domingo, 4 de enero de 2015

LA CRUELDAD, PUEDE SER EXQUISITA. -





PRIMER CAPÍTULO

LA CRUELDAD, PUEDE SER EXQUISITA ®




1ª PARTE.- (La MUJER-DIOSA)



I – ARTURO

Vaya por delante, que siempre me han atraído las mujeres, inteligentes. Considero que son el ser más apreciable entre todos los que habitan la tierra y nunca me he podido abstraer, -en cuanto he detectado la presencia o irrupción en mi entorno de una de ellas-, a aproximarme e intentar convencerla que puedo representar una opción interesante para su divertimento. Y aquella tarde noche, volvió a suceder, mi facilidad innata para detectar una de esas maravillas de la naturaleza, me la señaló y no me corté un pelo en acercarme sin miedo al posible rechazo, que en realidad es lo único que hace que eventualmente me perciba más nervioso de lo habitual, que normalmente es: nada.

Soy relaciones públicas de una gran firma de moda y actualmente también me responsabilizo de las redes sociales de esa marca y por ello tengo gran facilidad para dominar cualquier situación con absoluto control, también lo hago con la mayoría de personas que se cruzan en mi camino: profesional y personal. Y no me considero engreído ni mucho menos estúpido ni utilizo la falsa modestia como creo lo hace la mayoría, por ello me permito definirme como apuesto varón de treinta y tres años. Pero vayamos a lo esencial. Mi amigo Fede, un ejecutivo publicitario de éxito, me había invitado al cóctel de presentación de una nueva firma de joyería para gente con alta capacidad económica y allí, en medio de tantos creídos y suficientes, la vi por primera vez.
Como he mencionado suele ser mi costumbre y debilidad, me acerqué hasta ella y le ofrecí mi compañía, alargándole mi mano al tiempo que le indicaba mi nombre. Ella me miró entre displicente y curiosa, -ya sé, extraña mezcla, pero eso me pareció- y me soltó una frase que no venía a cuento.
-Tendrás que pagar un alto precio.
-Vaya… –exclamé, sin que pudiera proseguir, pues tomó la iniciativa para indicarme concisa: –no te equivoques. Rechaza lo que estás pensando.
-Así, ¿no?... –se me ocurrió insinuar sin demasiada determinación, no fuera a joderla de nuevo.
-No.
-Pues mil disculpas –me sentí forzado a expresar, esperando caerle simpático.
-Lo estás, pero no olvides lo del alto precio… Es por tu propio bien –.
No lo dudé, aquella forma de aceptar mi compañía me empujó a aclararle: –me pareces muy críptica.
-¿Ah sí? –. Al mismo tiempo que seguía mostrándose enigmática saludó a alguien que pasó por nuestro lado. Lo hizo con elegancia, la misma con la que vestía.
-Sí –le respondí esperando que se mostrara más abierta.
-Y claro, eso te gusta y te atrae y sientes curiosidad.
-Pues…
De nuevo se apropió de la iniciativa.
-No tengas reparo en admitirlo. Pero de todos modos, por hoy ya está bien. Llámame mañana…  –y coreó con rapidez y en voz alta su número, obligándome a memorizarlo con inesperada premura, para a continuación alejarse añadiendo mientras se apartaba –… y veré qué te propongo.
No me permitió detenerla ni yo me sentí capacitado para intentarlo. Pensé y estuve por decirme a mi mismo en voz alta y de inmediato en: –además de bella e inteligente, propietaria de unas piernas interminables, un cuerpo de ensueño y poseedora de una personalidad determinante, vaya, una verdadera mina.   
La seguí con la mirada mientras me vino a la mente por primera vez en mi vida el término: mujer diosa y me habría quedado absorto en su cuerpo sino hubiera aparecido Fede para liberarme de aquel extraño  magnetismo: –cuidado Arturo, puede ser un mal bicho.
No dejé pasar la oportunidad de interrogarlo y él se prestó, -solamente en cierta medida-, a responder mis preguntas. Su nombre, Patricia, treinta y un años, crítica de arte y editora de una revista muy exclusivista. Su relación, habían follado un par de veces en el pasado, en realidad admitió, ella se lo había follado a él, hacía mucho tiempo, luego permitió que fueran amigos y esa leal relación de amistad era lo que facilitaba que Fede reuniera en sus presentaciones a gente del más alto nivel social y económico. Ella, Patricia, lo ayudaba sin pedirle nada a cambio. No siempre asistía a esas recepciones y cuando lo hacía, solía desaparecer pronto, más o menos como aquella tarde noche. Su espectacularidad prosiguió Fede, “la basa en su inteligencia y en esos ojos que te descarnan en cuanto te mira y si además te sonríe, -como sólo ella sabe hacerlo-, devienes suyo para siempre. Da igual lo que vista o con lo que se adorne, aunque suele hacerlo con lo más exclusivo y elitista y por tanto lo más caro. Por tanto Arturo, mucho tiento”.
No compartí con mi amigo, -que con teutónica precisión había descrito-, lo que me había sucedido. Le cuestioné: “¿y cómo lo soluciono?” Él me dejó todavía más interesado en rendirme a los encantos de aquella  hermosa crítica cuando me respondió: “alejándote y olvidándote de ella y sus hechizos de diosa”.
Opté por no enfrentarme ni confrontar su opinión, di la callada por respuesta y me deslicé hacía otro corrillo de gente atractiva. Creo que él no dejó de pensar que me acababa de convertir en la nueva víctima de su apreciada amiga a la que había calificado como diosa, el mismo término que había irrumpido en mi mente segundos antes.

A la mañana siguiente, tras pasar una noche casi en vela, imaginándome que la tenía a mi lado y simulando toda clase de argucias dialécticas para hacer mía aquella invisible presencia, la llamé a las diez de la mañana, tal y como me había…¿ordenado?, sí, ordenado, no me importa reconocerlo, que narices. Tardó en aparecer, de hecho no lo hizo hasta repetir la llamada. Su voz me pareció lo más lindo que he escuchado nunca a las diez de la mañana.
-Sí.
-Soy Arturo.
-Lo sé. ¿Qué quieres? – ¿No recordaba su propia orden?  
-Me dijiste que te llamara.
-…
-¿Te he molestado?
Tras un segundo que me pareció eterno, respondió con una pregunta.
-¿Te apetece acompañarme esta tarde al cine?
No esperó mi respuesta, añadió, antes de cortar con un lacónico “hasta luego”, “te espero a las cinco”.

Faltaban cinco minutos cuando llamé a su móvil. Su dirección me había llegado a través de un sms minutos después de haber concluido la primera y escueta comunicación. Me respondió con una sola palabra: “espérame”. Y naturalmente que la esperé, casi treinta minutos sin atreverme a volverla a llamar. Estuve tentado de hacerlo en varias ocasiones, pero no sé aclarar por qué no lo hice y debo confesar que si algo odio en este mundo, es esperar. Soy impaciente por naturaleza y aún hoy no comprendo el motivo de haber traicionado mis arraigadas convicciones, pero lo hice, algo que olvidé tan pronto salió del umbral de aquella escalera. Joder, qué mujer. Espléndida es poco, pero si además se disculpa siempre con una sonrisa como la que me dedicó, no tuve ni cualquier otro tendrá otra opción que borrar del cerebro la mala leche que como en mi caso había producido la larga espera.
Fui a darle dos besos y no los rechazó, un detalle que interpreté como esperanzador, aunque he de reconocerlo, no se disculpó por la tardanza. No le di importancia. Fue de inmediato que me indicó: “ahora vamos a una cita. ¿Tienes el coche cerca?”
Naturalmente que lo tenía cerca, justo al lado. Se acomodó y yo como alelado no supe interferir en su nueva demostración de determinación aplicada a situaciones varias.
Cuando le pregunté dónde íbamos, tampoco me atreví a señalarle que había adquirido entradas para la película que acababan de estrenar y que estaba en boca de todo el mundo y que podíamos, si nos demorábamos en esa inesperada cita, llegar tarde. Había querido sorprenderla pero al parecer, ella había pensado lo mismo.
Me indicó entonces dónde debía dirigirme y durante el trayecto ni ella habló ni a mí me socorrió mi proverbial capacidad de presentarme  ocurrente. Se me venían a la mente infinidad de propuestas, pero de inmediato las rechazaba, esperando encontrar aquella que considerara más adecuada para interesarla y no parecer: absurdo, engreído, inoportuno, trivial, creído, estúpido, simple, chistoso, advenedizo, supermotivado, rijoso, listillo, patético, etcétera, etcétera, de modo que no abrí boca hasta que me indicó dónde podía aparcar el coche. Lo hice y como siempre procuro hacer con todas las damas, me apresuré a abrirle su puerta. Supuse que le gustó el detalle, pues de nuevo su magnética sonrisa me lo hice creer.
Y de ese modo, caminando ni muy veloces ni muy lentos hasta una cafetería de moda, llegamos hasta la mesa en la que esperaba su cita. Me la presentó: Lucía, una amiga. Nos regalamos dos besos y ambas se sentaron. Mi sorpresa fue mayúscula cuando al hacerlo yo, me dijo muy seria: – ¿qué haces?
No supe qué contestar hasta que, sin dejar de observar como su amiga sonreía levemente, diría que en tono de burla reprimida, se me ocurrió indicar: – ¿os dejo solas?
De nuevo me observó como si estuviera fijando su atención en un dependiente estúpido para a continuación señalarme claramente: –en absoluto. Quédate en pie y escucha atentamente, que luego igual te pregunto.
Sinceramente os digo que estuve en un tris de abofetearla allí mismo al tiempo de cagarme en su estirpe y en ella misma, pero no pude, ni actuar con la violencia necesaria para salvaguardar mi dignidad y tampoco para desaparecer para siempre de la vista de aquella cruel a la vez que extraordinariamente bella y cautivadora criatura. Me quedé como paralizado, bullendo en mi mente una ingente cantidad de pensamientos, la mayoría inconexos y contradictorios y que era incapaz de ordenar, a pesar de proponérmelo. Aquel terremoto de sensaciones convulsionaban en mi cabeza provocándome una migraña extraña que por momentos interpreté como el preámbulo a un inevitable ataque…epiléptico. Sin embargo no sucedió nada que pudiera alarmar a los presentes en aquella cafetería, simplemente la pareja de ancianos que tomaba té justo al lado de donde Patricia y Lucía departían sin mostrar atención alguna por el estúpido que estaba observando y escuchando su trivial y en ocasiones subida de tono conversación, parecieron cerciorarse de que asistían en primer fila a un suceso de lo más llamativo y singular. No dejaron de observarme y percibí en sus miradas, -que en ocasiones distraían mi atención de aplicado subalterno-, una lástima hiriente en la mujer y un desprecio absoluto en el hombre. Me posicioné con él, pues era lo más adecuado, sentir desprecio por alguien tan obediente como un gusano vestido con un impecable traje de tres mil euros.
Cuando se dieron por satisfechas y yo comenzaba a sentir el dolor de mi inmovilidad física y mi desbaratada convulsión mental, Patricia se levantó y sin intercambiar ningún beso con su amiga, me hizo una seña con sus dedos para que la siguiera. Hubiera tenido que golpearla con mi puño aplicándole mi mejor golpe de derecha, lo sé, pero en cambio la seguí como si fuera su perrito faldero, pero sin ladrar como suelen hacerlo los consentidos chuchos. Patricia no me dio tiempo, ni tampoco Lucía hizo nada por evitarlo, para despedirme. Al salir a la calle, se volvió hacía mí y me dio un beso cálido en los labios. Entendí que era mi recompensa y por un instante se me ocurrió pensar, -pobre estúpido-, que aquel gesto era solamente el preámbulo de lo que sería una memorable compensación. Me sentí confirmado cuando dijo: –y ahora, a disfrutar del séptimo arte. ¿Tienes hecha tu elección?  
La tenía hecha, pero no le gustó e incluso decidió que nos dirigiéramos a otra sala distinta de la seleccionada a priori por mí, es decir, mi sorpresa y las entradas, a la basura, por no decir a la mierda. Más tarde, comprendí el motivo.

En el cine y acompañados de la película de su elección, me permitió que le acariciara la mano, levemente, como lo suelen hacer los adolescentes o supongo lo hacían. Me conmovió y ayudó a que saliera de allí con un dolor de huevos natural en estos casos, aunque previamente a finalizar el filme y cuando más dolorida tenía mi parte más íntima, se le ocurrió que tenía que hacer algo por ella. Pensé obviamente, en lo que cualquier hombre a punto de estallar hubiera pensado, pero se trataba de otro asunto.
-Ve al servicio y vuelve con tus calzoncillos en la mano.
-¿Qué?
-No te hagas el distraído. Me has entendido perfectamente. Y date prisa. Hazlo antes de que finalice la película y todos puedan verte con ellos y mojados en las manos.
Joder con la tía cabrona, pensé al tiempo que apostillaba dejándome de nuevo perplejo: –y no pienses de mí lo que estás pensando, que luego verás porque quiero que hagas eso.
Y tanto que lo vi. Al regresar, tras de nuevo molestar al resto de la fila, ronroneando su malestar sin cortarse lo más mínimo un par de señoras ancianas, me volvió a recibir con un nuevo beso en los labios, cálido, diría que de enamorada y me volvió a ofrecer su suave mano. Tomó los calzoncillos y cuando ya nos levantábamos para salir me susurró con tanta dulzura que casi me caigo: –ahora, póntelos en el bolsillo derecho de la chaqueta, pero procura que asomen.
Hija de puta.
-Y deja de pensar esas cosas tan feas, cariño.
Queréis creeros que incluso consiguió que de inmediato dejara de pensar esas cosas tan feas. Pues sí, lo consiguió.  
Ya en el exterior, después de ser observado con cierta malsana curiosidad por la mayoría de personas que caminaban a nuestro lado e incluso oír algunos comentarios jocosos o despreciativos, cuando estábamos a pocos pasos del parking en el que habíamos dejado el coche, recibió una llamada. Aproveché mientras la atendía sin mostrar ninguna cortesía por su acompañante, es decir yo, Arturo, esconder por fin mis calzoncillos en el bolsillo de la chaqueta. Creo que se dio cuenta, pero ella siguió a lo suyo, e incluso me permitió oír algunas de sus concisas respuestas, básicamente: “sí” y “de acuerdo” y sobre todo, muchas y apreciables risas. Cuando cortó la comunicación, su declaración me dejó de nuevo estupefacto.
-Mira Arturo. Tengo ganas de follar.
Realmente mis huevos comenzaron a bailar samba en su bolsa escrotal, sólo hasta que añadió.
-Por tanto acompáñame a casa de Ahmed y si no te importa, me esperas en el coche a que eche el par de polvos. Luego me acompañas a casa. Presumo que estaré agotada.
En aquel momento, en que había oído perfectamente su plan de viaje para las siguientes horas, mis huevos dejaron de bailar deseando ser utilizados allí mismo para hacer una tortilla, pero de las que nacen tras pasarlas por la sartén. Por fortuna, si es que a lo que me estaba sucediendo se la puede calificar como tal, no me dio tiempo ni opción a reaccionar, me tomó del brazo como si fuera mi esposa y me arrastró, -sin forzar demasiado, lo reconozco-, hasta el vehículo. Cumplí como un cabronazo y cuando al cabo de tres horas, de machacarme, no la polla, pues me lo había dejado bien clarito cuando me secuestró las llaves del coche, que no lo gustan los pajilleros, la vi aparecer, no me pareció satisfecha, ya que con una agresividad impropia de quien acaba de echar dos polvos satisfactorios, me espetó: –no quiero oírte en toda la noche. Había estado las tres horas encerrado en el coche, esperando el momento de su llegada para primero ahogarla y a continuación…, hasta aquí no había conseguido llegar en mi turbulenta espera.

Al arrancar el motor, triste incluso por verla tan cabreada, fue cuando comencé a tener conciencia de qué iba aquello de pagar un alto precio y por fin capté que querían decir, ella y más tarde Fede, con sus respectivas advertencias. Me vino entonces a la cabeza eso del sadomasoquismo, del que tanto había oído hablar en los últimos tiempos y por lo que en cierta medida me había interesado como una curiosidad más del momento en que vivimos. El tono imperativo que en todo instante había utilizado desde que nos conocimos, hubiera tenido que tomármelo como una premonición para evitar ser atraído con la intensidad con que lo había sido sin dilación, pero no supe interpretarlo o puede que me faltara experiencia en ese mundo alternativo del BDSM. Error que poco a poco ha ido convirtiéndose en…
Al llegar frente a su portal, me tocó animarla, no porque ella me lo  exigiera, sino porque me salió del alma. Hoy, cuando echo la vista atrás, sigo confirmándome que en aquel momento, ya no me pertenecía, el alma, bueno, en realidad tampoco el cuerpo.


ARTURO ROCA  ®

2 comentarios:

  1. acabo de leer este primer capítulo y la verdad, me he quedado emboba@. Esta tarde me envian el libro y estoy ansios@ de poder abrirlo.

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