martes, 1 de noviembre de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA (IX)

Mi sumisa, es una vampira.

IX

Nadie me pellizcó, talmente como si quisieran llevar la contraria a esos deseos automáticos que me habían invadido, quizá incluso para que siguiera taladrándome el cerebro con aquella intensa y desconcertante vivencia propiciada por mi afán de soledad para concluir la segunda parte de la historia de Patricia.
Mientras, la música no dejaba de sonar y los allí presentes, desahogarse siguiendo las melodías, otrora rítmicas en ocasiones bailables perfectamente arrullados los cuerpos.
Fue una de esas lentas composiciones con la que me solicitó la princesa Alfano me convirtiera en su pareja. La seguí y no desaprovechó el momento para continuar explicándome cuál iba a ser mi destino, el que la Reina Amanda me había anticipado minutos antes.
-Voy a intentar que sea yo y no cualquiera de esas brujas vampiras que tanto se fijan en ti, la que se convierta en tu Pigmalión, para que de ese modo, tan pronto descubras que nuestro mundo te puede ofrecer lo que jamás imaginaste, sea yo la que te traslade, tras sorber tu sangre, a nuestra excepcional circunstancia.
Quise desterrar lo que me vino a la cabeza, dispuesto a que no lograra hacerse con ello la bailarina que tan perfectas realizaba las maniobras danzantes, pero no lo lograba a pesar de forzar de forma extenuante a mis neuronas. Ella en cambio, supuse que compasiva y en cierto modo también dispuesta a ser no solo mi mentora sino quizá mi particular reina vampírica, me sonrió, condescendiente.
-No sufras. Ya te lo indiqué, solo ocurrirá cuando realmente estés preparado, pero convéncete escritor, no se puede luchar contra nuestro omnímodo poder.
Casi al final de la melodía, nos interrumpió el fulano que andaba vestido con hábito de monje y que alguien me había indicado era San Antonio Abad, el que retrató en varios lienzos el Bosco.
-Arrepiéntete malvado…–me escupió a la cara, con expresión de muy pocos amigos.
-Tu final está cerca –sentenció implacable.
La princesa me sostuvo con mayor firmeza, creyendo que quizá aquel personaje me iba a impresionar de tal forma que necesitaría de su ayuda, pero a diferencia de otros momentos de aquella inusitada velada, me mantuve firme, aunque tampoco sabría explicar la razón.
No fue hasta que irrumpió en sonoras y estridentes carcajadas aquel tipejo que tanto mal parecía desearme, que me convencí que estaba siendo el foco de múltiples intentos por desestabilizar lo poco o casi nada que debía quedarme por aquel entonces, de mi proverbial compostura ante las situaciones más variopintas.
La música se detuvo y aquellas tremendas, horribles carcajadas, se adueñaron de todo el espacio colindante rebotando contra las montañas, las paredes de la ermita, los árboles, las tumbas y lápidas incrementando el sonido hasta hacerlo insostenible. Un eco, casi demoníaco.
Me tapé los oídos en un acto no solo reflejo, convencido que de no hacerlo, me iba a quedar sordo como Beethoven.
Fue entonces cuando en mi cabeza comenzaron a oírse no solo aquellos estruendosos rebotes de carcajadas, también se inundó mi mente de las risas escalofriantes de la mayoría de los presentes y a la vez, de las melodías que habían estado sonando hasta entonces para que los presentes bailaran sin mesura.
Temí volverme loco y Patricia, que se había acercado hasta donde me hallaba, en cierto modo cobijado por los brazos de la princesa, también me pareció presa de aquel enloquecido paroxismo, con amelia y perla a sus pies, lamiéndoselos hasta llegar a su cadera, componiendo la prístina imagen de unas perras enceladas, con el aroma de su dueña.
Fue entonces cuando la princesa, tomándome de la mano, logró elevarme del suelo, junto a ella, llevándome a alcanzar una altura en la que el silencio además del frío helor de la noche, todo lo dominaba. Me estrechó al sentir mis tembleques, obra del frío y en cierto modo, del pavor, por verme sobre las cabezas de aquellos todavía risueños personajes de ultratumba, que no dejaban de reír y observarnos, quizá esperando presenciar el momento en que la magia de la princesa me traicionara.
Se me ocurrió entonces indicarle a mí en cierto modo salvadora: – ¿siempre es algo parecido?
Me miró procurando mostrarme embeleso y sonrió y creo que fue aquel gesto el que me regaló calor suficiente para que los temblores desaparecieran y a la vez me sintiera acogido por ese dulzor mágico de los momentos más preciados de esta extraña existencia de los humanos.
Y fue entonces cuando mi mente quedó en blanco, libre y a la vez huérfana de esos pensamientos que en todo momento nos tienen apresados, ya sean cuales sean. Lo percibí y no pude sustraerme, se lo indiqué a mi acompañante.
-No soy capaz de pensar en nada. ¿Es obra tuya, princesa?
Su respuesta fue el inició de mi periplo por la infinidad de tentaciones para que deviniera uno más de ellos, que me llegarían a partir de aquel instante, aunque en realidad y desde el primer momento en que apareció la vampira que manifestó desear convertirse en mi sumisa, se había ya iniciado, aunque sin yo percibirlo claramente.
-Es otra de nuestras capacidades, escritor, poder dejar la mente realmente en blanco, no del modo como os gusta a los humanos describir, algo que en realidad no es cierto ni os sucede, pues vosotros, no podéis por más que lo intentéis, sustraeros a vuestras neuronas, que gustan de perseguiros con toda clase de ideas, ya sean cuerdas, delirantes locuras o simplemente esperpénticas.
> ¿Te agrada?
Joder si me agradaba. ¿Poder dejar la mente realmente en blanco? Una pasada me dije, aun y teniendo en cuenta que era en aquel instante que había podido experimentarlo por primera vez en toda su magnitud.
-Pero no creas. No es fácil acomodarse a ello, puesto que estáis acostumbrados a tener siempre algo a lo que agarraros, incluso en los peores momentos. Imagina pues si no te permito durante varios minutos, que tu mente genere pensamiento alguno. Es posible que aún sin quererlo, enloquezcas.
Y lo comprobé sin más dilación. Sentirme vacío, nulo, en blanco solemos decir los humanos, y el hecho parecía taladrarme, incluso provocarme dolor de cabeza.
Fue en ese momento que se rió.
-Ya empiezas a padecerlo, ¿verdad?
No podía responderle o si lo hice no recuerdo qué le dije, talmente como si mi mente no me perteneciera, como si no pudiera generar nada en forma de palabras y frases.
Siguió aquella escalofriante risa de mi acompañante, en realidad el ser que me sustentaba en el aire, alejada de los que en el suelo parecían mofarse o querer incordiarme con sus miradas y carcajadas.
Nada era capaz de pensar, nada me pasaba por la mente y supongo que compadecida de mi evidente malestar, optó la princesa por regresarme a la cabaña.
Ni un segundo tardamos en estar sentados frente al fuego incandescente de la chimenea.
Me tomó las manos y entonces pude sentir que mi cabeza volvía a estar activa, que mi mente generaba ideas, pensamientos, sensaciones, frases.
Fue de inmediato que no pude evitar referírselo, empleando al artilugio dialéctico apropiado.
-Pero dime, princesa, ¿qué queréis realmente de mi? ¿Solo que me convierta en vuestro narrador oficial?
Se incorporó y mirándome con cierta languidez a los ojos me respondió.
-Por esta noche, ya has tenido bastante, escritor. Ahora llega el premio que la Reina considera te has ganado. Disfruta pues de tus esclavas, de esa sumisa vampira gracias a la que, te hemos descubierto.
Desapareció la princesa Alfano y en su lugar vi emerger de la nada, a amelia y perla, desnudas y hermosas y eso sí, encorsetadas en unos arneses de cuero que se amoldaban a la perfección a sus bellas y excitantes figuras. Se postraron ambas a mis pies y solamente cuando Patricia hizo acto de presencia como si fuera ya una más de entre aquel enjambre de mágicos personajes, para indicarme que necesitaba descansar y a la vez me exhortaba a gozar de mis pertenencias hu…, vampíricas se corrigió de inmediato, pude comenzar a sentirme suficientemente relajado para seguir sus insinuaciones, en realidad: indicaciones. Obsta no indicar que también ayudaron las dos adorables esclavas con sus gestos y acciones, dirigidas a hacerme sentir el ser más afortunado de cuantos han existido y existirán.
Me imaginé que era un sueño imposible lo que estaba experimentando entre las expertas manos y lenguas de aquellas doncellas que lo fueron sin duda en otros tiempos, quizá ya muy lejanos para amelia, pero pronto y de nuevo, mi mente dejó de pensar, únicamente fue mi epidermis, toda ella, la que comenzó a gozar de esas sensaciones tan desconcertantes que las aplicadas esclavas me obsequiaban, pues no llegaban a mi mente, pero os lo aseguro, las sentía mucho más que si lo hicieran.
 (Continuara…)
Arturo Roca

(31/10/2016)

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