viernes, 29 de julio de 2016

MA PETITE CHIENNE - II

CHIENNE DAISY


Nos dirigimos hacia el hotel junto a la estación. Había reservado una habitación en la que llevaría a cabo las primeras acciones sobre el cuerpo y mente de mi esclava. Hasta allí fui yo el que arrastró el roller con su ropa, la que había preparado para el fin de semana, según le había indicado. No es lo habitual ya que una esclava es la que debe arrastrar las maletas y no el Amo, pero la percibía tan frágil que no quise agobiarla más, por lo que hasta el hotel la llevé casi en volandas con mi brazo en su cintura y el izquierdo sujetando su equipaje.
Di por sentado que me lo agradecía a pesar de que no abrió la boca hasta llegar al ascensor. Fue entonces, mientras ascendíamos a la segunda planta que se arrodilló frente a mí para besar mis zapatos. Me hizo sonreír aquel gesto tan atrevido. Lo interpreté como una forma de liberarse de parte de la tensión más que de mostrarme su devoción.
-Levanta esclava –le indiqué antes de que se abriera la puerta y alguna de las empleadas del hotel, -la mayoría de color-, pudieran observar aquel acto de plena sumisión pero que bien podía entenderse como una extravagancia de dos amantes ardorosos.
Penetramos en la habitación y no esperé nada en indicarle que se desnudara.
Lo estaba esperando. Mientras lo hacía y sentado yo frente a ella en la butaca en la que más tarde la sujetaría por los brazos y piernas, observé ese cuerpo precioso que ante mí se estaba ofreciendo. Quise en aquel instante reconocerle su vestimenta.
-La ropa que has elegido para presentarte ante mí, te sienta de maravilla. Sin duda tienes buen gusto, esclava.
Di por sentado que aquellas palabras de halago le otorgaban confianza, por lo que se atrevió, y muy sensualmente en el tono de voz.
-Usted me ayuda en todo Amo, también a saber elegir.
-¿Por eso me has elegido?
-No diga eso Amo, Usted me ha elegido a mi y nunca podré dar suficientes gracias a la providencia por haberlo puesto en mi camino –tras lo que volvió, -esta vez ya sólo con el sujetador, pues había llegado a la cita sin las bragas, tal y como le había dejado claro-, a arrojarse a mis pies, para descalzarme y a continuación besarlos, con fruición, como una perra feliz de haber reencontrado a su Dueño.
-Eres demasiado impulsiva y también atrevida –le señalé, tras lo que retiré los pies de su boca, labios y lengua.
-Sigue desnudándote, que quiero pinzarte los pezones, perra.
Presta se despojó del sujetador para ofrecerme la maravilla de sus senos.
-Posición uno, perra.
Se situó a la perfección en aquella postura que semanas antes le había referido para que ejecutara cuando a mi me apeteciera.
Entonces me levanté y de mi maletín obtuve dos pinzas. Se las mostré. Advertí que su sexo goteaba. Estaba realmente excitada, incitada a derramarse en cuanto la autorizara aunque en aquel instante pensé que quizá no sería capaz de contenerse hasta escuchar mi permiso.
Me acerqué y tomé su rostro por la barbilla. La expresión que compuso era clara, estaba a punto de correrse. Un ligero guiño por mi parte, en forma de una caricia, una sonrisa, una palabra, hubiera sido suficiente para que comenzara a jadear a vibrar a convulsionarse a enloquecer de placer pues tal era el estado de excitación de mi perra. No lo dudé, en cuanto le pinzara esos bellos pezones, se derramaría. No me abstuve y de ese modo orgasmó por primera vez en mi presencia, de forma compulsiva, a pesar de que percibí que le hacían daño las pinzas, pues era la primera vez que alguien estrujaba aquellos endurecidos pezones con unas propias de bdsm.
Tuve de nuevo que acogerla en mis brazos de tanto ardor que despertó en ella aquel inesperado e incontrolado orgasmo. La abracé, y con mi gesto quise ofrecerle mi claro deseo de cariño hacía ella, mi absoluta propiedad. Le estaba obsequiando una ternura que a partir de aquel momento iría acompañada en todo momento del equilibrio adecuado entre placer y dolor, entre caricias y azotes, entre hermosas palabras y vocablos humillantes, puede incluso que soeces.
Temblaba todavía cuando me separé de ella.
-Sígueme, ma chienne daisy.
Me dirigí al baño y tras penetrar ella, a cuatro patas y todavía temblorosa por la intensidad de su corrida, le indiqué el bidet.
Se sentó en él, con las piernas separadas. Tomé sus manos y se las coloqué sobre la cabeza, en su nuca. Su expresión en aquel instante comenzaba a demudar, de placer incontestable iba cambiando a ligeras muestras de dolor, sin duda las pinzas.
-Ahora volverás a correrte, pero no a tu antojo, perra, sino a medida que tu Dueño te lleve al paraíso. ¿Lo has entendido, ma petite chienne?
Fue a expresarse pero le cerré los labios colocándole un dedo sobre ellos. Lo lamió y estuvo a punto de atraparlo entre sus cálidos labios para sin duda expresarme que su boca está hecha para lamer cualquier apéndice de mi cuerpo. La frené con un: –hazlo ladrando, perra.
-Guauu, guauu, guauu –respondió, a lo que tuve que indicarle. –Detente, perra.  
Entonces una sonrisa de agradecimiento y felicidad borró aquella anterior imagen de dolor.
No esperé más, comencé a acariciarla, primero el sexo, completamente depilado, y lo hice con mucha suavidad, y así llegué poco a poco y como si trepara para alcanzar una difícil cima, hasta su endurecido clítoris. Lo sujeté con fuerza y lo pellizqué, lo que hizo que exclamara un leve sonido de gata encelada.
Sonreí su reacción. Por aquel entonces mi polla ya estaba endurecida, presta a inundar cualquiera de sus agujeros y apoderarme de todos sus ardores.
Proseguí el juego en su sexo al tiempo que liberaba su pezón izquierdo de la pinza para poder comenzar a lamerlo, a chupetearlo, a mordisquearlo. No parecía que pudiera soportar tanto placer por lo que tuve que apartarme un instante de tan sabrosa zona de su cuerpo para casi gritarle.
-Todavía no, perra, espera a mi permiso.
-Ayyyy –se le escapó a la muy puta. No me quedó otra opción para intentar paliar aquel ardor que iba a concluir sin duda en otro clamoroso orgasmo, que estrujarle el pezón, con firmeza. Lanzó entonces otro tipo de ay. Uno que se ajustaba más a las exclamaciones dolorosas que a las placenteras. Regresé entonces mi lengua a su pezón. Ya no logró evitarlo. Sentir sobre su dolorido pezón la lengua del que ya daba por hecho, era su Señor, su Dueño, su Propietario, significó que no pudiera controlarse.
-¡Dios mío! ¡Que placer Amo! ¡Que felicidad Dueño! ¡Dios mío! ¡Azóteme por ser tan puta y tan viciosa de Usted Amo!
Pocas veces en mi larga experiencia he tenido entre mis manos a una sumisa tan entregada y sincera como aquella perra que había bautizado daisy. Realmente era capaz mientras alcanzaba la cima de los más bellos orgasmos, de declamar todas aquellas frases en las que intentaba expresar el envolvente sentimiento de pertenencia que la estaba dominando, invadiendo, conquistando. Se sentía sin duda, mía y quería serlo, por mucho tiempo, prolongando ese estado de pertenencia durante horas, días, meses. Era lo que me manifestaba todo su cuerpo, su mirada, -a pesar de que tenía los ojos cerrados en aquel momento-, su sudor, su olor, su morderse el labio para indicar que estaba inmersa en uno de los estadios más poderosos de entrega.
Cuando comencé a lavarle el coño, primero sólo con agua tibia y luego con un jabón líquido especial, casi se desmaya. Tuvo que apoyarse en la pared y cuando iba a intentar sujetarse en el bidet, le indiqué que los brazos debían seguir en la primigenia posición. Obedeció, pero todo su cuerpo, fundamentalmente sus piernas, temblequeaban, presas desde luego del desgaste que aquellos dos orgasmos tan seguidos e intensos le habían producido.
Comenzó entonces una especie de letanía que pensé no sería capaz de detener con nada.
-Amo, Amo, Amo, Amo, Amo…
-Lo sé, esclava, me amas como a tu Amo, como a tu Dios, como al ser que te encumbra a lo más alto. Pero no lo olvides, deberás ganarte el privilegio de que te atienda y te cuide y te proteja y te quiera, cada segundo de tu vida, esclava. ¿Estás dispuesta a hacerlo? ¿Te sientes con fuerza suficiente y sobre todo deseo de luchar contra todo para que jamás te abandone?
-Sí Amo, lo estoy y con su ayuda, nadie podrá apartarme de Usted, ni físicamente ni sobre todo en mi mente y corazón.
Pensé que lo apropiado tras secarle el sexo con dulzura propia de caballero, sería permitirle que se acomodara sobre la cama, para que con el frágil sueño que experimentó lograra en cierta medida recomponerse de tanta intensa entrega. Demasiadas emociones en poco más de una hora y el fin de semana, -tenía yo previsto-, iba a ser largo y prolijo en situaciones nuevas para mi perra y por tanto debía ofrecerle la adecuada dosificación de esfuerzos.
Me lo agradeció con su expresión mientras dormitaba y soñaba, probablemente rememorando lo vivido hasta entonces. Su rostro era la perfecta imagen de la más pura felicidad. Me gustó que se sintiera de aquel modo tan placentero en el que el bienestar era lo que resaltaba en ella. Estaba aferrada a mi cuerpo, sujetándolo con firmeza a pesar de dormitar, como si quisiera darme a entender que sin él, ya no se sentía capaz de seguir viviendo.

Arturo Roca ® 

MA PETITE CHIENNE

CHIENNE DAISY

Hacia varias semanas que la estaba educando a través del correo electrónico y sinceramente, tenía deseos de que nos conociéramos en persona y comprobar si todo lo que me manifestaba era cierto. Si ese afán por ser mi perra esclava no era una fantasía de esas que mientras no te afectan en lo real logran que goces momentos inenarrables de perversión y morbosidad que te ayudan a disfrutar de orgasmos especiales, a veces incluso únicos. Por tanto la cité en la cafetería de la estación del Sur, aquel viernes al atardecer en que había arribado a Valencia horas antes, el tiempo suficiente para dirigirme a “Nous sommes femmes” y comprobar que realmente trabaja en esa tienda. La observé durante pocos minutos, los necesarios para asumir que se trata de un ejemplar de hembra al que podía sacarle un enorme jugo como esclava, pues posee todos los atributos para convertirla en una perra apreciable y sin duda útil, a mi y sobre todo a sus afanes, -si eran sinceros-, de vivir como esclava sometida a los caprichos de un Amo que supiera sacar de ella lo más profundo y verdadero de su alma sumisa.

La percibí, los pocos minutos que la estuve observando, nerviosa, prueba irrefutable que temía lo que se encontraría horas más tarde, cuando cumpliera con mi mandato, esperarme en una mesa de la terraza de aquella cafetería de la estación, a las nueve en punto. Yo, expresamente, me retrasaría, para alterar todavía más su ansiedad.
Por fin me acerqué a las nueve y quince minutos. No quise demorarme más, hubiera podido causarle un nivel de nerviosismo que más tarde la habría afectado de forma inadecuada en el resto de pruebas a que iba a someterla.
Me senté en la mesa y mi presentación fue la idónea.
-Buenas noches, ma chienne daisy.
Se alteró al instante. Creo que por haber oído de mi profunda voz aquel nombre con el que la había bautizado días antes y por conocer por fin al que según confesaba por la red, era su Dueño, el Amo al que estaba dispuesta a entregarse y servir.
-Tranquila, ma petite chienne.
Opté en esta segunda frase, por no utilizar el término perra. Preferí hacerlo en francés, mi lengua fetiche. La primera vez ya la había oído una pareja de mujeres de más de cuarenta que a partir de aquel instante no dejarían de curiosear en dirección a mi perra.
Ella, alterada, -lo tuve claro-, casi a punto de estallar. Creí necesario entonces, tranquilizarla, totalmente. El mejor modo, ofreciéndole mi mano. Se agarró a ella como si estuviera a punto de caer por un precipicio y esa fornida mano fuera el único sostén que podía impedir desapareciera en el fondo del agujero negro y oscuro que debía suponer para ella el estar ante su Dueño en presencia de seres anónimos pero que fijaban su atención en ambos, aunque con más detalle en ella.
Cuando interpreté que comenzaba a sentirse más segura, hice un gesto a la camarera. Se acercó rauda, como si estuviera esperando mi llamada.
-¿Sí?
-Trae un cortado y ¿para ti?
No sabía qué pedir. Como si la voz le hubiera desaparecido de pronto, se mantuvo en silencio.
-Para ella, un coñac.
Era una petición inusual y la expresión de la camarera me lo dio a entender, pero no rectifiqué, mi perra iba a necesitarlo en cuanto la llevara al punto de estupefacción al que tenía pensado acompañarla.
-Esta tarde te he estado observando –le indiqué.
De nuevo pareció alterarse.
-Pero serénate. Me has parecido la vendedora eficiente que te he ordenado quiero que seas. Muy bien con la señora del vestido azul. ¿Cuánto ha comprado? En euros.
-Casi trescientos…señor.
Le había costado decirlo, prueba inequívoca que se sentía intimidada a la vez que inclinada a desde un primer instante, mostrarme su entrega. De todos modos ese último vocablo lo dijo casi de forma imperceptible. Interpreté que las curiosas de nuestro lado, no lo habían captado.
-Eres eficiente, y todavía lo vas a ser más. Mi batuta te llevará a altas cotas de eficacia, esclava.
Éste sí que pudieron oírlo perfectamente. Daisy se sonrojó y bajó su mirada al tiempo que aparecía la camarera con mi pedido, el coñac para ella y el cortado para mí.
-Bebe –le ordené.
Y cuando iba a hacerlo se me ocurrió tensar todavía más la vivencia.
-Pero antes, ¿qué debe hacer una esclava?
Captó mi mensaje encriptado y por tanto dejó la copa sobre la mesa y tomando el sobre del azúcar, lo abrió y depositó en la taza. Comenzó a mover la cucharilla, nerviosa desde luego. Yo la observaba y ella se sentía desnuda, estoy seguro, imperfecta, acosada por aquella presionante tensión, el cumplir con su obligación de servidora fiel a la vez que estaba siendo escrutada por su Dueño y unos anónimos testigos de su imperfecta todavía, sumisión.
-Ahora ya puedes beber, esclava.
De nuevo aquel término inundó la cabeza de mi perra y como no de las dos curiosas que supuse que en aquel instante ya debían tener sus sexos tan empapados como mi perra.
Daisy obedeció y el ardor de aquel brandy propició que carraspeara.
Antes que concluyera su alteración, le indiqué que me entregara el bolso.
Con dificultad por la tos, me lo ofreció. Lo abrí y pude comprobar que había obedecido mis indicaciones. El collar y un tanga, negro. Quise forzarla a sentirse todavía más perra. Saqué ambos elementos del interior del bolso. Se los mostré. No pudo evitar tener que beber de nuevo, pero esta vez, antes incluso de que el líquido inundara su garganta, comenzó a toser, casi compulsivamente.
No le permití que con aquella limitación retardara lo que tenía in mente, por lo que me acerqué a su cuello y le coloqué el collar que un segundo antes había abierto. Se lo ajusté sin atender que su nerviosismo y alteración eran evidentes. Y aún fui más lejos.
-Las piernas.
Entendió perfectamente, por lo que las separó de inmediato. Seguía con la mirada al suelo, avergonzada sin duda de todo lo que estaba viviendo, pero lo que no podía evitar era que yo percibiera el aroma de sus jugos, esos líquidos que ya inundaban su vagina, todo su sexo, prueba irrefutable de que estaba gozando como lo que ha reconocido quiere ser para mi, una dócil y obediente perra, una esclava aplicada, una puta viciosa amante de los más creativos y originales castigos y experiencias sexuales. Yo se los daré, de hecho me ha confirmado de muchas formas que ya, antes de conocerme en persona, los está sintiendo.
Fue entonces cuando me giré a las dos mujeres.
-Sí, es mi esclava, ¿algún inconveniente?
No les di tiempo a responderme ni a liberarse de aquella perplejidad que lo presenciado les había propiciado.
Me levanté y mi perra me siguió. Fue entonces que le pasé mi brazo por su cintura, para que en ningún instante se sintiera desvalida, para que no temiera caer al suelo, para que se supiera protegida por su Señor. Se apoyó en mí para caminar sin trastabillarse o tropezar.
-Ahora vamos a mi habitación. Esta noche comenzará tu domesticación. Haré de ti un animal sumiso, único, excepcional. Pero no lo dudes, si quieres abandonar en este instante tu aprendizaje, dímelo, o mejor, ve en dirección contraria a la mía. Jamás te lo reprocharé.
Como respuesta obtuve su aferramiento. Se abrazó a mí y apoyó su cabeza sobre mi hombro.
Sobreentendí que su deseo era seguir adelante. No podía por tanto defraudarla, en aquel mismo instante supe que mi misión en la vida era hacer de ella lo que había soñado tantas noches de soledad en su cama, lo que en su interior de sumisa deseaba fervientemente y que por fin podía llevarlo a cabo de la mano del hombre que por extraña casualidad  se había cruzado en su twitter un ya lejano día de hacía varios meses.


Arturo Roca ®