martes, 19 de mayo de 2015

UN REGALO ESPECIAL (3) (No es la primera vez)



NO ES LA PRIMERA VEZ.  ®



A Esteban lo recogió en su  convertible oscuro Julián, una hora antes de la que le había fijado Martina para que apareciera acompañado de su obsequio. Cuando lo vio acercarse al vehículo, Julián sonrió intentando expresarle su asentimiento por el modo elegante en que se había vestido. No pudo evitarlo.
-Mil gracias Esteban, vos estás magnífico con este smoking.
-He creído conveniente adornarme para la ocasión como un inmejorable obsequio.
-Jamás podré compensarte todo lo que vos hacés por mi, amigo.
-Pues esperemos que como me indicaste, lo haga la hembra.
-No lo dudés macanudo, sabe como agradecer la verdadera virilidad.
No quiso Esteban mencionarle lo que le vino a la cabeza: “¿y la tuya, te la ha agradecido esa golfa alguna vez?”. En cambio prefirió acomodarse junto al cornudo que le daba continuas muestras con sus gestos, de sentirse en la gloria. ¿Sería él capaz de obrar de ese modo tan vergonzante por una mina por muy fabulosa que fuera? Se respondió que ni loco, sin embargo no evitó dejar un atisbo de posibilidad a que en un remotísimo caso pudiera sucederle enloquecer por unas faldas. Le hizo sonreír el pensamiento.
Mientras llegaban al chalet de la pareja, en realidad ya propiedad absoluta de Martina, Julián no dejó de explicarle a Esteban que se sentía tan en deuda con él que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que le pidiera, “incluso mataría por ti a algún enemigo cuando vos lo tengás, amigo”.
Volvió Esteban a dudar de si seguir con la farsa, pues aquel sujeto le estaba dando sobradas muestras de su locura, -en absoluto transitoria-, por sentir más cruentamente la humillación más supina que jamás debiera soportar un ser humano. No obstante podía más la curiosidad extrema por conocer a la golfa.
El jardín en el que penetró el vehículo tras abrirse un enorme portalón de hierro forjado, le pareció a Esteban extraordinario y extenso y rodeado de cámaras de seguridad y un par de vigilantes que saludaron a Julián con una reverencial muestra de sumisión. Él ni les respondió, haciendo quizá gala de la única posibilidad de menosprecio que le debe permitir su Dueña.
Un empleado se ocupó del coche cuando se detuvieron frente a la puerta de entrada de la mansión, fue entonces que Julián, quizá arrogándose la última libre iniciativa de la noche le confesó: –sino hubiera sido por ella, ya no la disfrutaría, la quinta, por eso también debo seguir a su lado, sin ella, estaría irremediablemente perdido, del todo y conmigo mi patrimonio. En sus manos jamás me, se lo arrebatarán.
A Esteban le sonaron las palabras de Julián, a sincera y agradecida confesión aunque de inmediato le vino a la mente: “pero si tú, sublime desgraciado, sólo debes disfrutar como mucho, de la caseta del perro”, pero prefirió evitar herir todavía más a aquel desvalido ser que se mostraba tan agradecido con su usurpadora, también de su hombría. Se le ocurrió en cambio.
-Pues venga, preséntame ya a esa Diosa a la que tanto adoras y veneras, que quiero corroborarlo o desmentirte.
Una sonrisa complacida de Julián le reiteró a Esteban que estaba ante un loco, puede que de amor, pero también de perversión mal entendida.
Una criada vestida a lo maid francesa los atendió, dirigiéndose también a Julián con el adecuado respeto debido a los señores. De nuevo éste la ignoró.
Penetraron al salón y allí fue donde se encontraron con una mujer y un hombre. Esteban se acercó hasta ella con su elegante y varonil caminar para besarle la mano. Ella se lo permitió.
-Es un enorme placer conocerla, señora Martina.
La mujer pareció querer reír pero simplemente esbozó una sonrisa, algo burda. En cambio el sujeto allí presente y mucho más joven no se reprimió.
-¿Señora esta puta?
Esteban quedó perplejo, sin comprender el deleznable proceder de aquel joven. Fue cuando apareció otra mujer, enfundada en un largo vestido negro de noche que modelaba unas curvas de lo más excitantes, que la primera mujer indicó.
-La señora Martina es ella. Yo soy su amiga, esta noche… –no tuvo tiempo de concluir, el joven se anticipó –…la puta que me la mamará en tu presencia español.
Aquel exabrupto le pareció a Esteban del todo inadmisible, tanto que no pudo evitarlo.
-Me parece señoras, que me he equivocado de casa. Esperaba una reunión de elegancia y me han traído a un burdel en el que permiten acceder a toda clase de indeseables. No es que me importunen los burdeles, lo hacen los maleducados. Pido disculpas por mi error y les deseo no obstante, que disfruten de su velada.
Martina arremetió entonces con dureza.
-Alto caballero, el que se va es ese grosero impertinente. Por favor Julián, acompañálo a la puerta y a poder ser lo despidés con un coz en sus nalgas, como a un niño pequeño maleducado.
Se detuvo airado y furioso el joven y con aire de bravucón ofendido y belicoso gritó más que habló dirigiéndose a Marta: – ¡¿me acompañás tú, putita?!
Como vio que no respondía la interpelada optó por no moverse y fue su mayor error pues Martina se acercó hasta él y le regaló dos sonoros e hirientes bofetones.
-¿Quién te creíste que sos?, pendejo.
Se quedó tan estupefacto Eduardo que por un instante no supo qué debía responder ni hacer el tiempo necesario para que Julián se acercara hasta él y con buenas maneras le invitara a acompañarlo a la salida.
-Espera esclavo –señaló entonces Martina.
Julián se detuvo al mismo tiempo que el joven se sintió interpelado. Obró como lo habría hecho alguien que realmente se aceptara con ese calificativo, quedando a la espera de la siguiente indicación. Ni Esteban, ni Julián ni por supuesto Marta se sintieron ajenos a aquella reacción tan preclara de su sorprendente asentimiento.
-Si aún querés disfrutar de la velada, será sólo con mis condiciones. ¿Querés, pendejo de mierda?
El joven ya no tuvo duda, a él iba dirigido aquel insulto y la furia de aquella excepcional Dama que un día antes se había conjurado para invadir salvajemente y sin clemencia.
No decía nada, de modo que Julián volvió a gesticular para indicarle que lo siguiera, que su tiempo en aquella casa había concluido. No hubo lugar.
-De acuerdo, acepto las condiciones.
-Pues no se hable más. Esposo, desnudálo.
-¡¿Qué?! –profirió enérgico y rabioso Eduardo.
Martina no se demoró en explicarle las primeras condiciones que le imponía.
-Si tu aparato es de mayor tamaño que el de ese caballero tan elegante, hoy me tomarás tú, hasta que te cansés de abusar de mi concha, pero si no lo superás, cumplirás con todo lo que te ordenemos, mi amiga la putita y yo, que aunque no te lo creás puedo serlo más que ella, pero de las que los machos llamáis ruines y tanto os gustán.
Esteban no estaba dispuesto a seguirle el juego a aquella dama tan atractiva y sensual por lo que se rebeló, aunque de nuevo con elegancia.
-Verá, señora Martina, es muy tentador comprobar quién vence en esta apuesta de la que su cornudo esposo jamás me habló, pero entienda, no acabo de interpretar que papel hago yo aquí, aparte de servir como elemento comparador con el…aparato de este belicoso caballero, o lo que sea. Por tanto permítame que tan pronto hayan comprobado las señoras presentes, si esta noche usted se dejará tomar por él o celebrará de otro modo su aniversario, pueda dejarles en compañía de su peculiar chance.
Fue entonces Marta la que intervino.
-Me parece que no comprendés caballero. A mi mejor amiga Martina, jamás la vi apostar sin las mejores cartas, incluso comodines.
No interpretó Esteban a qué se refería con lo de los comodines, aunque una ligera idea le vino a la cabeza al observar la maliciosa sonrisa de las dos mujeres. ¿Dispondrían de antemano de fotos de los respectivos miembros? No lo dudó, creía capaz al cornudo de haberle tomado fotos a escondidas en el vestuario sin que él hubiera podido apreciarlo y de mucho más, por tanto y al parecer, la diabólica Martina estaba jugando sobre seguro y fue por ello que no le pareció tan malo mostrar al singular público asistente su colosal aparato si con ello el descarado fanfarrón maleducado iba a sufrir una noche de vergonzante humillación como la que tanto le había confesado Julián disfrutaba a raudales bajo las garras de aquella Dama tan autoritaria y por otro lado tan hermosa. Estaba además seguro Esteban que al joven no le iba a suponer el mismo efecto satisfactorio que al cornudo.
-Sabe qué señora Martina, me parece apropiado su reto. ¿Dónde quiere que les muestre mi…, cómo les llaman ustedes a la polla? Pero quiero confesarle algo antes de hacerlo ya que no me lo perdonaría sino fuera del todo sincero con tan bella Dama. No es usted señora, la primera esposa a la que un cornudo consentido tan simpático como Julián, la obsequia regalándole la presencia de mi aparato. Sepa que en Quito ya me encontré en similar situación.
-¿Y cómo reaccionó la homenajeada?
-Me mando flores cada día trece, para agradecerme aquel sorprendente y creo que gozoso, aniversario, aunque debo proseguir siendo sincero, en aquella ocasión la Dama, desestimó en cierto modo el obsequio, porque aunque no dejó de manosearlo durante un buen rato, no permitió que mi aparato  penetrara en sus templos…, al parecer el tamaño no pasaba por las puertas de entrada.
-Pues entonces caballero, vista su sincera gallardía, no se demore más. Por favor Julián, abre el telón y disfrutemos de la función.
Obedeció el consentidor esposo permitiéndole Esteban con gran serenidad y dominio de la situación que fuera él quién le bajara los pantalones y calzoncillos. Cuando las mujeres observaron la tranca de Esteban, ya no hubo duda, tampoco por parte de Eduardo, que a pesar de no bajarse los pantalones dio por sentado que aquella noche disfrutarían de su insuficiente tamaño frente al elefantino miembro del ingeniero, y lo harían todos los que quisieran entre los presentes o decidiera la Dueña de la casa otorgarles protagonismo. Marta se estaba relamiendo, quizá incluso se atrevería a devolverle a Eduardo algunas o muchas de sus anteriores humillaciones, simplemente por imitar a su pérfida amiga Martina, pues daba por descontado que no se iba a conformar solamente con follarse al propietario de aquel evidente argumento en peso y tamaño y someter luego con dureza a su esposo esclavo, aún tendría arrestos para deleitarse con un novicio y quizá devolverle todo el sádico ardor que había estado derrochando aquel jovenzuelo en su amiga Marta.
 


ARTURO ROCA ® (para todos sus seguidores actuales y futuros) 

2 comentarios:

  1. "no permitió que mi aparato penetrara en sus templos…, al parecer el tamaño no pasaba por las puertas de entrada" me gusta la manera que tienes de explicarlo, es diferente

    ResponderEliminar