Mi sumisa, es una vampira.
XI
Desaparecieron ambas Damas, la Reina Amanda y la Princesa Alfano de mi vista
quedándome solo y en cierto modo desconcertado. Esperé no obstante a que fuera
un espejismo del que me recuperaría de inmediato y por tanto volverían a
aparecer ante mi aquellas dos bellezas del más allá, puesto que comenzaba a
modificar mis cánones sobre la hermosura femenina otorgando a esos rostros
blanquecinos una calidad estética que hasta aquellos días no había sabido
apreciar. Además, sus cuerpos estilizados, enfundados en la mayoría de casos en
prendas oscuras y ajustadas conllevaba que las habituales sensuales curvas de
las féminas se vieran resaltadas hasta el punto de desear ser abrazado por
ellas a pesar de imaginar que ese gesto podía significar perder por completo la
autonomía para decidir e incluso apropiarse de mi supuesta cordura. De hecho me
había sucedido en cierto modo a partir de aparecer en mi soledad la vampira que
dijo querer ser mi sumisa y aun con mayor firmeza cuando fueron Amanda y Alfano
las que se presentaron ante mí. Acabé por convertirme en su adepto al haber
sido invitado a la fiesta, una velada que jamás lograré olvidar aunque acaben
por convertirme en uno de ellos y de ese modo tenga a mi disposición una entera
eternidad para gozar o quizá no tanto, de mis recuerdos.
Pero de pronto me volví a sentir
envuelto por la luz del día puesto que sin que yo hubiera hecho nada por
invitarla las ventanas abiertas permitían que se filtraran los rayos de sol al
interior de la cabaña.
Pensé que lo más oportuno, puesto que
di por sentado que no volverían a aparecer aquellas beldades, incluyendo en mi
calificativo también a mis dos supuestas sumisas, amelia y perla, era meterme otra
vez de lleno en continuar con la historia escrita de mi heroína Patricia
Tregnant. Se lo debía a ella y sobre todo a los lectores de la primera parte de
su rocambolesca historia a caballo de ejecutiva de alto postín y como Lady
Única, una Dominante también de éxito al igual que en el rol de dirigente
máxima de la revista “Uniques”.
Me sumergí en la tarea pero de pronto
apareció Patricia y con ella otra mujer que no era ninguna de sus esclavas ni
tampoco ninguna de las secundarias en su historia novelada por mi.
Me la presentó como Rowena.
-Es también una vampira, aunque un
poco especial –me especificó.
Realmente no entendía cómo una
supuesta vampira podía estar allí tan tranquila bordeada su anatomía de
ultratumba por los insistentes rayos de sol. Patricia me lo aclaró.
-La he recubierto de unos polvos mágicos
que una bruja amante del vudú me obsequió cuando viajé a Brasil.
No recordaba que Patricia, la
protagonista de mi novela, hubiera viajado nunca a ese país. De nuevo me lo
aclaró al verme sumido en mayor desconcierto.
-No creerás que solamente he vivido gracias
a ti y a tus escritos, ¿verdad?
-¿Cómo? –me oí decir en voz alta.
-Pues eso, escritor. Que mi vida va
mucho más allá de tu imaginación y fantasía literarias.
Me estaba volviendo loco y entonces fue
aquella otra beldad la que abrió su boca, la mujer con la que había irrumpido Patricia
en mi deseo de estar ocupado con la segunda parte de la novela.
-Tu personaje existía mucho antes de
que intentaras encerrarlo en trescientas páginas.
La voz de aquella mujer de nombre
Rowena, me pareció que sonaba a dulzura recitada por una doncella de cuento de
hadas.
-Pero a ver si me aclaro –mencioné en
voz alta utilizando un tono que a priori quería que pareciera molesto más que
desconcertado.
-Muy fácil querido Arturo. Los
escritores tendéis a pensar que sois los artífices de los personajes que
encerráis en vuestros libros y claro, vuestra arrogancia y soberbia natural os
lo hace creer a pies juntillas. Craso error querido escritor. Sois únicamente
instrumentos que utilizamos nosotras las heroínas para salir a la luz de los
pobres mortales que no son capaces de vivir en nuestro mundo.
-¿El de los personajes ficticios? –me
atreví a soltar, preocupado por no agraviar con mi interés o simple
conceptuación.
Se rieron ambas y a continuación se
abrazaron. Lo confieso, me hubiera agradado y mucho añadirme a aquel abrazo.
-Ven, no te cortes –señaló entonces la
tal Rowena.
Naturalmente obedecí, buscando el
calor inexistente tal y como lo entendemos los humanos de aquellos dos cuerpos
que realmente me parecieron al acariciarlos, espectaculares.
Me tuvieron que aconsejar a los pocos
minutos, que me separara de ellas con un argumento que todavía me sorprendió
más.
-Aléjate, ahora.
-Muy cerca y demasiado tiempo
–complementó Patricia.
Sin duda querían verme enloquecer por
completo. Pero no tuve tiempo de seguir con ese extraño pensamiento.
-Vuestra biología no posee las
características necesarias para soportar nuestros abrazos por mucho tiempo.
-¿Y entonces mis…? –no pude concluir.
-A no ser que optemos por ello
–resolvió esta vez Rowena.
Me confundían todas aquellas mujeres y
también algunos de los hombres que habían ido apareciendo en mi vida en los
últimos días hasta la saciedad, por lo que se lo comenté, esperando encontrar
consuelo o disculpas, aclaraciones, incluso ayuda. De nuevo risas y abrazos
entre ambas. Aunque esta vez y a pesar de que me lo hubieran pedido, que no lo
hicieron, no me habría atrevido a acercarme.
-Poseemos poderes que vosotros los
humanos, ni imagináis.
Patricia de nuevo alardeando de lo que
no somos ni tenemos, supongo que tampoco tendremos nunca a pesar de lo que
avancen nuestras ciencias y tecnologías humanas.
-Pero sí que os agrada, jugar, ¿o
preferís que diga putearnos?
-No es eso exactamente. En realidad
nos necesitáis y de vez en cuando nos permitimos hacéroslo pagar.
Seguía siendo Patricia la que quizá
apiadada de mi, su creador en la órbita humana, se explicaba para sin embargo lograr
llevarme a mayor confusión, buscando a mi entender, putearme a la vez que se me
mostraba como ayuda. Una paradoja más de mi desconcertante existencia desde el
día en que decidí escribir sobre personajes que según me acababan de indicar ya
existen pero en otros niveles, en mundos paralelos a los que los humanos
solamente tenemos acceso para servirles a ellos, a esos seres que los habitan y
que al parecer son superiores en sus potencialidades a nosotros, los pobres y
tristes humanos.
No pude reprimirme.
-¿Y cuándo pensáis que ya habré pagado
mi parte de culpa por actuar como un arrogante escritor?
De nuevo sonrisas, esta vez mayormente
de Rowena que cuando no sonreía con Patricia me pareció era mujer de gran
tristeza interna.
-Nos agradas escritor y por eso la Reina Amanda y la Princesa Alfano te quieren
entre nosotras, pero cuídate sobre todo de la Emperatriz Lilith.
Había sido Rowena. Patricia reiteró.
-Sería bueno que lo hicieras, aunque
no creo que puedas desembarazarte de ella si realmente quiere dominarte o
incluso despedazarte.
Respiré hondo, buscando con el gesto ofrecer
la imagen de que aquella improvisada amenaza no hacía mella en mi hombría.
-Pero recuerda, nosotras no te hemos
dicho nada.
Y encima metido de lleno en intrigas
vampíricas. Me estaba empezando a aconjonar de verdad.
Entonces y de pronto Rowena soltó: –me
voy que hoy quiero concluir tu novela, esa que escribiste sobre una sumisa.
Amelia me la recomendó hace unas semanas.
Nada más desaparecer la lectora,
Patricia me lo confesó.
-Le está gustando mucho. Todas las
vampiras con tendencia sumisa se sienten identificadas con esa tal Oda. Si
supieran que en realidad existe, creo que la acabarían convirtiendo en su
congénere. ¿Le gustaría a la tal Oda?
Me asusté. Por un instante imaginé una
pléyade de gente que había tenido que ver conmigo convertidos en vampiros por
obra y gracia de los caprichos de ese poderoso colectivo que se había cruzado
en mi existencia.
-Por cierto, ¿estás muy desilusionado
querido escritor?
No fui capaz de entender a qué se
refería Patricia.
-Lo sé, puede ser realmente
decepcionante saber que solamente has sido instrumento. De hecho los personajes
estamos ya trabajando en esta línea, ayudados eso sí por los vampiros,
descubriros a todos los engreídos escritores, tengáis o no éxito económico, que
en realidad solo sois simples objetos, instrumentos a nuestro total servicio.
¿Jodido verdad?
Sinceramente no era aquella
declaración la que me hizo estremecer, lo fue sin embargo que al parecer aquel
grupo de seres especiales investidos de poderes capaces de hacer de nosotros,
al menos de mi, simples mortales, unos juguetes en sus manos o al menos, de
hacérnoslo creer. Me llevó aquella disquisición que comenzaba a vencerme a
preguntarle a mi personaje Patricia, ya no sabía si llamarlo o no de ficción,
elevando la voz para que no solamente ella me oyera: –y dime querida. ¿Cómo ves
que solicite a la Reina Amanda
o a la Princesa Alfano
que me conviertan ya en vampiro? Porque personaje de ficción… ¿qué te parece, podría
llegar a serlo?
(Continuara…)
Arturo Roca
(20/12/2016)
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