Mi sumisa, es una vampira.
VIII
-¿Quién era esa rubia despampanante?
–me lanzó una excitada Patricia.
> ¿No pensarás en sustituirme?
–agregó sin ocultar su enfado.
> Porque no estoy dispuesta a ser
un juguete en tus manos. No olvides que el poco o mucho éxito logrado, me lo
debes.
Sin abrir la boca y sin mostrarle
desacuerdo ni certeza se estaba regodeando conmigo y a su lado, en actitud
pasiva, incluso sometida, mis dos nuevas sumisas.
Me pareció justo intervenir para cuanto
menos paliar en parte mi maltratada dignidad de…
-Tranquila Patricia. Como tú hasta
hoy, no tengo a ninguna y además, ya sabes que quiero concluir la segunda parte
de tu historia.
Mi intervención le pareció adecuada,
por lo que…
-Mira, he pensado que quizá sería
bueno darles cabida a esa gente.
-¿Esa gente? –me atreví a cuestionar.
-Sí hombre, los vampiros, pero de
vampiras, las menos, ya sabes que soy celosa como nadie aunque te empeñes en
disfrazarme de mujer liberal a la que nada le afecta y además, fría como el témpano.
Jamás pensé en Patricia como una mujer
celosa aunque sí muy posesiva de sus pertenencias aunque no necesitara
demostrarlo ni en los peores momentos de la historia en la que le di vida.
-¿Te gustaría realmente compartir
protagonismo con esos…personajes? –se me ocurrió preguntarle, procurando que
creyera con mi tono que no daba crédito a su capricho.
Se acercó entonces Boscano sin que lo
advirtiéramos, ni ella ni yo mismo. Llegó acompañado de la Reina Amanda. No se cortaron en
intermediar de inmediato.
-La Reina tiene interés en comentarte algo –me
refirió el personaje rosáceo.
-Así es, escritor –complementó ella.
-Pues diga usted, excelencia.
No sabía a ciencia cierta como debe
ser tratada una supuesta reina de vampiros y vampiras, por lo que opté por el
término que me vino primero a la mente.
-Majestad –me corrigió de inmediato el
rosáceo.
-Da igual, la cortesía y modales no
parecen ser innatos en él –refirió sin acritud la Reina dirigiéndose a
Boscano.
-Lo primero… –prosiguió Amanda
–…aléjate de Alfano. Puede ser temible si se le pone entre ceja y ceja
sorberte.
Recordé que me lo había propuesto
minutos antes.
-Trae muchas ventajas el que te lo
hagan, pero debes estar seguro antes de acceder a ello. Podría no ser de tu
agrado lo que ello significaría en tu eternidad.
Joder me vino a la cabeza. El término
eternidad siempre me ha preocupado, incluso lo he temido.
De nuevo el pensar volvió a darles
ventaja a esos seres que algunos señalan como del inframundo.
-Lo sé, escritor, de hecho, también lo
sabe la princesa Alfano. No temes morir. En realidad lo aceptas como el mal
menor o quizá superior para poder abandonar este valle de lágrimas cuando el
cuerpo y sobre todo el alma, está cansada, hastiada incluso.
Se tomó un respiro, supuse que para que
yo asimilara aquel concepto tan clarividente que de nuevo intuí, solo me
afectaba a mi, puesto que ni la
Reina , ni el rosáceo, ni mis dos sumisas, esperaban a la Parca en los siguientes
infinitos siglos y por ende, tampoco Patricia Tregnant, mi protagonista de
novela, que a fuerza de manipularme podía lograr que tras una segunda parte
siguiera con las múltiples entregas de su vida ficcionada y como final, añadir
la mágica frase de: “y vivió una eterna eternidad”, para que se quedara
tranquila y sobre todo, satisfecha.
Se me vino entonces a la mente,
preguntarle a la Reina :
– ¿soy el único mortal esta noche entre ustedes?
Una sonora y también estridente
carcajada pareció elevarse por encima de la música que estaba sonando en aquel
instante, un funky eléctrico que lograba convulsionar hasta los más ancianos
vampiros y vampiras.
No supe entender a qué venía aquella
reacción por lo que tuvo que aclarármela el que parecía ser secretario de la Reina , tan rosáceo como el
colorete que cubría el gélido rostro de la Dama.
Fue en aquel instante que reapareció
la princesa Alfano, del brazo de un joven moreno que realmente podía haber
pasado por modelo de las mejores pasarelas de Nueva York o Milán, Londres o
París. Un verdadero tipazo y de una elegancia supina, enfundando aquel
vertiginoso cuerpo de revista. ¿Y qué decir del perfil apolíneo? Quise evitarlo
para no ser prejuzgado, pero no logré desprenderme de ese pensamiento tan
prístino: “cabrón, cómo me habría gustado ser tú”.
Prejuzgué que lo habría leído, al
igual que me leían todos mis pensamientos, por nimios que fueran, ya que el
Adonis se acercó sonriendo y dirigiendo su expresión, básicamente a mí, quizá
para regodearse de que lo envidiara tanto un ser tan justito de belleza
masculina.
-Vaya, mi amada princesa –manifestó
entonces la Reina ,
aprovechando el señalamiento para darle dos besos en los labios a Alfano. Ésta
no los rechazó sino que los aceptó con efusivo apasionamiento, tanto que mi
organismo más íntimo pareció querer reaccionar, para con toda seguridad indicar
que aquella escena era digna de ser gozada de distintas maneras.
Cuando se apartaron aquel par de
labios tan seductores, la princesa refirió: – ¿ya te ha comentado mi amada
Reina, cuál va a ser tu papel entre nosotras, las Dueñas de la vida y de la
muerte?
Recordé entonces aun y a pesar de
intentar reprimirme, que sí, que los vampiros podían sumir en una muerte
definitiva a los seres humanos o eso señalaban los libros y películas que los
tenían por protagonistas. Me estremecí, ya que no esperaba que mi hora final
llegara gracias a alguien tan deseable como aquellas dos Damas que al parecer
poseían sangre azul a pesar de que su alimento favorito y único era la de color
rojo.
-Pues bien Arturo. Queremos dos cosas
de ti. Y damos por hecho que las puedes realizar y que además, no te vas a
negar en obsequiárnoslas.
Me hizo pensar ese término en mi
desgracia de los últimos años. Sin duda, fueran cuales fueran esas cosas, no
pensaban pagarme por ellas, por tanto, de nuevo sin un chavo en el bolsillo y
la cuenta corriente del banco, rojiza como la sangre que a esas Damas parecía
alimentarlas en pos de mantener y disfrutar de sus prebendas aristocráticas,
aunque no heredadas según dicen todos los monarcas pasados presentes y futuros,
por la gracia de Dios y ya sabéis, cada cuál haciendo referencia a su
particular Deidad.
Miré a Patricia, que parecía estar más
interesada que yo mismo en las peticiones que en un segundo iban a cambiar por
completo mi vida.
Ella entonces también me observó, pero
encadenada por algún maleficio, sin duda obra del poder de mis anfitrionas, se
mantuvo inerme, expectante pero en silencio, algo poco o mejor, nada usual en
ella.
-No te impediremos morir, de ningún
modo, pero como contrapartida por nuestra bondad vampiril, tendrás que ser
nuestro escritor de cabecera. Es decir, te pondrás a nuestro servicio para
narrar nuestras hazañas, nuestros anhelos, nuestras vidas, en definitiva, –lo
que nos salga del coño –lanzó la
Reina intentando complementar la perorata que acababa de
soltar la princesa Alfano.
Me sentí presa y preso, todo a la vez,
de aquellas mujeres y sus apetencias, y de pronto me imaginé apresado, es
decir, preso, en aquella ermita y su cementerio, rogando para que mi hora final
llegara y procurando que mis ruegos no fueran descubiertos por ellas o por alguno
de sus secuaces que con todo probabilidad leerían constantemente mi cerebro
para irles con el chivatazo a la
Reina o a la
Princesa.
Miré entonces a Patricia, esperando
que fuera un personaje de ficción el que me sacara de aquel entramado que daba
ya por hecho, era un verdadero atolladero, pero de nuevo fue la princesa la que
tomó las riendas de mi desesperación.
-Y no desesperes, escritor. No va a
ser tan mala tu existencia. Porque de hecho, y eso sí que es un secreto que
bajo ningún concepto debes revelar, nosotras, las vampiras, mucho más que
ellos, poseemos la capacidad de reencarnarnos a nuestro gusto y deseo, en
humanas, es decir, en seres humanos que podemos ir y venir por el tiempo y la
historia a nuestro antojo.
Creo que me quedé petrificado, algo
parecido a lo que le ocurrió al santo varón Job en el Antiguo Testamento. Fue
entonces la Reina
la que me volvió a la realidad, la extraña, desconcertante, pavorosa realidad.
-Pero no alimentes ese miedo que te
está atenazando y ya casi te tiene conquistado. Tu vida se realzará, pues con
nuestra ayuda y antojos, llegarás a la cúspide. Puede que entonces cambies por
completo de opinión, escritor.
No lograba, a pesar de taladrarme el
cerebro, entender a qué se estaba refiriendo. De nuevo me lo aclaró la princesa.
-Se refiere la Reina , a tu muerte. Quizá ya
no la veas como solución a la decrepitud propia del cuerpo y mente. Ya sabes,
la codicia de los humanos cuando gozan del poder de vivir por encima de los
demás, de la posibilidad de lograr todo aquello que en algún momento han
ambicionado, porque aunque no te lo creas, el éxito hará de ti un ser, quizá
incluso despreciable. Pero no te asustes, a tu lado estaremos nosotras para
remediarlo y siempre podrás suplicarnos sin mesura alguna, que te convirtamos en
uno más de los nuestros, pero recuerda, aunque te tengamos respeto, incluso
admiración, si nos lo ruegas, lo haremos, pero nunca con el mismo poder que poseemos
las vampiras por encima de los vampiros macho, heredado de la gran Emperatriz
Lilith.
Le rogué entonces a alguien, aunque solo
con el pensamiento, pues sabía de antemano que todos los allí presentes,
incluso Patricia, sabrían leerme la mente, que me pellizcara, y que lo hiciera
con dureza, con suficiente fuerza para que sintiera dolor del bueno, es decir,
ese que logra que los masoquistas se corran. Esperaba no hacerlo, correrme, no
fueran a creer las bellas Damas, algunas Dominantes y otras sumisas con
tendencia a convertirse en mis esclavas, que ya les estaba suplicando engrosar
su mundo, como uno más.
(Continuara…)
Arturo Roca
(21/10/2016)