gran ventaja. Saberlo todo de vosotros, ilusos e ingenuos petimetres.
Me asusté y me molestó, todo al mismo tiempo. No sabía por cual de las dos sensaciones inclinarme. Me ayudó ella.
-Mejor asústate, sobre todo si la Reina sigue empeñada en lo que tiene in mente para ti.
Me jodía que aquellos seres que por momentos me parecían amigables y en otros me hacían temer lo peor, tuvieran capacidades desconocidas por mí. Fui a comentárselo. Ella de nuevo se me avanzó, como lo había hecho anteriormente el Boscano.
-Pues si te jode que no poseas esas habilidades, déjame que te sorba. Luego, serás como yo y los demás.
Se me pasó por la cabeza, en el instante en que la música del dieciocho dejó de sonar apareciendo en su lugar un estridente rock and roll, dejarme tentar por aquella atrayente tentación. Alfano no me dio opción a que se lo manifestara pues se apartó enloquecida de mi lado. La vi comenzar a brincar y realizar todo tipo de piruetas junto al tipo que había observado minutos antes junto a Patricia. Fue entonces cuando mi protagonista se me acercó, sudorosa pero muy satisfecha. Con ella, Perla y Amelia.  
    
   
(Continuara…)
Arturo Roca

(13/10/2016)

viernes, 30 de septiembre de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA (VI)

Mi sumisa, es una vampira.

VI

Estaba todavía sobrecogido todo mi cuerpo por aquella deliciosa explosión cuando de pronto algo brillante me cegó. No fue el único cambio que se produjo en aquella estancia principal de la cabaña, mis dos supuestas sumisas, también vampiras, se lanzaron al suelo ante aquel rayo de luz que lo iluminaba todo.
-¡¿Qué hacéis, puercas?! –oí que gritaba aquel haz de luminosidad irritante para mis ojos.
Fui acostumbrando mi cristalino al fulgor y de pronto me quedé maravillado ante la visión. Una mujer fulgurante, espléndida, alta no solo por los enormes calzos que tenían sus botas negras, con una larga melena rubia que desprendía diminutas chispas del color del fuego y ataviada con un corsé ajustado a sus femeninas formas ondulantes que en cierto modo cubría una oscura capa también de sedosa piel. Me enamoré de la figura, digna de ser retratada no solo por los mejores pintores sino también secuestrada como protagonista para una de mis novelas. Fui a decírselo, como si precisara que elogios o piropos la encumbraran pero me lo impidió su siguiente intervención.
-¿Pero tan bajo has caído, bruja Amelia?
Observé la inmovilidad no solo de la vampira que había mencionada la recién llegada sino que también Perla parecía haberse quedado congelada.
-¿Acaso no sois capaces de encontrar alguien más dotado para chupársela?
Aquello me molestó, lo reconozco, pues no hacía falta que me ninguneara, bien, no exactamente a mí sino a mis atributos sexuales. Fue lo que motivó que mi miembro quisiera demostrarle con su nuevo intento de erección que en acción podía mostrarse mucho más convincente en su virilidad. Obviamente no lo logró a tenor de su siguiente comentario.
-Ni queriéndolo sería capaz de engendrar un nuevo vampiro.
Me dio que pensar aquel manifiesto. ¿Los vampiros pueden fecundar y dar a luz nuevos vampiritos?
Por fin una susurrante voz, la de mi supuesta vampira sumisa, emergió entre el estruendo que aparecía cuando la hermosa dama abría su boca.
-Es escritor, mi Reina.
-¿Escritor? ¿Ese mindundi? ¿Y quién lo conoce? ¿Su madre y hermanos? ¿Alguna tía lejana? ¿O quizá su abuelita? – y de pronto la risotada de aquella hermosa fémina que Amelia había calificado como su Reina, inundó la sala. Me pareció poco acorde con la belleza que tanto me había impresionado sino que más bien creí estar asistiendo a la paranoica risa de alguien muy aterrador, quizá un camionero enorme por alto y gordo y desde luego, muy cabreado.
No me contuve más.
-¿Qué ocurre, bella Dama? ¿Acaso creéis que todos los famosos escritores han nacido siéndolo?
Me miró de arriba abajo y me soltó: –tú, ni naciendo mil veces, lo lograrás, ser famoso.
Tanto desprecio y ante mis supuestas propiedades vampíricas, logró que quisiera defenderme no solo con argumentos verbales.
-Salga de mi casa ahora mismo. No consiento… –no tuve tiempo a más. Me agarró por el cuello y sujetándome con solo una mano me levantó del suelo como medio metro hasta poner mis ojos a la altura de los suyos.
-¿Quieres que te aplaste como a una cucaracha, escritor de pacotilla?
No podía responderle. De hecho y si pronto no me liberaba el cuello, no podría ni respirar. Creo que lo captó y por tanto me arrojó lejos de ella, como si fuera una pelota de ping-pong. Me di un trastazo de aúpa. Fue entonces cuando apareció Patricia de entre las hojas del manuscrito en el que estaba inmerso antes de que en mi vida aparecieran las vampiras y vampiros. Llegó amparada por rufián.
-¡¿Qué cojones pasa aquí?!
No se si fue su inesperada aparición, su belleza sin igual cuando se levanta de la cama o la forma de referirse a los cojones, pero la recién llegada pareció encandilarse con mi famosa protagonista.
De pronto me observó y dirigiéndose a mi me señaló no sin cierta acritud: – ¿no sabes ponerte en tu sitio? No me sorprende que todavía no se hayan vendido millones de ejemplares de mi novela.
La muy… Se acababa de otorgar la autoría de la novela que yo y solo yo, había escrito, aunque cierto, con ella de primordial protagonista. De todos modos no quise contradecirla, no fuera que la recién llegada, que por otra parte había perdido o solo quizá ocultado aquel fulgor con el que apareció en la cabaña, volviera a aplicar su fortaleza sobre mi humilde persona puesto que la forma en que observaba a mi Patricia, era de aquellas en las que se distingue una devoción rayana en lo obsesivo. Lo digo porque sé perfectamente a qué me refiero.
-He llegado para recuperar mi propiedad y me encuentro una orgía en la que ese señor tan minúsculo ha abusado de mi acólita.
¿Qué yo había abusado? Fui a defenderme, pero no hizo falta. De nuevo mi Patricia tomó la iniciativa.
-Perdona, pero ese señor es un gran escritor y sobre todo, muy correcto, aunque claro, con las damas. ¿Tu vampirita puede calificarse como tal? Porque y disculpa si soy muy cruda con mi aserción, un poco puta lo es, ella, no él.
Aquella enorme belleza rubia de la que todavía emergían entre su sedoso pelo, las chispitas color fuego, se acercó a Patricia, para darle dos besos, cariñosos, tiernos me parecieron. Temí entonces que quizá se sintiera arrebatada por esa capacidad con la que creé a mi Patricia, la de dominar aun sin quererlo a quien se le acerque a menos de diez metros, más que nada porque a pesar de ser de mi agrado su anatomía, di por hecho que no sería capaz de manejar aquellos arrebatos con los que se había presentado y mucho menos la fuerza bruta que me aplicó.
-Lo siento… por cierto, ¿cuál es tu nombre? –oí que intervenía entonces Patricia.
-Amanda, gran Reina de las vampiras de este lado del Atlántico.
Me quedé de piedra. Y las dos supuestas sumisas, allí tiradas en el suelo, sin mover ni un ápice de su esplendorosa anatomía. Estaba casi claro del todo, quienes éramos los subordinados y quienes las dominantes.
-Verás Amanda, gran Reina de las vampiras, golfas. Tu vampirita se ha presentado aquí esta noche, a jodernos la marrana con sus estupideces de que quería convertirse en la sumisa de mi escritor.
-¿Tu escritor? ¿Eres su editora?
-De momento, todavía no, pero no sufras, todo se andará.
Vaya, ahora Patricia también quiere quedarse con el fruto de mi trabajo y creatividad. Lo dicho y también pensado desde hacía tiempo, se me había ido de las manos invistiéndola de un carácter tan dominante y al parecer su siguiente propiedad, iba o quizá ya lo era, yo mismo, su creador.
-Es un buen elemento, pero sabes, necesita que alguien relevante lo presente en sociedad. De otro modo, nunca dejará de ser lo que tú misma has detectado tan solo observarlo. Un mindundi, un pobre desgraciado que sueña con triunfar sin saber que a los mindundis, nadie los lee, puede que ni los miren cuando pasas por su lado.
Me cagué en algo gordo. ¿Qué hostias se creía aquella deslenguada? Fui a intervenir, pero algo en mis cuerdas vocales, me lo impidió.
-¿Ya sabes que ahora mismo está intentando defenderse de su inutilidad, gritándote cosas feas? –manifestó la gran Reina.
-Lo sé… –respondió Patricia acompañando sus palabras de una sonrisa que en otros momentos y hablando de otra persona, me hubiera enamorado.
-Lo conozco como si lo hubiera parido –sentenció mi personaje.
Entonces fue la gran Reina la que sonrió. De ella, no me dio la gana enamorarme. “Que se joda” me vino a la cabeza para justificar mi decisión.
-Pero es tierno, a pesar de su ingenuidad rayana en la inocencia impropia de un tipo de su edad. Y por eso lo cuido y es más, voy a luchar para que goce algo del éxito, el justo para que no acabe entorpeciendo un día laboral de miles de sufridos trabajadores.
Nos quedamos todos, incluida la gran Reina, expectantes. Patricia lo advirtió y por ello no quiso dejarnos en ascuas.
-Sí mujer, arrojándose a cualquier línea de metro, paralizando así el servicio y haciendo que millones de pobres desgraciados como él lleguen tarde al trabajo y quizá lo pierdan además de cabrearse como monas.
Se echaron a reír las dos. Incluso me pareció que con disimulo las secundaban Amelia y Perla.
Ya no podía más.
Entonces y por arte de birlibirloque, apareció por el fondo de la estancia, el vampiro senil, el supuesto padre adoptivo de Amelia, el vampiro que según señaló dos veces, aquello de que el sol los destruye, solo son patrañas.
-¿Qué pasa aquí? ¿Una fiesta y nadie me lo ha dicho? Pues bien, confundidos, la fiesta no es ahora, será esta noche, en el cementerio que hay al otro lado de la ladera de la montaña, junto a la ermita dedicada a San Eustaquio. Y desde luego estáis todas invitadas, tú también, escritor. Pero ven vestido de otra guisa, que parece que seas más pobre de lo que en realidad eres.
-¡Una fiesta! –manifestó alzando su bella aunque potente voz la gran Reina.
-¿Podrás asistir, querida Patricia? –prosiguió.
-Naturalmente, gran Reina Amanda. No me la perdería por nada del mundo.
No dejé de taladrarme el cerebro con la insidiosa pregunta.
¿Y cómo narices piensas hacerlo?, querida y probablemente pronto, odiada Patricia”.

(Continuara…)
Arturo Roca
(29/09/2016)