viernes, 26 de agosto de 2016

MI SUMISA ES UNA VAMPIRA

Mi sumisa, es una vampiro.


Llevó ya varios semanas viviendo en solitario en medio de un bosque inmenso, en lo alto de una cordillera que me tiene apartado del mundanal ruido. Me refugié en ese lugar para aislarme por completo y poder escribir la segunda parte de la novela “La crueldad, puede ser exquisita”, ya que la continuación de la historia de Patricia Tregnant necesitaba tenerme completamente centrado en ella.
En esa cabaña, con todas las comodidades, eso sí, puedo darles vida a las nuevas experiencias de mi personaje, con plena libertad, por tanto nada coartado por horarios, llamadas, noticias o deportes. Me dedico a ella siguiendo mi natural concepción de lo que debe ser un proceso creativo sin limitaciones por lo que muchas noches me dedico a hablar con ella, con Patricia, que viene a asesorarme y a guiarme por ese entramado que creé hace tiempo para ella. Acabamos dándonos la razón el uno al otro de forma casi alternativa por lo que con su ayuda no descartó tener muy pronto concluida la novela, algo que muchas de mis fans, bueno, en realidad fans de Patricia, me están requiriendo desde hace tiempo.
Y fue la tercera noche en que estuvimos enfrascados los dos, hasta que el sol comenzó a despuntar, que apareció la dama. Todavía el astro rey no gobernaba el lugar por lo que...
Estuvo poco rato, de hecho solo me saludó y a continuación me dio un beso. Me parecieron sus labios, helados y a pesar de ofrecerle que se quedara junto al fuego para recuperar su temperatura, me soltó que “puede que otra noche. Hoy solo he querido mostrarme” y desapareció. Abrió una ventana y salió volando. En realidad, levitando. No me dio tiempo a seguirla ya que tan pronto abandonó la cabaña los postigos de madera se cerraron y a pesar de intentarlo con todas mis fuerzas no logré reabrirlos.
Por un momento pensé que había sido el fantasma de mi personaje, Patricia, que quizá había querido darme una de esas sorpresas que los seres más proclives a tener sensaciones, reciben de los espíritus, pero no, lo desestimé de inmediato pues Patricia reapareció entonces por la puerta, como Dios manda y volvió a darme las buenas noches tras preguntarme algo asustada: “¿quién era esa chica morena?”
-¿Tú también la has visto? –fue mi perpleja interrogación.
-Claro.
>No me estarás ninguneando, ¿verdad? –añadió algo molesta.
Madre mía pensé. Una beldad morena que de madrugada aparece y desaparece por la ventana y volando y un personaje ficticio, creado por mi, que me pregunta por esa hermosa mariposa humana, porque lo reconozco, fue la imagen que me vino a la cabeza tras ser cuestionado por Patricia.
La convencí por fin de que no sabía de quién se trataba y con ello logré que se acostara a descansar tras introducirse en las páginas que ya había escrito de la novela y que pensaba repasar al día siguiente. Luego, lo hice yo, junto al fuego que crepitaba ofreciéndome esos sonidos embriagadores que el fuego sabe crear.
Debo admitir que me costó cerrar lo ojos, temeroso que en cuanto lo hiciera, reapareciera la bella voladora y Patricia surgiera furiosa de entre sus páginas y se enzarzaran en una pelea de hembras por el único macho que allí habitaba. Sé a ciencia cierta que Patricia es celosa y que no quiere por nada del mundo que me acerque a otras mujeres en tanto no haya concluido la segunda parte de su historia y además, haya sido editada. Fue la condición que me impuso para permitirme que siguiera relatando su vida para mi beneficio económico. Nunca le he dicho que de momento, no lo ha habido, que más bien han sido pérdidas, pero por otro lado, y ello lo sabe perfectamente, su historia me ha granjeado muchas amistades, algunas formidables, de hecho la mayoría y por tanto que no todo se ha de contabilizar en ingresos crematísticos. En realidad son mucho más gratificantes los otros, los que te permiten ser tenido en cuenta como narrador de historias.
Cuando me desperté, sobre las dos de la tarde, me dediqué a lo que tenía previsto, repasar lo que ya casi tenía terminado. Patricia siguió durmiendo todo el día.
Fue por la noche que me sorprendió su aparición. No, la de Patricia no, sino la de la bella voladora, aunque esta vez llamó a la puerta. Naturalmente abrí sin mirar, puesto que Patricia lo suele hacer, sale de escondidas de la cabaña y luego llama a la puerta, por ello mi sorpresa fue mayúscula al presenciar ante mi a aquella hermosa joven ataviada con un vestido ceñido rojo y sobre sus hombros, una capa oscura, negra en realidad como aquella noche que iniciaba su ciclo acompañada de una luna que era un diminuto gajo de naranja, puesto que el tiempo amenazaba tormenta.
-Buenas noches –me dijo. – ¿Está la pesada esa?
No entendí a quién se refería y como si me hubiera leído la mente, añadió: –si hombre, la Lady esa que te inventaste y que ahora quiere incluso dominarte a ti, que eres su creador.
No esperó a que la invitara, penetró y se aposentó, esta vez cerca del fuego.
-No es que tenga frío, puesto que en realidad y en cierto modo, soy yo la que lo produce, pero ven, acércate, que quiero contarte algo y quizá te hiele la sangre el escucharlo.
Comencé a temerme algo nada deseable, sobre todo si la dormilona Patricia se despertaba y descubría lo que horas antes había definido como ningunearla.
-No temas –dijo entonces la visitante hermosa. –No despertará. Ya me he encargado.
-¿Qué?
Fui como un loco en pos de mi manuscrito aun en fase de borrador y a pesar de que lo tenía guardado en el ordenador, no sé porque extraña causa pensé que lo habría arrojado al fuego o lo habría destruido. Ese hecho me habría complicado enormemente la vida amén de haber acabado con Patricia, que dormía, eso creí, plácidamente entre las hojas ya impresas.
Nada de lo temido había acontecido. Es más, pude observar a Patricia, descansando muy serena en el interior del manuscrito. Me tranquilizó el verla, incluso babeando como una niña pequeña.
-Acércate y no temas –oí entonces a mi espalda.
La obedecí, más por inenarrable curiosidad que por otra cosa, bien y porque se había despojado de la capa y mostraba un cuerpo espléndido que me tentaba solo el verlo.
Ya a su lado.
-Verás Arturo, te sigo desde hace tiempo y ese seguimiento es lo que me ha motivado a conocerte y no solo conocerte, quiero probarte.
Aquel término comenzó a desatar en mí una especie de jugosa liquidez en mi boca, vamos, que me estaba ya relamiendo con el plan de la muchacha.
-¿Te sorprende?
Me tengo por un poco seductor y la forma tan directa de indicarme que quería probarme ayudó a que todavía me sintiera más. Dejé que siguiera regalándome los oídos, alimentando la arrogancia que la mayoría sostenemos no poseer.
-Un poco –respondí para parecer más humilde de lo que realmente soy.
-¿Y no te importa?
Joder chica, ¿por qué habría de importarme? Llevo muchos días en soledad, con la única compañía de una mujer, eso sí espléndida, pero personaje de novela, por tanto, a dos velas y nunca más cierto, de hecho en ocasiones se había ido la corriente eléctrica y había tenido que alumbrarme con…, hasta tres velas.” Todo eso me vino de pronto a la cabeza.
Mi expresión sin embargo, le hizo creer que así era, que no me importaba. Fue entonces cuando lo soltó.
-Es que quiero convertirme en tu sumisa. A todos los efectos, con todas las consecuencias y no sufras, cualquier cosa que se te ocurra hacer conmigo, lo aceptaré de buen grado, para probarte y de paso probarme yo también.
Sinceramente me dije: “tío, no puedes desaprovechar una oportunidad como esta” y al mostrarme feliz por la propuesta me acerqué hasta ella y la besé. De nuevo y a pesar de llevar ya un buen rato junto al fuego, sus labios me parecieron puro hielo.
-Estás helada –se me ocurrió indicarle.
Sonrió y aunque me pareció la risa más seductora que jamás había oído y presenciado, también la encontré gélida.
No tardó entonces en arrodillarse ante mi y besarme los pies.
-¿Es así cómo se hace, Amo?
Con su ósculo, me los había dejado helados y eso que los llevaba calzados, cierto que con unas zapatillas de andar por casa, pero helados.
Fue en ese momento que comencé a sospechar que algo extraño conllevaba la presencia de aquella atractiva y cautivadora mujer joven.
No tardó nada en mencionar, en un tono un poco más bajo del que había empleado hasta entonces: –no me gustaría asustarte.
Yo, embebido de arrogancia, me atreví a responder: –no lo harás, en todo caso podría ser yo el que te asustara con mis prácticas.
-Perfecto –lanzó entonces. –Temía hacerlo cuando usted descubriera qué soy.
-¿Qué eres?
-Sí claro, querido Amo.
-¿Y qué eres? –le largué con una sonrisa de suficiencia recorriendo mi rostro.
-Pues una vampira.
Se me escapó el sonreír hasta que de pronto apareció como por arte de magia un señor muy delgado y con el rostro grisáceo, como si llegara de ultratumba, ataviado con una capa también negra. Había entrado…, joder, ¿por dónde había entrado?
-Espero que hagas feliz a mi hija adoptada, humano. En caso contrario, ya sabes, te espera una fría eternidad.

(Continuara…)

Arturo Roca

(26/08/2016)

lunes, 8 de agosto de 2016

LA LUNA RESENTIDA

UNA LUNA RESENTIDA


Durante toda la tarde retozamos en la cama, susurrándole entre sus suspiros esa bella melodía que deseaba aprendiera, quizá para ordenarle recitármela algún día.
-Sabes esclava, irrumpir, prorrumpir, saciar, sucumbir, herir, morir, vivir, son palabras que identifican tu existencia, esa que me has obsequiado para que con ella construya una felicidad a tu medida y necesidad.
Entonces entonaba con voz mágica.
“Irrumpir para conquistarte, prorrumpir con bellos gemidos, saciar a tu hambrienta alma, sucumbir con mis dulces besos, herir a los que no te aceptan, morir por haber vivido, vivir en ti eternamente”.
Y así durante horas, en las que combiné esas letanías gracias a esas mágicas palabras, con caricias, con succiones, con lametazos, con pellizcos, con suaves mordiscos, con miradas furtivas y exigentes, con sonrisas cálidas y estremecedoras. Fue una intensa inversión de dedicación para obtener, ambos inversores, el máximo rédito en forma de placer extenuante y duradero de orgasmos plenos. Podía habernos visitado la muerte, en acercándose la hora de la cena y ninguno habría objetado su determinación, porque en nuestras mentes alimentábamos ambos la verdadera realidad: habíamos gozado de los mejores momentos de nuestra vida, por tanto, ¿qué más nos quedaba por vivir?
Pero no tuvo a bien tentarnos la parca, sino que el reloj marcó las diez y con ese sonido ancestral, fue emergiendo en mi mente la ocurrencia.
-Vístete con el tul que encontrarás en el fondo de mi maleta.
Me obedeció y de pronto, en medio de la oscuridad de la habitación, se me apareció un ángel en forma femenina.
No me preguntó, simplemente se limitó a exponerse abiertamente para mi, para su Dueño, para su Guía, para su Dios.
Se arrodilló entonces al verme emerger de entre las sábanas, feliz de volver a gozar de mi desnudez y cuando estuve frente a ella, me besó los pies con embeleso.
-Esta noche gozarás de nuevo –salió de mi boca, estúpida respuesta a su ósculo reverencial, pues desde que habíamos llegado no había cejado en mi empeño de que se derramara mi esclava.
Como dos ladrones que no desean ser atrapados, salimos de la posada a hurtadillas, yo con el maletín de las pinturas.
Su expresión al verme cargado no fue otra que la de una mujer entregada a su preciosa suerte, imaginando quizá lo que iba a ser su papel en aquella escena que ya construía mi mente y la suya y a medida que avanzamos por la noche plateada y algo fresca, su cuerpo parecía levitar al andar, como si la alegría de todos los seres del mundo la secundaran.
Marchaba de mi mano, la que mantenía libre y su rostro refulgía con la luna pero sobre todo con ese deseo innato de trasladarme su asentimiento a mis antojos. Cualquier cosa que se me ocurriera la iba a aceptar, la quería experimentar, consciente que su Amo solo quiere para ella, el placer máximo, aquel que ni en sueños hemos sido los humanos, capaces de imaginar.
Llegamos hasta un recodo del pequeño riachuelo que cruza la finca en la que está situada la posada. Allí le indiqué con el gesto, se detuviera. La luna, magnificente, resplandecía en las aguas e iluminaba un amplio trecho de tierra. La coloqué con cuidado sobre el centro de aquel espacio iluminado y le moví los brazos para que los dejara en cruz y las piernas para separárselas, todo ello con ella a espaldas de la luna.
Se oía el ligero rumor de las aguas buscar su salida hacia su fin de trayecto y era una sinfonía que enaltecía todavía más la entrega de mi perra.
El tul flotaba con la brisa nocturna y era su cuerpo un objeto en alegría, al poder mostrarme sus firmezas, sus debilidades, sus formas, sus limitaciones. Nada quería esconder a su Hacedor, a su Dueño, al objeto de su existencia y mis sentidos se congratulaban que así fuera, de modo que no pude ocultar mi turbación. El miembro no parecía querer retenerse. Me acerqué por su espalda, para abrazarla primero, denotarle mi erección por su causa y a continuación abrazarla. Percibí entonces que su piel se erizaba, mitad mi abrazo mitad el viento. Le susurré: –te amo, princesa esclavizada.
Le trasladé con el mensaje, mi turbación y fue entonces cuando casi se desmaya.
A pesar de sus nuevos escalofríos, la desnudé, “para poder observar mejor el lienzo de tu piel”, le señalé. No la vi, pero su expresión de satisfacción al haber acertado, fue plena.
-Seré vuestro cuadro, Señor, el lienzo en el que podáis dejar aun con mayor fuerza cromática, vuestra huella en mi.
-Y serás el instrumento del que obtendré la melodía que volará en esta noche de plata por el bosque, embrujando el mal, alimentando el bien, cosechando amor para que todas las criaturas puedan sorberlo, olerlo, escucharlo, manifestarlo, vivirlo. Eso es lo que harás y sentirá mientras te pinte, esclava mía.
No me demoré, pues no podía seguir manteniendo, si es que alguna vez fue posible hacerlo, la incertidumbre, demasiado me conoce mi adorable perra.
Comencé con ligeros toques a adornar su espalda, guiado solamente por la potente luz de aquella luna plena que vi detenerse en el espacio que ocupábamos mi perra y yo, para seguir de cerca mis caprichos artísticos, aunque lo cierto era que yo daba por hecho que era a ella a la que seguía con atención, para aprehender la forma en que esa extraordinaria mujer se entregaba a su Amo. ¿Necesitaba la luna entender motivos, secundar maneras, para no dejar de ser satélite de nuestra tierra?
No osé preguntarles, ni a la luna ni a mi esclava, a la primera, por el pavor de enojarla y que con el enojo interviniera con más rigor sobre las mareas y a mi perra para que su humilde sumisión no se resintiera al no parecerle mi pregunta de rigor y comenzara a aullar presa del desconcierto o el miedo a dejar de ser para mi, su Amo: útil y apreciable.
Me reprimí con la curiosidad por saber, pero dejé rienda suelta a mi mano y al pincel y con esos delicados movimientos fui capaz de adentrarme entre las hendiduras de sus nalgas, buscando hurgar con suavidad suprema entre los labios ya húmedos de tanta pasión.
Se deslizaron las cerdas del pincel con maestría por la carne, buscando recubrir de sensaciones excitantes e ilimitadas esa vulva que convulsionaba esperando el manjar para el que fue diseñada.
No pude contenerme, acerqué mi miembro y le di alimento al deseo de mi esclava. Me importaba poco destruir lo que ya había dibujado en su espalda y mucho menos me agobiaba el ser yo el que recibiera el afán de mi pintura, ella me lo quitaría más tarde a lametazos. Sabe que es una de sus tareas, mantener felices a mis células epidérmicas con su lengua y saliva.
Se agarró entonces a mis glúteos al percibir que irrumpía en su cenit mi polla. Y ese ardor que manejaba mi pene, logró que despareciera el frío de su cuerpo, esos escalofríos que la brisa había desatado en ella.
Me sentí apresado, incapaz de resistirme a sus manos, que como zarpas pugnaban contra un inexistente deseo de desasirme de su empeño por tenerme intenso en su interior.
Nos derramamos de espaldas a la luna y al caer ambos sobre la hierba ya mojada por las gotas que escapaban del riachuelo, al rodar entre las piedras, presentí que de nuevo la luna que nos iluminaba, nos estaría maldiciendo, inerme ella para sentir algo parecido a lo que había tenido que alumbrar en aquella noche de plenitud.
Me salió del alma una especie de nana tarareada, para que ambas, ella, mi esclava devota y la luna, aquel sin duda resentido satélite, dejaran sus meditaciones y se dejaran arrastrar a esa lasitud en la que cualquier ser sueña, añora, es definitivamente feliz.
No tardaron mucho los elfos del aquel bosque en convertirse en aplicados acompañantes de mi música, de modo que pude tomar el sendero que mi esclava y la luna ya habían aceptado. Me quedé dormido a los pies de aquella sonata que los habitantes invisibles de la naturaleza, compusieron para mi. Craso error, pues al despertarme, quizá dos horas más tarde, mi esclava, que observaba con rostro risueño mi llegar, me señaló también en susurros: –¿ha oído mi Amo la musicalidad de este bosque?
Intuí que era la indicación para amarla de nuevo, ¿la razón? Seguíamos escuchando parecidas melodías, sintiendo iguales sentimientos, gozando complementarios placeres y todo ello, en medio del escenario ideal para ser iluminados por la luna.         
  



Arturo Roca (29.07.2016)   

UNA PASIÓN DESAFORADA

UNA PASIÓN DESAFORADA

A la mañana siguiente, decidí salir al campo y por ello le indiqué se vistiera con los mini-shorts y una camiseta de tirantes, sin sujetador ni bragas. Pero cuando iba a ponérselos le ordené se detuviera.
-Te vestiré yo, mi adorable esclava.
Le coloqué sus brazos a la espalda y le indiqué que bajara la vista al suelo, dirigida a mis pies.
-Ahora, cuando te ponga los pantaloncitos, primero una pierna y luego la otra, puedes apoyarte en mi, perra obediente.
> Pero no muevas las manos ni levantes la vista del suelo.
Comencé con la pierna izquierda y antes de ajustarle los pantalones, decidí juguetear con su coño. Es una tentación demasiado fuerte como evitarla. Ni el más tenaz de los santos sería capaz de vencerla y os lo confieso, aún antes de comenzar aquel ritual, su sexo ya desprendía ese aroma que me envuelve al percibir los efluvios de ese continuo rezumar cuando estoy junto a ella.
Me agrada sentirla tan cercana, tan entregada, tan hembra y ella lo sabe. Sabe que aprecio ese vicio que la reconcome y me obsequia sin censura. Quizá nunca antes de mi ha podido expresarlo del mismo modo, con tanta libertad y seguridad, pues en otros tiempos y entre otras manos quizá haya creído que era algo censurable, repudiable, pero conmigo libera todo ese ardor que algunos han catalogado como pecaminoso, incluso en estos tiempos. Para su fortuna y felicidad conmigo no debe reprimirse nunca, quizá al contrario, ha pensado en ocasiones que no está a la altura de lo que soy capaz de admitir, desear, cosechar. Soy perverso sí, y quiero que ella también lo sea. Soy lascivo sí, y sabe que así la quiero. Soy vicioso, también y ella no desconoce que su vicio me lo hago mío, pues lo alimenta y lo comprende.
Es difícil encontrar armonía en tan subjetivos placeres íntimos y secretos, pero nosotros la construimos a cada paso que damos el uno en pos del otro y eso es algo que nunca nadie nos quitará.
Fue un primer orgasmo de mi perra, que hizo se tambaleara y tomar al pie de la letra mi indicación de recostarse sobre el cuerpo de su Dios y me complació su sudor pegajoso sobre mi pecho, esas gotitas que desparrama cuando el frenesí del llegar a lo más alto la descompone. Pero no me importa nada de ella, es más, me gustan sus alientos, sus suspiros, sus gemidos, sus jadeos, siempre regados por los líquidos que su anatomía desprende para mi, su Dios. Una forma mística a la vez que carnal de decirme un “lo adoro” entusiasmada, plena, enfervorizada.
Luego, tras unos minutos, la ayudé a recomponerse, pero sin permitir que pudiera tocarme más que con su cuerpo, con su lengua, sus labios, su coño y sus piernas.
-Las manos siguen a la espalda, perra.
Y así lo hizo, restregarme toda su epidermis en busca de satisfacer mis más bajas y ocultas perversiones, esas que ella descubre con ahínco, con firmeza, con devoción.
Me ensañé entonces con sus pezones. Un compendio de caricias, lengüetazos y mordiscos para finalizar en unos prolongados pellizcos mientras ella me devoraba con sus labios y su lengua.
Sus besos son canibalescos y me siento carne apetecible y necesaria para subsistir y mejorar cuando los ejecuta con esa maestría de hetaira realmente enamorada de su hombre.
Le coloqué la camiseta desde la espalda, permitiéndole eso sí, que con sus inmovilizadas manos hasta entonces, pudiera jugar con mi sexo, todavía desnudo, pues quise mantenerlo a la vista durante la liturgia anterior, aunque el ángulo de visión que le permití no fuera el más apropiado para gozar de mis firmezas. Son las prerrogativas de ser mía y esclava, tiene que sufrir para alcanzar los manjares que su Dueño le permite succionar solo cuando a él le apetece. Es la mejor fórmula para educar a una perra que lo es y quiere seguir siéndolo, incluso mejorando en su deseado rol.
Acomodada la prenda en su tronco, me dediqué a acariciar desde la tela, sus senos, esta vez con suavidad, con manera de hombre sabio y enamorado, de galán que prende la llama en su dama poco antes de que ésta suplique recibirle. Y lo hizo, suplicar, rogar, admitir con sus tembleques que estaba de nuevo dispuesto su coño, que precisaba de mis manos o mis dedos o mi miembro o de mi lengua.
Fue entonces cuando comencé a susurrarle esas escenas que tanto la animan a derramarse. Lo hizo sin demasiado empeño por mi parte, pues conozco perfectamente los senderos verbales por los que debo llevarla. Y en su imaginación me sigue, aunque esté totalmente en pie en la realidad, a cuatro patas, como la perra obediente que es, derrochando humedad, como si quisiera aplacar el calor del momento, con sus líquidos, los  vaginales y los bucales.
Gritó desaforada esa nueva muestra de su fuerza lujuriosa, esa nueva meta en pos de alcanzar una más alta cima. Y no tuve más remedio que castigarla con azotes en sus nalgas. Craso error el mío, pues aquellas muestras de castigo fueron en cambio para ella, las notas que precisaba para componer una nueva sinfonía de pasión ardorosa, de derrame colosal, de orgasmo entre alaridos.
Entre mis manos se descompone y me agrada que así sea, que no tenga respiro, que no le otorgue descanso, que goce y goce hasta quedar exhausta. Y ese día de nuevo sucedió. Tuve por tanto que acomodarla entre mis brazos y depositarla con cuidado sobre la cama.
Rocé entonces su pantalón en la zona delantera y era agua.
No tuve más remedio que confesarle.
-No creo que estés para salir al campo, esclava.
Ella no pareció dispuesta a negarme el capricho.
-Lo estoy Amo. Aunque tenga que seguirle arrastrándome por entre espinas, pues no quiero decepcionarle, nunca.
Me tentó lo de las espinas. Recorrer algunas de sus zonas más erógenas con ellas, esas espinitas que te señalan el dolor que puede derrotarte me pareció una creativa forma de epílogo.
No quise sin embargo ni contradecirla ni destrozarla con caminatas inútiles. ¿La mejor forma de ayudarla…?
Comencé a acariciarla, a besarla, a relatarle instantes vividos o  imaginados, secuencias fantaseadas o realmente experimentadas y su cuerpo comenzó a reaccionar de nuevo.
No me quedó otra opción que liberarla de la poca ropa con que la había adornada para la excursión, pues su necesidad de mostrarme su entrega era plena.
-Te acabaré venciendo algún día, esclava.
-Ya lo ha hecho Amo. Ya lo hizo desde el primer día, por eso supliqué a los Dioses me aceptara como a su perra esclava. Sabía que era el premio que por fin me asistía aunque quizá no mereciera. Usted es mi mayor fortuna.
No bajamos a comer hasta cerca de las dos, pues entre orgasmos de mi perra y ensoñaciones necesarias para recomponernos, sobre todo yo, tras haber bebido de mi fuente la muy golosa con tanto empeño que a punto estuvo de secarla, el tiempo se nos comió nuestro tiempo.
Y por ello al descender, los rostros, puede que incluso un tanto desencajados, lo hicimos satisfechos de tenernos, de amarnos, de cuidarnos y de darnos.
Carmen, la posadera, lo percibió al instante y por tal razón solo dijo al cruzarnos con ella: –sus pinturas, señor Arturo, ya han llegado.
-Gracias –le respondí.
-Aunque deberán esperar su turno a mañana –concluí, observando de reojo a mi perra, curiosa y quizá temerosa de esa nueva idea mía, que ya suponía, la tendría a ella como fundamental protagonista.


Arturo Roca (15.07.2016)